Y los cuenta en primera persona, no en una entrevista, sino en una sentida columna en el diario antioqueño, en la que habla de lo que es hoy, cuarenta años después, ese emporio que nació en un pequeño local de la calle 85 con carrera 11 de Bogotá, como una pequeña crepería “que tenía una estilo rústico francés con una barra de madera y un ambiente joven e informal”, según la página web del establecimiento.

Los principales ingredientes del éxito del restaurante —que también tiene como una de sus características las colas de ávidos comensales en sus puertas— van más allá de los productos seleccionados para la variada carta de platos. El primero, con el que empezaron, aunque parece un lugar común, es el indispensable: “Un sueño de empresa”.

Hoy, en un mundo en el que los empleos formales, tradicionales, se desdibujan cada vez más, al punto incluso de provocar casos aberrantes como el de la joven con dos maestrías que ha pasado 250 hojas de vida sin conseguir ningún trabajo, o el de jóvenes que deciden dejar el país por falta de oportunidades, y en el que el emprendimiento (se quiera o no) surge como opción de trabajo y generación de ingresos, las reflexiones de Fernández en su columna constituyen un ejemplo, un consejo, una motivación…

De hecho, ella toca en El Colombiano una de las fibras más sensibles para quienes tienen alguna idea, pero aún no se deciden. Sobre sus inicios, escribe: “Cabalgábamos por el camino de la incertidumbre y lo desconocido, transitando, eso sí, con una confianza plena. Aquella fuerza interior era el motor que nos permitía convertir los errores y fracasos en experiencia y en conocimiento”.

Ese motor es el que ha hecho que, en estos 20 años, la firma haya pasado de sus dos socios fundadores a 6.000 empleados “con alma, sueños y corazón”. Y en esa metáfora mecánica que hace Fernández, en la que destaca el aspecto humano, se podría decir que el combustible en esta “aventura empresarial” es la inteligencia unida a una “conciencia sensible”.

En sus palabras: “Si se me pregunta cuál es mi definición de éxito diría sin duda que lo que llevó a Crepes y Waffles a lo que es hoy es el grado de felicidad, de goce y de unidad que recorremos a diario”.

Pero, ¿por qué ese énfasis de Fernández en la dimensión humana de su empresa? Un conmovedor recuerdo apunta a una explicación: “[…] Jamás pensé en imposibles, escuchaba en mí la voz de mi padre: ‘Hija para ti las puertas siempre estarán abiertas’ y con ello me enseñó que los obstáculos son en realidad retos y que no tener dinero no significa carencia. Tenía abundancia en deseos, fuerza en la acción y riqueza en mi corazón”.

“Y es grato recordar a mi papá porque en el momento en que nació nuestra empresa atravesamos la quiebra de nuestros padres”, continúa Fernández. “Frente a sus enseñanzas, desde entonces, ese golpe me hace cuestionarme y humanizarme con la realidad de las personas con las que trabajamos”.

Eso hizo que ella cambiara el significado de economía, que, critica, desde la academia se basa en la ley de la oferta y la demanda. “Yo la entendí como la forma en que nos tenemos que relacionar los seres humanos y todos con la naturaleza desde una conciencia humana e integral”.

Para rematar, revela el secreto, la fórmula, la receta de su negocio, que parece simple, pero no lo es: “Está en aplicarle amor y conciencia a todos los procesos para hacer empresa y construir país”.