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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     May 2, 2024 - 9:31 am

Si Voltaire viviera en el mundo de hoy, sumaría más preocupaciones a las que experimentó en su época por ser un librepensador cuyas obras tuvieron la particular propiedad de irritar a todos los poderes, de la orilla que fueran. En la actualidad se vería más afectado por dos razones: demostrar que sí dijo (o no) la célebre frase que le atribuyen (con muchas variaciones) “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, y porque, si la pronunció, honrarla podría costarle de verdad la vida o la libertad, sobre todo si recalara en cualquier régimen totalitario de los que agobian a varias naciones.

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Esa frase que le echan encima a François-Marie Arouet (1694-1778), verdadero nombre de Voltaire —quien, a propósito, finalmente murió en París, no por defender la opinión de nadie, sino por una grave enfermedad, en medio del éxito, los aplausos por su recién estrenada obra de teatro ‘Irene’ y, además, multimillonario por ser uno de los mayores rentistas de Francia— está en los cimientos de lo que hoy se conoce como libertad de expresión, estrechamente relacionada con la libertad de prensa, cuyo día se conmemora este 3 de mayo.

Pareciera un contrasentido que un hombre forrado en plata se preocupara por las libertades de los demás por encima de sus propios intereses, pero no fue así. A sus 35 años, ya había decidido que su vida avanzaría en procura de tres objetivos básicos, empezando por uno pragmático que aseguraría la consecución de los otros dos. Las principales preocupaciones de Voltaire en la Francia del siglo XVIII hacen parte del debate nacional hoy en Colombia: quería hacerse rico lo más pronto para no llegar a viejo sin ningún ingreso y tampoco morir en la miseria, y fomentar la tolerancia combatiendo el fanatismo. El tercer objetivo era difundir el pensamiento del científico Isaac Newton y del filósofo liberal John Locke.

Si Voltaire dijo o no que defendería hasta la muerte el derecho de otra persona a expresar su opinión, es tarea de los historiadores establecerlo. Sin embargo, sí quedó para la posteridad el hecho cierto de que participó en procesos judiciales que desembocaron en la abolición de la tortura judicial en Francia y otros países, sentando las bases de buena parte de los derechos humanos, con lo que promovió valores civiles como la tolerancia y la libertad ante los dogmatismos y fanatismos. Llamaba “infame” a cualquier opresor del libre pensamiento.

De hecho, una de sus más célebres obras fue el ‘Tratado sobre la tolerancia’, en el que estimula ese valor humano fundamental relativo al respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Pero Voltaire lo enfocó en las religiones, por lo que atacó de frente el fanatismo religioso, fue un férreo defensor de la libertad de cultos y criticó las guerras religiosas por considerarlas unas prácticas violentas y bárbaras. En resumen, dijo con vehemencia que nadie debe morir por sus ideas y consideró el fanatismo una enfermedad que se debe combatir y extirpar.

Día de la Libertad de Prensa

Dos siglos y medio después, las ideas de Voltaire no pierden vigencia, y eso las hace evidentemente universales, no solo por su validez a pesar del paso del tiempo, sino porque también parecen concebidas sobre realidades como los totalitarismos que atenazan hoy a diferentes pueblos del mundo, varios en Latinoamérica, o sobre otros sistemas políticos que parecen estar en curso de llegar a ese estadio que reprime las libertades civiles, entre ellas, las de expresión y la de prensa, persiguiendo periodistas y cerrando medios de comunicación.

Por eso, el espíritu de Voltaire revolotea cada vez que se invoca la libertad de prensa, para cuya conmemoración la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó, en 1993, el 3 de mayo de cada año, una fecha elegida para que coincidiera con el aniversario de la Declaración de Windhoek, en donde los representantes de medios de comunicación africanos recogieron los principios de la libertad de prensa.

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Pero esa libertad —que supone el derecho humano a expresar en los medios de comunicación las opiniones e ideas, y a informar sin temor a represalias— es una manifestación de la libertad de expresión, otro bien jurídico garantizado como fundamental desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art. 19): “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Además de eso, otras normas que son vinculantes (obligatorias) para los Estados también se ocupan de ese derecho a este lado del mundo, como la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Y, particularmente en Colombia, el Artículo 20 de la Constitución dispone que “se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación”.

Asesinatos de periodistas en Colombia

Pese a semejante arsenal de normas, el derecho a la libertad de prensa pervive en el país con fragilidad y amenazado. De acuerdo con un informe de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) enfocado en el año 2023, los funcionarios fueron “los principales agresores” contra medios y comunicadores. Documentó 460 casos de ataques dirigidos a 505 periodistas y reveló una situación preocupante para su labor en el país. Hay que decir también que la ONG encontró “incremento de las agresiones por parte de funcionarios a periodistas en los últimos tres años”, lo cual involucra los gobiernos de Iván Duque y Gustavo Petro.

El documento subrayó que, durante el año pasado, los servidores públicos, incluyendo al presidente Petro, estigmatizaron a la prensa por abordar temas relacionados con su gestión y las elecciones. Las agresiones físicas y verbales por parte de funcionarios se concentraron en Bogotá, Antioquia y Valle del Cauca, con un total de 121 casos documentados. La amenaza fue la agresión más recurrente, con 158 casos reportados, aunque se observa una disminución en comparación con años anteriores.

A esto se suma la violencia de grupos armados ilegales, un factor al que la Flip atribuye 81 acciones intimidatorias registradas el año pasado en 20 departamentos del país. Esa violencia llegó al extremo en 2023 en casos como el asesinato del periodista Luis Gabriel Pereira, en Córdoba. Este año, a mediados de abril, también fue asesinado en Cúcuta el periodista Jamie Vásquez, y, antes de acabar el mes, se reportó la desaparición del comunicador Juan Alejandro Loaiza en Huila. Todo esto se añade a la lista de la Flip de 164 periodistas asesinados en Colombia por su oficio desde 1977, lo que da una media aritmética, en estos últimos 47 años, de un comunicador muerto cada tres meses y medio.

La aterradora evidencia muestra que en Colombia la tolerancia —de la que habló y por la que luchó Voltaire, y que se refiere al respeto por la opinión de los otros y por su derecho a difundir informaciones— es una aspiración legítima intimidada, coartada. Lo haya dicho o no el pensador francés, sigue teniendo vigencia esa sentencia con fuerte carga moral, que aún guía a las democracias plenas en el mundo, según la cual la opinión de una persona y su derecho a expresarla tienen una dimensión comparable a la de la vida misma.

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