Por: El Colombiano

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Este artículo fue curado por Gustavo Arbelaez   Sep 14, 2023 - 7:06 pm
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Rebelde en su agonía, desafiante, abatido porque nadie en Anorí, Antioquia le quiso comprar su yuca, Carlos Mario Murillo Agudelo, a quien apodan la Máscara en el pueblo, cortó los amarres de los bultos y los derramó en el parque. “Los que venden acá, las grandes legumbrerías, le están comprando la yuca a Medellín porque allá es más barata. Entonces la de nosotros no vale. Así que se las traigo: para dejarlas podrir o para que se las lleven para la casa”, dijo.

Carlos Mario sabía desde que se levantó ese viernes que algo tenía que hacer, estaba dolido, tocado en su orgullo, en su dignidad. Quería protestar en silencio en la mitad del parque, irse para su casa y volver el sábado y el domingo para derramar más bultos repletos de yuca. Nunca pensó que alguien iba a grabar su protesta y que esta se haría viral. Más allá de los likes en las redes, la Máscara quiere que dejen de ver a los campesinos como limosneros. Nos morimos de la vergüenza de decir que somos de un pueblo, que vivimos en el campo, por tanta pobreza. Lo que queremos de verdad es que el campesino se sienta orgulloso y lo diga sin sentirse humillado, cuenta.

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Carlos Mario tiene 42 años y desde los 30 vive en la vereda La Soledad. Trabajó 11 años en un puesto de comidas rápidas en El Poblado, preparaba perros y hamburguesas requintados de salsas y ripio de papá. Lo abrumó la ciudad y regresó a Anorí a trabajar en la finca de una hermana. A punta de tutoriales de Youtube sembró colinos de plátano, después intentó con pollos de engorde. Hizo un préstamo con la familia, compró de a 50 pollos por tanda y empezó a engordarlos. Los ofrecía en el pueblo y pocos le compraban. Los pollos llegaron a las 5 libras, a las 9 libras y se acabó el cuido. Dios mío bendito, ¿yo qué voy a hacer?, se preguntó. Me cogió la depresión, la aburrición y el desespero de saber que esos pollos necesitaban cuido, algunos me compraron de a 10 pollos y cuando uno iba a cobrarles, decían: espere un momentico. Aguarde que la cosa está difícil. Sentí que estaban jugando conmigo. Me tocó regalarlos como loco, a las iglesias cristianas, a la gente de las veredas. Descansé un poquito cuando ya me quedé sin pollos, es que no tenía comida para echarles, cuenta.

No se entregó, volvió a arrancar. Como en la pandemia hubo tanta escasez de yuca, junto con su cuñado sembró 14.000 palos en La Soledad. Calculó que de cada palo podían salir dos kilos, que de seis palos salía una arroba y que cada semana podía bajar al pueblo a vender unas 50, 60 arrobas. Y a $45.000 la arroba, iba a tener plata para pagar las deudas y recuperar el plante. Me volveré el capo de la yuca, se prometió.

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A todas estas, Carlos Mario se quedó solo en la finca, su esposa le dijo que no quería vivir más en el campo. A las personas que quieran estar bien atalajadas nos les da para estar en una finca, justifica. Llegó la hora de la cosecha y empezó la recolección de yuca. Al comienzo, Carlos Mario empezó a venderla en el pueblo sin mucha brega, pero el negocio empezó a ponerse difícil. Yo los veía con una yuca rara y entonces dije: ya van a empezar a jugar con el campesino. Ofrecí en todas las legumbrerías del pueblo y nadie me quiso comprar. Uno de los comerciantes fue sincero y me contó que en realidad era mejor traerla de Medellín, que la yuca estaba barata, entonces no aguantaba comprar aquí una arroba en $45.000, cuando en Medellín valía $20.000.

Entonces fue viernes. Carlos Mario masticó su infortunio y preparó el pleito. Salió de la finca en la moto, empacó cuatro bultos de yuca, un mueblecito que su mamá le había regalado, una caneca con tres libras de panela hervida, una brazada de leña, se colgó una pesa, metió ocho libras de arroz en el bolso, grampas, una herramienta para templar los alambres que en el campo llaman el diablo y lo acompañó un perro negrito que se llama Pokémon. Yo sabía que había un monopolio de la yuca, sabía que tenía que venir a hacer algo, se dijo. Pensaba hacer teatro en el parque para rebuscarse la plata y por eso se trajo ocho sombreros apacharrados que ya se habían acabado de chupar tanto sol y agua.

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Llegó al parque. Un señor que vende yuca le dijo que allá no podía ofrecerla, que tenía que pedirle permiso a la inspectora. Yo estaba muy berraco y le dije unas groserías. Me fui derecho a hablar con el alcalde, fui a buscarlo, que no estaba. Dije que lo esperaba y bueno, al rato llegó, me atendió en la oficina, me tenía una ayuda porque yo vivo en un rancho de plástico y estoy haciendo una cabaña en madera. Me preguntó, Carlos Mario, ¿vos por qué estás así? Le conté y le puse a escoger una de dos cosas: me vas a dejar regar la yuca en el parque o me dejás hacer teatro. Me dijo, hermano, regálela mejor en un barrio o hágale plática. Yo le respondí que no. Entonces me contestó: prefiero que riegue la yuca y que todo sea por la lucha.

La iba a vaciar en silencio y se iba a ir para la casa, pero un cliente lo grabó con el celular, parece que nada pasa ahora en el mundo sin que quede en una cámara. Ese fue el video que circuló por todos lados. Se le ve desafiante, abatido, con esa mirada altiva del que reclama una injusticia. Se le escucha: hoy vine a venderlas, pero no puedo porque hay mucha abundancia de yuca y no le pueden comprar al campesino. Lentamente, mientras comparte su mensaje, desamarra los bultos, con el machete corta la pita que impide que las yucas se desparramen por el suelo. Carga de nuevo: los que venden acá, las grandes legumbrerías, le están comprando la yuca a Medellín porque allá se las venden muy barata. Entonces la de nosotros no vale. Así que se las traigo: para dejarlas podrir o para que se las lleven para la casa.

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Esa fue su protesta, lo que el alcalde no sabía era que Carlos Mario iba a volver el sábado y el domingo a regar más yuca, porque se había propuesto quebrar el monopolio. Yo me estaba sintiendo limosnero, me sentía horrible, no soy capaz de llegar con mi yuca o mis plátanos e ir de casa en casa, de negocio en negocio, y tener que soportar humillaciones.

El mensaje de Carlos Mario va más allá de derramar bultos en el parque de Anorí, pide que le dejen trabajar en su tierra. Lo único que me estresa es ese crédito con el Banco Agrario, me prestaron muy amablemente $20 millones y me dijeron que pagaba intereses de $900.000 cada 6 meses. Cuando llegué a pagarlos me salieron con que ya eran $1.450.000 de intereses, me quieren es quitar la tierra, cómo me van a cobrar unos intereses tan sinvergüenzas, protesta.

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Dice con desilusión que ser campesino se volvió un trabajo en vía de extinción porque nadie quiere trabajar ya, fuera de que el jornal es bien duro, es mal pago. Cuenta que la mayoría de los campesinos salen al pueblo y no se toman una gaseosa porque esa platica la necesitan para pagar algo de la casa. Se vienen de la finca a pie, se tienen que privar de muchas cosas. Ahora llega diciembre y ya realmente no hay natilla, ya no hay marrano, no hay nada porque todo es una pobreza.

A Gustavo Calle Isaza, El Paisa de La estrategia del caracol, le preguntan al final de la película que todo eso para qué. Responde: ¿Cómo que para qué? ¿Para qué le sirve a usted la dignidad? Pues pa’ la dignidad… Que para qué pregunta este güevón.

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*** ¿Quiere ayudar a Carlos Mario? Le puede escribir al chat de Facebook, lo encuentra como Carlos Mario Murillo Agudelo. En la finca de La Soledad tiene poca señal, pero escríbale si le quiere compartir algo que parado en un filo o cuando baje al pueblo, le contestará. También nos dejó la cuenta de ahorros Bancolombia 61765567075. Que su protesta no se sea solo un video viral.

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