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En el cono sur de nuestra América Latina, tenemos a nuestro propio Baudelaire. Y es hora de redescubrirlo.
Su nombre: Pablo de Rokha. Dos chilenos; dos descubrimientos, dos seres realmente extraños. Pablo de Rokha y Álvaro Bisama. Uno, el protagonista de ‘Mala Lengua’ (Alfaguara, 2020), Colección Narrativa Hispánica, poeta y escritor maldito de América; el otro el escritor underground, el autor del mismo libro.
En esta hermosísima crónica, que hace parte del proyecto “El mapa de las lenguas”, de Penguin Random House, Bisama (Valparaíso, 1975) nos desvela a uno de los cuatro grandes de Chile en el siglo XX (los otros 3 son Mistral, Huidobro y Neruda), tal vez el menos famoso pero, sin duda, el más polémico y el más vanguardista de todos.
En un libro de LXVII (67) capítulos – así, en letra romana para darnos a entender que está desenterrando el pasado – nos trae la historia, incompleta por supuesto, de la vida de ese gran poeta y escritor que fue De Rokha, cuyo nombre real era Carlos Ignacio Díaz Loyola y que se quitara la vida en 1968; esa poca vida que le quedaba después de sufrir las pérdidas de su hijo Carlos De Rokha y de su esposa Winétt de Rokha (ambos fueron también escritores y adoptaron nombres artísticos con los apellidos de su padre y esposa respectivamente).
De Rokha (Licantén, provincia de Curicó, 1894 - Santiago de Chile 1968), Premio Nacional de Literatura en 1965 en Chile, y candidato al Premio Nobel de Literatura en 1950 ha sido injustamente olvidado y Bisama lo rescata de ese malditismo que, tanto en vida, como a posteriori, lo ha perseguido. “La silueta del poeta maldito ya estaba instalada y era pura carne y sangre”, nos dice Bisama en relación con uno de los grandes libros de De Rokha “Los Gemidos”. Y continúa: “Quizás eso era la vanguardia: un lugar donde la poesía actuaba como médium para que las cosas del mundo adquiriesen voz, haciendo que su poesía fuera un almanaque de sus pesadillas y deseos…”
La crónica empieza desde su nacimiento, infancia y adolescencia en Licanten, una vida campesina en la que vivió en Llico, Hualañé y Vichuquén, pueblos de la zona del Maule, siempre acompañando en sus correrías a su padre de quien aprendió el oficio de administrador de haciendas. Nos cuenta sus desazones adolescentes, el inicio de su rebeldía traducida en poesía, sus participaciones en revistas, su palabra cruda y pura, en carne viva, sus sentimientos de fracaso, sus dolores, su “campechanidad”. De Rokha funda, en compañía de su suegro y su cuñado Carlos, una compañía promotora del campo que llama Chile Agrícola desde la cual, entre otras cosas, ayuda a colegas literatos mientras, de forma paralela, participa en revistas literarias como Agonal, Dínamo, Cosmogonía, y hasta escribe para el diario La Nación. Nos dice el autor que “De Rokha recordaría estos días atrapado en una paradoja: un poeta vanguardista que a la vez es un emprendedor de cierto éxito”.
Varias cosas han llamado poderosamente mi atención a lo largo del libro:
El libro nos cuenta su periplo como embajador cultural de Chile en América (1944), con lo cual ambos emprendieron un extenso viaje por diecinueve países del continente, con anécdotas en cada uno de ellos, una en Bogotá, en donde no lo dejaron entrar al Country Club de Bogotá, por ser este un lugar en donde no eran recibidos los poetas proletarios, por mucho traje de etiqueta que tuvieran, y a pesar de ser enviado directamente por el gobierno chileno.
Y así, de episodios de frustración, rabia, dolor, tragedia, como si hubiera nacido con un sino trágico, está compuesta la vida de Pablo… que contada por Bisama es una crónica palpitante que nos hace entender que De Rocka escribió con las entrañas, que abrió la intelectualidad chilena, estrecha y bien hablada, hacia caminos inusitados de exploración del lenguaje, de las formas y de los temas – urbanistas y santiaguinos hasta entonces, tan correctos, tan melosos tan perfectos – que en Pablo se convierten en vértigo, deconstrucción, excesos, puños dolientes, verdades incorrectas, palabras inclementes, en suma: vida. Una vida altamente sensible traducida en brutalidad literaria.
El papel de cronista de Bisama es casi invisible – solo en las notas finales advertimos alguna autorreferencia – y eso es un mérito inmenso, como lo hace usualmente también la gran Leila Guerriero. Los protagonistas son Pablo y su obra; no el cronista. Pero vale la pena conocerlos a ambos: a De Rokha y a Bisama, porque es la forma de escribir del autor – y creo que con su influencia y estilo underground no hubiera podido escoger mejor un personaje sobre el cual hacer un relato tan real y tan maldito, y mágico a la vez.
Bisama fue escogido en 2007 en el Hay Festival, como uno de los narradores menores de 39 años más importantes de América Latina, y su novela “Estrellas Muertas” gano el Premio Municipal de Literatura de Santiago 2011 y el Premio Academia 2011 (Academia Chilena de la Lengua) por el mismo libro. No hay que perderle la pista.
Si quieren conocer un poco mas de la obra de Pablo de Rokha, lo pueden encontrar en la página web Así que, aún nos queda mucho por leer. ¡Manos a la obra! O más bien: ¡Ojos a los libros!
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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.
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