Falsos positivos en Colombia: crímenes, memoria y el debate sobre justicia en busca de la reparación real

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Entre 2002 y 2008, más de 6.400 civiles fueron víctimas de "falsos positivos" en Colombia. ¿Qué cambió?

El fenómeno denominado “falsos positivos” en Colombia constituye uno de los capítulos más dolorosos y complejos dentro del prolongado conflicto armado interno del país. Entre 2002 y 2008, bajo la presidencia de Álvaro Uribe, al menos 6.402 civiles fueron asesinados y reportados falsamente como guerrilleros abatidos en combate, según datos citados en el artículo original. Este patrón sistemático de ejecuciones extrajudiciales fue perpetrado principalmente por miembros de las fuerzas militares, lo que ha dejado una herida abierta en la memoria colectiva nacional y ha desencadenado un profundo debate sobre los límites y retos de la justicia posconflicto.

Un caso paradigmático es el de Jaime Castillo, un joven desaparecido y asesinado en 2008, que simboliza la dolorosa experiencia de numerosas familias víctimas de estos crímenes de Estado. Si bien la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) ha dictado sentencias contra 12 exmilitares implicados, imponiendo sanciones enfocadas en trabajos restaurativos en vez de encarcelamiento convencional, esta modalidad de justicia sigue siendo objeto de controversia. Expertos en justicia transicional, como los del International Center for Transitional Justice (2023), explican que estas decisiones buscan alcanzar una reparación integral para las víctimas y promover la verdad, más allá de la sanción punitiva tradicional. No obstante, persiste el debate sobre si esta justicia transformadora logra satisfacer las expectativas de sanción ejemplar, especialmente entre las comunidades afectadas.

Las Madres de Soacha, agrupadas en la organización Mafapo, han desempeñado un papel crucial en visibilizar estos hechos y mantener viva la memoria de las víctimas. Investigaciones de la Universidad Nacional de Colombia (Rodríguez & Sánchez, 2020) señalan que, además de transitar por un dolor personal inmenso, las madres han forjado un activismo político y social robusto, exigiendo que estos crímenes sean reconocidos como de lesa humanidad y que el Estado asuma su responsabilidad institucional.

De manera significativa, la confesión pública realizada por los exmilitares implicados ha sido valorada por líderes de Mafapo como un paso complejo pero necesario hacia la reconciliación. Según la Comisión de la Verdad (2022), estos militares afrontaron presiones internas, estructuras jerárquicas y amenazas dentro del mismo sistema castrense que favorecían la obtención de “resultados” a través de ejecuciones. Esta estructura institucional puso en riesgo tanto a víctimas civiles como a soldados, posicionando al fenómeno de los falsos positivos en el núcleo de las dinámicas más oscuras del conflicto armado.

En términos legales, estos hechos se inscriben en la Ley de Víctimas y la actuación de la JEP, consideradas avances relevantes en la construcción de justicia transicional en Colombia. Sin embargo, organismos internacionales como Human Rights Watch (2024) han advertido que la justicia restaurativa no puede suplantar la necesidad de sanción penal efectiva, ya que la impunidad podría alentar la repetición de episodios similares en el futuro.

La magnitud del daño causado exige que la reparación sea colectiva y trascienda las medidas individuales, incluyendo a una sociedad entera marcada por décadas de violencia estructural. Un informe reciente de la Comisión de la Verdad (2023) resalta la importancia de la memoria colectiva y la educación, tanto para honrar a las víctimas como para garantizar que estos crímenes no sean minimizados ni olvidados en la historia nacional.

En suma, el fenómeno de los “falsos positivos” pone de manifiesto la profundidad de los abusos estatales, la complejidad de la institucionalidad militar, la resistencia de las comunidades afectadas y las contradicciones propias de la justicia transicional. El camino hacia una reparación real y duradera sigue siendo desafiante, exigiendo compromisos firmes para prevenir la repetición de crímenes y consolidar un país que aprenda de su doloroso pasado.

¿Qué papel juega la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en el proceso de reparación a las víctimas?
La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) ha sido clave en abordar los crímenes cometidos durante el conflicto armado colombiano, ofreciendo un modelo de justicia transicional que prioriza la verdad, la reparación simbólica y material a las víctimas. Según el International Center for Transitional Justice (2023), la JEP busca generar sanciones restaurativas que contribuyan a la reconstrucción social, permitiendo que quienes participaron en hechos graves confiesen la verdad a cambio de penas alternativas. Este enfoque ha abierto el debate sobre los alcances y limitaciones de la justicia restauradora frente a la demanda de castigos ejemplares por parte de las víctimas.

El desempeño de la JEP también ha sido evaluado por organizaciones como Human Rights Watch y la Comisión de la Verdad, que sugieren que su éxito depende en gran parte de la confianza de las víctimas y de la sociedad en su capacidad para responder a los reclamos de justicia. La legitimidad del sistema radica en su transparencia, la inclusión de las voces de las víctimas como las Madres de Soacha y la garantía real de no repetición de estos crímenes.

¿Qué significa justicia transicional en el contexto colombiano?
Justicia transicional es un conjunto de medidas judiciales y no judiciales diseñadas para garantizar rendición de cuentas, verdad, reparación y garantías de no repetición tras conflictos o violaciones masivas de derechos humanos. En Colombia, la justicia transicional se implementa a través de mecanismos como la JEP, concebidos no solo para castigar sino también para promover la verdad y la reconciliación.

Según informes citados, la justicia transicional busca equilibrar las sanciones con la reparación colectiva e individual y la reconstrucción del tejido social. Sin embargo, sigue existiendo un debate sobre su eficacia y su capacidad para evitar la impunidad, especialmente cuando se trata de crímenes graves como los “falsos positivos”. La educación y la memoria histórica se presentan como componentes esenciales para consolidar una sociedad menos vulnerable a la repetición de esas tragedias.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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