“Maduro es la guinda de un pastel envenenado que empezó a hornear Hugo Chávez”.

Está justificado echar del poder con un golpe, si es pacífico, al dictador, afirma Salud Hernández-Mora en su columna de El Tiempo. “Maduro es la guinda de un pastel envenenado que empezó a hornear Hugo Chávez alentado por una izquierda planetaria nostálgica y roída, que veía en ese opresor carismático al abanderado de su causa”. Por eso ella señala que en lugar de firmas, hubiera abogado por un golpe de Estado pacífico. Salud se anticipa y asegura que “Maduro y su banda de ladrones no respetarán la voluntad de sus compatriotas. Saben que si pierden el poder les aguarda la cárcel o el exilio cubano, hasta que la pareja de dictadores estire la pata. Cuando desaparezcan los Castro, la isla conocerá la democracia y se acabará el santuario”.

Los nuevos ministros son políticos menores de escasísima presencia nacional

Y contrario a lo que los medios amigos del régimen sostienen, nada le aportan a la paz, critica Rafael Nieto Loaiza en su columna de El País, de Cali. “A Santos le ocurre lo contrario que a Uribe. Este tenía un respaldo popular inversamente proporcional al de sus críticos en los medios. Santos tienen el apoyo casi unánime de éstos y apenas uno exiguo entre los ciudadanos”, agrega. Los recién designados –continúa este columnista- en cambio, le dan mayor presencia regional debido a que todos son de provincia, excepto Clarita, que es de la misma estirpe de Santos. “¿Cómo puede explicarse que salga media docena de ministros y María Ángela Holguín, corresponsable de las derrotas con Nicaragua, siga atornillada a la Cancillería? ¿Acaso no tendrá el último gesto digno de renunciar?”, finaliza.

“Si se firma la paz Colombia pasará a ser gobernada por un régimen chavista”

Esta tesis que repite constantemente el expresidente Uribe y sus aliados merece ser analizada, dice Héctor Abad Faciolince en su columna de El Espectador. La premisa mayor del uribismo es que la guerra se estaba ganando, como mínimo no se estaba perdiendo, recuerda. “Santos sí recibió una partida de ajedrez en la que el contrincante tenía menos peones, menos piezas, y estaba arrinconado atrás, en la selva”, agrega. Pero, según el escritor, lo que el uribismo no perdona es que el Gobierno, en lugar de dar el jaque mate, les propusiera tablas, y se sentara a negociar. Por eso no perder la paz significa cosas simples pero muy difíciles como: “que los autores de crímenes tengan al menos una dosis de castigo real y simbólico; que los exguerrilleros se reintegren a la sociedad civil sin matar y sin que los maten; y que el país siga adelante, con todos los defectos de la democracia y de la política, sin empezar de nuevo un ciclo más de nuestra guerra perpetua”, culmina.

Serpa es una pésima copia de Gaitán

Muy lejos está el decadente Serpa de parecerse al hombre que movía masas y encendía corazones, comenta Abelardo De la Espriella en su columna de El Heraldo. El actual senador encarna todo lo que Colombia quiere olvidar; mientras que el caudillo, el sueño que nunca pudo ser, añade. “Del político apasionado y defensor de las causas sociales nada queda. Serpa ha dejado ver su verdadero rostro: el de un hambriento demagogo que condiciona su apoyo a determinadas causas, de acuerdo con el número de puestos que le entreguen”, opina. El abogado dice que teme dos cosas: La primera: Hasta aquí llegó Serpa con el gobierno; la segunda a Vargas Lleras no lo ataja nadie.

Con la ‘libertad’ la vida nacional ha sido cancerígenamente invadida de toda clase de vicios

Esta palabra hace parte del nuevo discurso que se tomó la mente de los colombianos pero se ha manifestado de forma vergonzosa y destructiva, advierte Rafael de Brigard en su columna de El Nuevo Siglo. “La verdad es que quienes ocupamos la vida en la atención personal de los colombianos, entiéndase, por ejemplo, sicólogos, siquiatras, sacerdotes, pastores, trabajadores sociales, personal médico, consejeros, religiosas y otros más, nos enfrentamos cada día, casi que con impotencia, a la tarea de restaurar vidas que fueron devoradas por ese discurso libertino y aplastante”, asegura. Hace falta en Colombia un discurso profundamente humano que se centré en la dignidad de las personas, no su destrucción, concluye.

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