Leer a la escritora colombiana Margarita García-Robayo (Cartagena, 1980) es adentrarnos en un intenso mundo interior. Todo lo que hemos pensado en momentos de reflexión existencial, lo ha hecho ella ya en forma profundamente poética.

Margarita vivió hasta los 16 años con sus padres —él abogado, ella ama de casa—, junto a cuatro hermanas y hermanos mayores en Cartagena y, estudió en un colegio del Opus Dei en donde, ella misma dice, “siempre fui medio mosca en leche. Estaba claro que yo era la pobre. Era el mejor de la ciudad y mi familia, como la mayoría de las familias cartageneras de clase media, tiene una cosa aspiracional fuerte. Entonces, ¿dónde van a ir las niñas? No hay otra respuesta posible: al mejor colegio.”, con una familia que siempre se cuidó de guardar las apariencias.

Algo que nunca faltó en su casa, fueron los libros. Llegaron a ocupar tres habitaciones de la casa: desde ciencias ocultas y astrología hasta Agatha Christie y Corín Tellado, pasando por los ineludibles diccionarios, una de sus primeras lecturas.

Desde los 16 años fue una nómada, lo que hoy en día ve como un regalo: el beneficio de libertad otorgado por sus padres para poder vivir con el abuelo, las hermanas, el tío y para acostumbrarse a ir por la vida despegadamente con solo una mochila de verdad y otra invisible… ¿Cómo hacerse, pues, cargo de lo que se lleva? Esa ha sido su gran búsqueda literaria. “El secreto es vivir con lo mínimo posible y evitar asentarse. De acá para allá como una mariposa monarca”, dice en “La Encomienda”

Empezó a estudiar derecho, continuó estudiando periodismo, pero con ninguno de los dos se sintió cómoda. Empezó a trabajar en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (hoy, Fundación Gabo) como coordinadora de talleres, y empezó a publicar crónicas en revistas como Soho, Don Juan, Gatopardo, pero la crónica no le satisfacía.

Un síndrome de autosaboteo rondaba su vida: “Los escritores eran gente preparada. Mi educación fue mediocre y los escritores son gente culta. Tienen talento pero además estudian letras, hacen másteres. Se labran un camino. Yo no me estaba labrando ningún camino.”

Y así pues, gracias a que su alma no logró dejarla tranquila y a que se alejó de esa natal Cartagena, hoy tenemos sus maravillosos relatos. Reside, eso sí, en Buenos Aires, con su pareja Mariano Cohn (uno de los directores, junto a Gastón Duprat, de la película El ciudadano ilustre), con quien tiene dos hijos. Porque para Margarita, “la distancia es lo más valioso para escribir sobre algo… no se puede tener la misma seguridad con que se narra si uno está ahí… porque se gana perspectiva, se narra un ecosistema con una visión diferente y que permite identificar el objeto narrado y no inmiscuirse en él.”

El libro que hoy reseñamos, “La Encomienda” (Anagrama, 2022) es una novela que transcurre en Buenos Aires y dura una semana exacta. Todos los meses, la protagonista-narradora, una exiliada originaria de la costa caribe colombiana, recibe encomiendas de su hermana, que siempre llegan en “cajas perfectamente embaladas por fuera pero embutidas de comida podrida por dentro… Las fotos de la encomienda que llegaban mojadas entonces parecían fantasmagóricas”.

Su familia está constituida por tan solo su hermana y su madre, una mujer que “necesitaba aire como si tuviera pájaros con alas que la rasguñaran por dentro”. El relato trata de una exploración del vínculo de esa niña-adolescente-adulta con su madre – ese mismo que exploró con la figura paterna en “Hasta que pase un huracán” (Laguna Libros, 2015). Una mamá nerviosa, enfática, tosca, exuberante con aliento de pasiflora – para perder la consciencia – y con olor a guiso, a cilantro, a ajo; ese olor como factor de nostalgia. Una mamá con la que solo convivía – en una agreste casa frente al mar -, los fines de semana porque la abuela Vicky – con olor a café – ha obligado a las hermanas a vivir con la tía Victoria y a estudiar en un buen colegio.

Y así, desde el inicio del relato, nos percatamos de que la protagonista ha elegido el exilio como evasión del origen familiar, un origen que no se puede modificar, en el que se lee tenuemente que el verdadero patriarcado latinoamericano es el abandono y la ausencia del padre que, sin duda, es una especie de dios lejano que nos lleva a concentrarnos en el mundo femenino. Se trata de una búsqueda por entender la propia historia.

Nos dice Margarita que “el parentesco es un recurso inagotable pero no alcanza para todo … es un hilo invisible… capaz de transformar mentiras en memoria … con los años se aprende que para mantener la armonía familiar lo adecuado es neutralizarnos, aparentar que entre esos seres no pasa nada … lo cual supone un enorme esfuerzo…” Para García-Robayo, los padres son el hueco en el que uno pega el ojo para espiar la infancia…

Y en medio de ese exilio llega una encomienda en una caja enorme, una encomienda que, como si fuera magia… tiene que ver con esa figura materna, lejana, problemática. Y lo trastorna todo. Según Margarita, la encomienda de la caja negra que llega es una metaforización de lo humano… cada uno lleva una caja negra por dentro… uno tiene la oportunidad de abrirla y empezar a enfrentarse.

La llegada de esa encomienda trastoca el micromundo de la narradora. Su ecosistema, en el que la gata de la portada del libro -Ágata- juega un papel transversal, y en el que encontramos a sus amigas Marah y Julia, a su novio Axel, su jefe Eloy, y a sus vecinos, sufre una ruptura, una grieta por la que empieza a derramarse un tiempo pasado, cuyo sabor creía ya conocido y “chuleado” pero que, descubre, ha juzgado sin todos los elementos conocidos. Su madre tendría, seguramente, mucho que decir sin saber cómo hacerlo.

Y la llegada de esa encomienda es el disparador de las reflexiones más hondas y crudas de la narradora. Sobre el amor nos dice que el amor envejece en forma de gratitud y que si tuviera que escoger una palabra para reemplazar la palabra amor escogería aturdimiento, y que “autoinmolación” es el nombre científico del amor.

Sobre el llanto, nos dice: “lo bueno del llanto es que arrasa con pesares atorados que nunca son los del momento sino otros. Se llora por lo pasado y por lo que ni siquiera sabemos que va a pasar y cuanto más intenso es nuestro llanto, más intensa es la corriente que se lleva todo por delante.”

Pienso que la inconsciencia que tienen los hijos sobre las madres dedicadas provoca severos juicios en la adultez. Por regla general siempre querrán lo mejor para sus hijos, “No bastaba con parirlas… después tocaba ponerles cosas en la cabeza. Para que alguien que si sabía les ponga esas cosas en la cabeza.”. Y llora uno imaginando como seria esta triste escena frente a una casa en el mar.

La autoflagelación como respuesta y la culpa como vivencia: “vives en una cueva y ellas cada vez que vienen, te traen la luz … Cuando se iban – las hermanas -, siempre tenía la sensación de que quedaba algo pendiente. Hasta que no vinieron más…”

Para la autora relatar el mundo interior a través de la literatura, más que retratar una realidad de hechos o de pensamientos, es su intento por subvertir todas las versiones instaladas de la vida. En una reciente conversación con Camilo Hoyos para la plataforma de historia y literatura de Juan Camilo Vergara en YouTube, nos confiesa que “le encanta el mecanismo de la pregunta infinita, ese no tener paz” porque “en ese ejercicio se encuentra mucha más verdad que si se toma una hipótesis para ser demostrada.”. Para ella “escribir es un proceso de ordenar lo que puede ser caótico y oscuro como es la vida…. Es iluminar. Hay algo profundamente terapéutico en la experiencia literaria (leer y escribir)”, al mas puro estilo de Ricardo Piglia toda literatura debe ser de autoayuda…

Y la cavilación final se va para el tema central del libro: el engendramiento, el origen. “(…) Cuando alguien deja de existir se lleva un pedazo de uno, un pedazo material, completo, no solo un cumulo de memorias y cuando alguien nace estrena rasgos viejos, viene con una carga de pasado que será siempre más grande que su futuro. Eso es engendrar: desprenderse de un trozo de materia y de historia, entregárselo al mundo para que no se pudra contigo, la resistencia a extinguirse, el empeño en perpetuarse, un deseo mezquino y narcisista.”

Leer a García-Robayo es leer, sin géneros, sobre la intimidad, con crudeza pero con ternura, con una delicadeza sobre la crueldad del pasado y la rudeza del presente. A ella le gustaría oír que su libro surtió un grado enorme de eficiencia en mi espíritu (el mexicano Jorge Hernández lo llama sortilegio), así, sin temor a decirlo: atravesé con ella esa experiencia, de principio a fin, trayendo como resultado el no querer dejar de leerlo desde que lo comencé.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.