Por: El Colombiano

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Este artículo fue curado por Santiago Avila   Ago 31, 2023 - 8:12 am
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En los bajos de la estación Parque Berrío del metro de Medellín hay un negocio que “abre puertas” a las 5 de la mañana y “cierra” a las 7 de la noche.

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Tiene dos turnos, varios trabajadores y un solo dueño, como cualquier otro negocio. Pero este, compuesto por termos blancos con tapas de varios colores, no es uno cualquiera: surte de tinto a casi todo el centro de Medellín, de “perico” al que no le gusta el café a secas y de colada con quesito al que se las tira de pinchado y no quiere líquido sino algo espeso, para luego cucharear.

Y aunque muchos tinteros se las tiran de ser los que más venden o los que hacen el tinto más apetecido, lo cierto es que Carlos dice que fue el primero que llegó con termos de tinto a esta zona cuando por los bajos del metro no pasaban peatones sino carros. Eso fue en el 96 ó 97, Carlos no recuerda bien, pero fue el primero; y llegar primero, aunque muchos otros lleguen luego y también tengan éxito en el negocio, parece ser todavía motivo para sacar pecho.

Carlos dice, también sacando pecho, que trabaja 14 horas diarias. El camello comienza en la madrugada o, mejor, a media noche. A esa hora la mamá del jefe, Beatriz, comienza a preparar el tinto.

Son ollas grandes, de 100 litros, las que calientan y luego hierven el tinto que se distribuye por los vericuetos de La Candelaria. La preparación se hace en Barbacoas, una cocina especializada a la que Carlos no nos lleva porque queda a 30 minutos a pie y a la que solo va a recargar los termos.

De una de las 17 cocinas que hay en el sector salen 140 termos sobre las 5 de la mañana que luego terminan bajo una sombrilla azul, amplia, en las afueras del cerramiento que esta alcaldía le hizo a la Plaza Botero. Allí no para la brega, dice Eduardo, un venezolano de 24 años que llegó a Colombia hace 6 años con su familia y que luego de trabajar en diferentes negocios se colocó como el “administrador” del turno de la mañana en este punto tintero.

Pero es quien administra las entregas, el dinero que entra y las devueltas. Porque Carlos es el administrador logístico, dice él mismo, quien está al pendiente de los termos; que estén cargados, que haya suficientes, que los devuelvan en buen estado. A las 8 de la mañana, dice Eduardo, los termos se vacían por completo y hay que volver a donde Beatriz, a las cocinas de Barbacoas, para recargarlos. Así, de termo en termo, pueden vender hasta 800 en el día. Y esa, que es más una multiplicación que una regla de tres, es con la que chicanean más tarde Carlos y Eduardo.

Los dos lucen distraídos o parecen embelesados en recibir dinero y entregar termos. La mecánica del negocio, dice Carlos, quien tiene 59 años y lleva casi 30 en la zona, la dirige doña María Eugenia y el patrón. ¿Y cómo se llama el patrón? Doña María Eugenia. Pero no, ella es la esposa del patrón, ¿cómo se llama el Patrón? Ah, James, el esposo de doña María Eugenia. Carlos reconoce entre risas que allí manda la señora y no el marido, quien coge el otro turno: el de 2 a 7 de la noche.

Volviendo a los cálculos, el negocio se mueve así: a $ 2.200 el termo de tinto, a $ 2.800 el de perico y a $ 4.000 el de colada. Pero esta venta es al por mayor: quienes se encargan de mover el tinto por todo el centro son las mujeres y en menor medida hombres que terminan trabajando con doña María Eugenia y James, pero que se entienden la mayor parte del tiempo con Eduardo y Carlos.

Mientras cuenta cómo funciona el negocio, el primero toma notas en una seguidilla de hojas que muestra la trazabilidad del negocio. Hay nombres, en su mayoría de mujer, y aunque ahora llegan hasta más de 100 en la lista, en su momento fueron 400, explica Eduardo. Allí se apuntan los termos que sacan las muchachas fiados en principio.

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Sí, dice Carlos, es que así funciona: nosotros les soltamos los primeros termos y ya luego ellas, cuando los venden, traen la plata. Para sacar más termos sí deben pagar por anticipado. Y es que hay unas “trabajadoras”, como les dicen en ocasiones, que llevan hasta diez termos en el día. Y es justo aquí donde vienen las proyecciones: pueden vender el vasito a $ 1.000, $ 1.500 o a como lo pague el cliente. Eso explica la ganancia y la cantidad de termos que salen al por mayor durante el día.

La otra proyección es que de cada termo salen 10 tintos, como mínimo, por lo que de 800 vendidos a diario saldría tinto para 8.000 personas. Y aunque la cifra sale a vuelo de pájaro y podrían ser menos, la mera aproximación respaldaría fácilmente lo que dicen Eduardo y Carlos entre los dientes: que sí, que aunque en la zona hay varias cocinas y que aunque cerca haya tres puestos más de distribución, ellos son los que más venden.

El día es largo y aún falta para que el segundo turno llegue. Carlos dice que el auge en la venta de tinto comenzó en realidad en 2007 y que luego aumentó con la llegada de extranjeros a la zona. A Eduardo le preguntamos por qué su tinto es el más rico y dice, tímido, que no es recalentado como el de la competencia. Y un cliente, que llega en el momento, lo confirma: además dan trabajo, dice, son como una microempresa.

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