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Esto desencadenó un debate sobre la ética, la ciencia y la búsqueda de la comprensión del genio. Al velarlo, la familia no sabía que no tenía cerebro.
Las historias de robos que han impactado, como este caso del cerebro de Albert Einstein, sus repercusiones y las investigaciones posteriores, han sido objeto de numerosos estudios, libros y documentales.
La fascinación por este caso reside en la figura de Einstein y las preguntas que surgen sobre la ética en la ciencia y la búsqueda de la comprensión del genio.
Según un relato en National Geographic, el patólogo Thomas Harvey, quien hizo la autopsia de Einstein quedó fascinado por el cerebro del genio y se lo extrajo.
El canal Nat Geo anota que el médico alegaría que esta extracción no había sido un “robo” sino un “acto en nombre de la ciencia”, porque serviría para poder estudiar uno de los cerebros más extraordinarios de la historia.
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Un dato importante es que usualmente los hospitales se quedan con algunos órganos que consideran de interés para hacer estudios patológicos y allí cuando se empezó el rumor de que el cerebro de Einstein había sido extraído por el patólogo de turno y sin consentimiento de la familia, el médico quiso ingeniárselas para convencer al hijo mayor del científico conservar el cerebro de su padre.
Su cadáver fue incinerado en una ceremonia privada a la que asistieron familiares y allegados, y sus cenizas fueron arrojadas en el río Delaware. En ese momento, lo que no sabían era que no todo el cuerpo de Einstein estaba completo.
Cuando el hospital se enteró de que el médico igualmente se había quedado con el órgano sin consentimiento alguno, lo despidieron del lugar, pero Harvey había sido contratado por la Universidad de Pennsylvania y allí durante varios años, Harvey ocultó y estudió el cerebro, dividiéndolo en 240 piezas.
Las motivaciones de Harvey siguen siendo un misterio y algunos dicen que actuó por motivos científicos, mientras que otros creen que buscaba lucrarse con el cerebro.
La historia del robo se hizo pública en 1978, cuando un periodista del New Jersey Monthly logró que el patólogo le diera una entrevista. Por ese tiempo, Harvey trabajaba como supervisor médico en un laboratorio de pruebas biológicas y contó que el cerebro aún lo tenía guardado, expresando que estaba en su casa, en una caja de sidra que estaba escondida debajo de un enfriador de cervezas.
Finalmente, en el 2007, Thomas Harvey falleció a sus 94 años, y esos fragmentos de cerebro que conservaba el patólogo del científico fueron donados al Museo Nacional de Salud y Medicina del Ejército de Estados Unidos.
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Como se mencionó anteriormente, sus cenizas fueron esparcidas en el río en Princeton, Nueva Jersey, Estados Unidos.
Las razones de esta decisión se basan en su filosofía personal y en su deseo de evitar que su tumba se convirtiera en un lugar de peregrinación.
Dos de estos se destacan como los más revolucionarios e influyentes en la historia de la física:
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