“(…) Lo que Donald Trump ofrece a sus seguidores no son remedios económicos –sus propuestas cambian diariamente-. Lo que él ofrece es una actitud, un aura de cruda fortaleza y machismo, una falta de respeto por las sutilezas de la cultura democrática que, él asegura y sus seguidores creen, ha producido la debilidad e incompetencia nacional. Sus pronunciamientos incoherentes y contradictorios tienen una cosa en común: provocan y juegan con los sentimientos de resentimiento y desdén, entremezclados con trozos de miedo, odio e ira. Su discurso público consiste en atacar o ridiculizar un amplio rango de ‘otros’ –musulmanes, hispanos, mujeres, chinos, mexicanos, europeos, árabes, inmigrantes, refugiados-, a quienes representa ya sea como amenaza u objetos de burla. Su programa, tal como es, consiste, fundamentalmente, de promesas para ser duros con los extranjeros y la gente que no tenga tez blanca. El los deportará, los prohibirá, los doblegará, los hará pagar o callar”, dijo Robert Kagan en ‘The Washington Post’.

Kagan cita a uno de los padres fundadores de EE. UU., Alexander Hamilton, quien en otro contexto, manifestó sus temores porque desencadenar las pasiones populares conduciera no a una mayor democracia sino a la llegada de una tiranía, “cabalgando al poder en los hombros del pueblo”.

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“Este fenómeno ha surgido en otros países democráticos y cuasi democráticos en el pasado siglo, y generalmente ha sido llamado fascismo”.

The New York Times’ pone a Trump en el contexto global del interrogante de si está resurgiendo el fascismo, “generalmente definido como sistema gubernamental que afirma el poder completo y enfatiza en el nacionalismo agresivo y con frecuencia el racismo”, con regímenes y candidatos que exponen algunas de sus características. Cita lo que llama tácticas de ‘hombre fuerte’ en Rusia y Turquía, el ascenso del candidato de ultraderecha en Austria (que casi gana), el autoritarismo en Hungría, que ha levantado barreras para impedir el ingreso de migrantes; y los movimientos nacionalistas en Alemania, Francia y Grecia.

Asegura, así mismo, que el mismo Trump ha dado pie para que lo señalen de fascista, por su tardía reacción a la adhesión de supremacistas blancos a su campaña, por su laxitud con los violentos en sus manifestaciones e incluso por citar a Benito Mussolini: “Es mejor vivir un día como un león que 100 año como una oveja”.

Pero partidarios de Trump y académicos tienen dudas de que Trump encarne el ‘fascismo made in USA’.

“Trump no tiene una estructura política en el sentido que los fascistas tenían. No tiene la clase de ideología que ellos tenían. No tiene nadie que se asemeje a las camisas negras. Todo esto es pura basura”, dijo a ‘The New York Times’ el conservador Newt Gingrich, ex vocero de la Cámara de E.U., quien además es doctorado en historia moderna de Europa.

La falta de ‘camisas negras’ también fue destacada por Robert Paxton, profesor de la Universidad de Columbia, uno de los mayores expertos en el fascismo, quien ve similitudes, pero también diferencias.

“Su mensaje sobre la decadencia de Estados Unidos y su pronunciamientos sobre los inmigrantes se asemejan a lo que ocurrió en Europa en los años 30… Los fascistas creen en el fuerte control estatal… no en el individualismo y la desregulación”, dijo a The New York Times.

Volker Perthes, director del Instituto Alemán para asuntos Internacionales y de Seguridad, dijo al periódico que el fascismo real requiere dos elementos más: un rechazo a la democracia y una definición más dura de orden, por lo que Trump no entraría en esa categoría.

Otros expertos, como el director del Centro para la Reforma Europea, Charles Grant, recordó que historicamente al fascismo busca rebajar a las minorias para aumentar su inseguridad y aumentar el uso de violencia contra los críticos; buscar una política externa violenta de guerra para exacerbar el nacionalismo y llevar la xenofobia al extremo.

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