¿Quién ordena las chuzadas?: pregunta con redoblante incluido que nadie responde

Nación
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En la escandalosa ecuación hay certeza de quiénes son víctimas, y, con relativa precisión, quiénes las vigilaban. Pero otro actor sigue agazapado en la sombra.

Ese actor, por ahora incógnito, por el que todo el mundo pregunta y del que nadie da cuenta, es el que viene despertando las mayores inquietudes de los ciudadanos y de los analistas. Por él les han preguntado los periodistas a las autoridades sin obtener una respuesta precisa.

Seguramente, con el anuncio del fiscal Francisco Barbosa de llamar a interrogatorio al general (r) Nicacio Martínez, excomandante del Ejército, se comience a desenredar la pita hasta llegar a quién o quiénes ordenaron espiar a políticos, periodistas y defensores de derechos humanos, entre otros. Pero aún hay que esperar el desarrollo de esa acción judicial.

Mientras eso ocurre, hay opinadores que se aventuran a indicar quién puede haber dado la orden de chuzar, en esta nueva temporada de una práctica que viene de muy atrás, a 130 personas, un hecho que expuso la revista Semana.

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Pero lo hacen de manera muy general, con pistas vagas. Por ejemplo, Cecilia Orozco Tascón, directora de Noticias Uno y columnista de El Espectador, respondió así en Twitter a la pregunta de Daniel Samper Ospina sobre quién creía ella que era el destinatario de la información de las chuzadas: “Yo lo sé, usted lo sabe, todos los sabemos pero nadie puede decirlo porque me, lo o nos meterían a la cárcel por difamar al angelito”.

Juan Pablo Calvás, en su columna de El Tiempo, duda que se trate de “unos renegados dentro el Ejército que hacen lo que les da la gana, sin que sus superiores se enteren”. Creer (“o hacernos creer”) eso lo califica de “torpeza”.

“Una cosa es que a un director de inteligencia o a un comandante de fuerza le metan uno o dos goles con unos seguimientos para nada legales, ¡pero 130! Para armar esas 130 carpetas se necesita más que un creativo community manager y mucho más que unos ingeniosos oficiales”, hace notar Calvás.

Para este columnista, también es una “inconmensurable torpeza” que “pasen y pasen y pasen los días y nunca se sepa quiénes ordenaron esas actuaciones por parte de inteligencia del Ejército y a quienes se les entregaba esa información”.

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También emplea el calificativo de “torpeza soberana” en este caso porque considera que con el escándalo y sin saber quién dio la orden “las cabezas de las Fuerzas Militares y del Ejército están quedando como un cero a la izquierda dentro del organigrama del sector defensa”.

“Torpeza es que cinco meses después de las primeras denuncias aún no se sepa quién dio las órdenes ni a quién le entregaban esa información. ¿Acaso no hay verticalidad en el mando? ¿O es que nuestra inteligencia es viva para seguir a quienes son señalados como voces divergentes al Gobierno, pero es muy, pero muy torpe para mirarse en el espejo?”, pregunta Calvás en el cierre de su columna.

Alberto Martínez, en El Heraldo, también avanza en el ‘perfilamiento’ del personaje que puede estar ordenando las chuzadas. Lo hace a partir de la caracterización de quienes le obedecen, primero. De ellos, dice que “en unas ocasiones intrigan para ganar favores o reconocimientos de sus superiores; en otras, arman complots muy bien elaborados para perseguir o espiar a los que asumen como enemigos de su jefe”.

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“Se trata de alimañas de patas cortas, que cargan en la cabeza una especie de glándulas paratoides con las que van repartiendo veneno por donde pasan”, sigue Martínez en su dibujo. “Son arribistas, entrometidos y aduladores hasta el cansancio. […] Uno los encuentra en los cocteles, salas de espera, despachos asesores… O, paraguas en mano, abriendo la puerta de los carros oficiales. O activando centrales de inteligencia en un cuartel militar”.

Por la manera en que describe a los que se podrían denominar los autores materiales de las chuzadas, “sapos”, en palabras de este columnista, se puede inferir que no actúan solos y que dependen de ese autor intelectual que ordena desde la sombra: “Se consideran bendecidos por el dios supremo de la lambonería, y blindan a su regente con celo para que nadie más se le acerque. […] No admiten ninguna crítica contra lo que defienden, de manera que andan armando dosieres formales sobre las personas que osan abrir su boca”.

“Vetan y desaprueban, según el poder que les haya dado el patrón. ‘No es de los nuestros’, dicen, y como si se tratara de jueces de orden, imparten sentencias”, asegura, y alerta sobre el hecho de que “entre los sapos” hay unos más peligrosos que otros. “Entre estos se encuentran los que se autodenominan defensores del régimen, porque creen que donde están hay uno y este tiene muchos enemigos. En ese trance, no se miden: husmean llamadas, revisan redes, hacen seguimiento ‘de inteligencia’”.

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