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Estos neologismos los propone Mauricio Pombo en una provocadora pero breve lista en El Tiempo, que se puede engrosar con la variopinta fauna política del país.
Pombo los llama ‘Neocolombianismos’. De hecho, así titula su corta columna de escasos cinco párrafos, tres de los cuales los dedica a explicar de dónde le surgió la idea. En los últimos dos es donde está la pólvora.
Un neologismo —hay que recordarlo— es un vocablo, acepción o giro nuevo en una lengua, dice esa entrada en el Diccionario de la RAE.
Pues Pombo apela a esa capacidad de las lenguas de crear palabras, y lo hace con picardía basándose en cinco figuras de la política colombiana. A partir de ellas, propone sendas palabras nuevas.
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Con base en el apellido del expresidente y actual senador por el Centro Democrático, Álvaro Uribe, por ejemplo, Pombo plantea la palabra ‘uribir’ como un verbo irregular, es decir, de esos que no se rigen por las mismas reglas de conjugación de los otros verbos.
“Uribir […] se conjuga como abolir, o sea, complicado de conjugar (tiene más de 82 acepciones) entre las cuales se cuentan: ocultar, codiciar y evadir”, define Pombo.
En el caso del exalcalde de Bogotá, excandidato presidencial y actual senador por la Colombia Humana, Gustavo Petro, el columnista de El Tiempo es más ‘generoso’ y emplea ese apellido para crear dos palabras: un verbo, ‘petrear’, que “expresa apropiarse de lo ajeno, llámense marchas o paros. Dicho de otra manera: oportunismo radical”; y un sustantivo, ‘petro’: “que significa socialhablamierdismo”.
También propone palabras a partir de los apellidos de María Fernanda Cabal, ‘cabalear’: “verbo transitivo regular (en cualquier sentido) que significa decir estupideces para confundir”; Paloma Valencia, ‘palomalenciar’: “silenciar a punta de gritos”, y María Isabel Rueda, ‘ruedar’: “defender lo indefensable motivo parentesco, muy parecido a nestorear o moralear (torear con capa azul por el mismo motivo)”.
Dedica, finalmente, su última propuesta a la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, ‘martaluciar’: “sinónimo de putinear [de Vladimir Putin], que significa inventar fantasmas, y como segunda acepción: incontinencia verbal”.
El ejercicio de Pombo dista mucho del de Mario Fernando Prado en El País, de Cali, que propone algo parecido con el nombre de la gobernadora Dilian Francisca Toro, pero que deriva en lisonja, lo cual, en una comparación accidental, hace resaltar aún más la creatividad e irreverencia de Pombo.
Prado apela a la vieja fórmula de agregar al final de una palabra la partícula ‘ismo’ (con lo cual se convierte en sufijo), y que hace que el sustantivo al que se une designe doctrinas, actitudes, escuelas, sistemas, modos o partidos. Así, propone la palabra ‘dilianismo’.
El tono de las definiciones sirve para aclarar las intenciones: si bien Prado dice que las palabras que le dedica a la gobernadora no son “posturas oportunistas y menos lambetazos sáuricos”, o sea, de lagarto, el cierre de su columna, una auténtica loa a la política (a Toro, se entiende) sugiere lo contrario.
“El Dilianismo es pues una nueva fuerza política en nuestro país y está en manos de esta mujer verraca, para nada alaraquera, que reza el santo rosario todas las mañanas, que cacarea lo que hace -¿es bueno o malo?- y que así no sepa poner la banda presidencial, estoy seguro que se la pondrán de manera correcta”, escribe Prado.
En todo caso, los ejercicios de Pombo en El Tiempo y Prado en El País demuestran que el idioma es algo vivo, que se renueva permanentemente con los aportes de sus usuarios, aunque a sus propuestas les falta un larguísimo recorrido antes de llegar a ser reconocidas por la comunidad académica y ocupar un lugar en el diccionario. Por algo se comienza. El impulso más importante es que otros hablantes usen esos términos. ¿Les copiarán?
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