Coro

Suenan las islas como ángeles

sobre el silencio azul del mar.

Y el día pone entre sus manos

ramos de sal y de coral.

I

Cuando el viento pasa cantando

con él se ponen a cantar.

Tiembla la luna que parece

un dátil más en el palmar.

(…)

Esos son los versos del coro y la primera estrofa del himno de San Andrés y Providencia, las islas que fueron sacudidas el pasado 16 de noviembre por el huracán Iota, el primero en la historia que golpea territorio colombiano.

Si leemos línea por línea, lo que expresa este canto está lejos de la realidad que vivieron los isleños durante el paso del ciclón que llegó a ser categoría 5. El único sonido que se escuchó por horas fue el de la destrucción y el oscuro mar desbordante. El viento no cantó como dice la composición de Eduardo Carranza, más sí pasó con furia arrasando con todo lo que se encontró en el camino. Mientras que la luna en su fase nueva, situada entre la Tierra y el Sol, no mostró su hemisferio iluminado durante una noche caótica que los habitantes pasaron a oscuras, intentando entre el desastre encontrar una luz de esperanza.

Estando ya en la claridad del día, Kelly Johana Narváez Villanueva, auxiliar administrativa en la Secretaría de Gobierno en San Andrés, recordó lo ocurrido en el 2005 con la tormenta tropical Beta y considera que lo presenciado en aquel entonces, a sus 14 años, no tiene comparación a lo que vivió esta vez como madre de dos hijos.

“Puedo decir que con Beta no tuvimos ni el 50% de las afectaciones que hubo con Iota, fue horrible. La mitad de la isla todavía está sin luz. Las personas se acercan a la Gobernación para que les carguemos los celulares”, expresó Kelly a los tres días de haber pasado el huracán.

Quizás algunos, con 72 horas ya cumplidas, habrían hecho uso del refrán: “después de la tormenta viene la calma”; sin embargo, el miércoles 18 de noviembre fue un día que Narváez sintió más trajinado de lo normal desde que despertó. Embarcaciones y lanchas se encontraban en operación con personas que las cargaron de donaciones para llevar a los sitios más damnificados de todo el archipiélago.

Ropa, sabanas, medicamentos, alimentos no perecederos, fueron algunas de las cosas que salieron desde San Andrés para entregar a las personas que aún no podían salir de Providencia y se encontraban incomunicadas de sus seres queridos.

Además, dentro de la conversación vía telefónica, Kelly Johana mencionó que a las oficinas de Gestión de Riesgo, donde ella realiza sus labores, no paraban de llegar personas damnificadas, las mismas que posteriormente eran llevadas a los albergues para ser atendidas mientras esperaban solución a sus situaciones.

Es gracias a esas atenciones y las prestadas por la comunidad en general que la mujer de 29 años expresa que la isla de San Andrés siempre se mantuvo a disposición de colaborarle a los ‘hermanos’ de Providencia, quienes sufrieron mucho más que ellos perdiéndolo todo. Un nivel de solidaridad que llegó al punto de desahogarse en llanto por la impotencia que presentaron varios habitantes al no poder hacer algo adicional entre tantas limitaciones.

Acciones como esas, acompañadas de un contexto devastador, sin duda son imágenes que los sanandresanos no olvidarán, recuerdos que quedarán grabados por siempre en las memorias de quienes vivieron para contarlo.

Por ejemplo, la hija y el hijo de Kelly, de 4 y 9 años respectivamente, estuvieron aferrados a ella el tiempo que duró la tormenta, mientras entre lágrimas observaron cómo afuera de su hogar caían árboles, volaban tejas y postes de luz se iban al suelo, sin ignorar el hecho de que su casa también tuvo afectaciones en el techo y las ventanas a causa de las fuertes brisas.

¿Esos pequeños lo olvidarán con el pasar del tiempo? Difícilmente. La vida los hizo protagonistas de una historia de pánico que no se le desea a nadie y probablemente, a pesar de sus cortas edades, lo recordarán como ahora lo hace su madre a raíz de un contexto similar.

Aun así, dentro del caos y todos los puntos en contra, se rescata el espíritu comunitario y se respira optimismo. Kelly cerró la comunicación con un mensaje alentador que refleja el pensar y la actitud de un pueblo entero: “sé y estoy completamente segura que nos vamos a recuperar de esto”.

Esperamos que sea así y en el menor tiempo posible.

Columnas anteriores

La banda de la felicidad

Mampuján resiste puntada tras puntada

Manuel Vega, con V de victoria

El renacer de un juglar

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.