En su cavilación planteada en la columna que escribe para El Tiempo, la también presentadora destaca que usa la palabra ‘debe’ porque “la mujer bella debe ser y permanecer joven. Si ella representa ese cliché tan empalagoso que es ‘la belleza de la mujer colombiana’, también debe prepararse para expiarlo”.

“Perdonar el tiempo en la cara y en el cuerpo de una mujer ni siquiera es un reto para este pueblo desesperanzado, y menos si ese cuerpo y esa cara fueron carne de consumo para sus fantasías de telenovela”, agrega Margarita Rosa de Francisco, que, efectivamente, durante muchos años como estrella de televisión, despertó esas fantasías, para después referirse a sí misma: “Yo me he descubierto sintiéndome culpable por no ser joven”.

En ese sentido, admite que ahora no quiere tomarse fotos porque se ve vieja. “Y me juzgo por eso […]. A mis 54 años, nunca vi tantos cambios físicos como en estos últimos meses, y me cuesta tanto trabajo aceptarlos como a los que se lamentan porque me ven vieja”, dice, y sobre esas personas sostiene: “Me conmueven aquellas personas que me lo gritan [que se está envejeciendo] con esa frustración infantil, como si yo, que me despierto conmigo misma y me miro al espejo todos los días, no me diera cuenta”.

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“Casi siento la necesidad de pedir perdón por estar envejeciendo”, admite con nobleza, y entiende con madurez, y como producto de su altura intelectual, que su cuerpo “ha sido una construcción destinada a ser validada por otros, y no un objeto de apropiación. Hoy, cuando ya no siento esa obligación, no sé muy bien qué hacer con lo que está quedando de él, pues lo siento ajeno y lejos de mí”

Y le recuerda a todo el mundo, trátese de mujeres o de hombres: “El cuerpo de todos es un proyecto trágico; está destinado a enfermarse y corromperse contra nuestra voluntad”. Imposible no evocar con esta idea la obra clásica de Oscar Wilde ‘El retrato de Dorian Grey’, en la que el protagonista, un hermoso joven, permanece así durante 18 años, mientras que el que envejece es el retrato que le hizo un pintor.

Grey era un convencido de que la belleza es lo único que vale la pena tener en la vida y deseaba que el retrato fuera el que envejeciera en su lugar. Así ocurrió: la imagen se deterioraba con cada andanza y pecado en que incurría Grey, mientras él permanecía joven y bello, hasta el desenlace trágico de la obra cuando él, por una crisis interior, ataca la pintura y termina muerto y con un rostro repulsivo lleno de arrugas.

Esa dura e inexorable realidad humana es la que rescata Margarita Rosa de Francisco, aunque su énfasis no es tanto el caso de los hombres. “En el cuerpo sangrante de la mujer, esa tragedia es más intensa y comienza más temprano porque, encima, socialmente se castiga en ella uno de los efectos más brutales de la naturaleza (envejecer), esa que tanto sacralizan los ‘defensores de la vida’”.

Y termina su columna con otra reflexión que refleja el sentir de quienes superan los 50 años, y más en una sociedad que envejece a las personas a los cuarenta: “A la mujer se la desnaturaliza al mismo tiempo que se le exige vivir de acuerdo con lo natural. Lo natural va cambiando según lo que conviene políticamente, parece. El cuerpo de la mujer siempre ha sido un campo minado; la ley no sabe por dónde pisar, y yo, que ahora lo estoy andando por caminos desconocidos, tampoco”.