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El mandatario desacató sentencia del Consejo de Estado y volvió a ocupar espacio de canales privados de TV. Citó a Simón Bolívar con su espada desenvainada.
El presidente Gustavo Petro anunció que este martes su Gobierno presentará a la opinión pública las preguntas de la consulta popular que él mismo propuso después de que se hundiera en el Senado la reforma laboral que también impulsa. Pero pareciera que la realidad y las necesidades de los trabajadores no tuvieran el suficiente peso por sí mismas, pues el mandatario debió apelar —para motivar a sus seguidores, que él llama “el pueblo”— a los mitos históricos, al simbolismo de la espada de Simón Bolívar, para conseguir la movilización que de nuevo convoca.
(Le interesa: Consulta popular convocada por Gustavo Petro puede volverse ‘plebiscito’ en su contra)
Antes de comenzar el consejo de ministros, que nuevamente ocupó este lunes por la noche el espacio ‘prime’ de los canales privados de televisión, con lo cual el mandatario desacató la sentencia del Consejo de Estado, aseguró que él mismo llevará, el próximo primero de mayo, el texto de la consulta popular al Senado. Lo hizo en un breve aviso de un poco más de 400 palabras en las que mencionó nueve veces la palabra “pueblo” y otras nueve la palabra “popular”, dando la idea, como lo viene haciendo desde el comienzo de su administración, de que sus determinaciones son las del pueblo, cuyo único representante es él.
“El primero de mayo, el Día del Trabajo, las y los invito a duplicar las marchas que hicimos la vez pasada en todo el país, para presentar, yo mismo lo haré, al Congreso y al Senado de la República, específicamente, el texto [de la consulta popular] para que empiece su debate”, dijo el presidente Petro, sin siquiera considerar que ese día es festivo en Colombia, por lo que el Congreso no sesiona. “Queremos que, si esta consulta popular es del pueblo, pues es el mismo pueblo el que debe salir a defenderla, y que debe hacerlo con contundencia, en paz, como siempre lo hemos convocado; en alegría popular”.
El mandatario también dijo que eso se debe hacer “en un estatus diferente, que es el pueblo que manda y ya no el pueblo que obedece. No es el pueblo que se arrodilla, sino que se mira de frente entre sí, y mira de frente las instituciones para dar las órdenes. Ese pueblo lo queremos este primero de mayo en todas las plazas de Colombia, y ojalá por millones demostrando a quienes hoy intentan amordazar al pueblo de Colombia que no va a ser posible, que la consulta popular va porque va, porque es una decisión popular”.
En este pasaje de su alocución, el mandatario, como lo hace con frecuencia, se arrogó la vocería del pueblo. Si la determinación de una consulta popular fue suya por el fracaso de su reforma laboral en el Legislativo, ¿por qué asegurar que “es una decisión popular”? La respuesta es clara: porque el presidente Petro cree encarnar al pueblo. Después, apeló al símbolo de la espada de Simón Bolívar y a su memoria, y dijo que la iba a sacar ese día. “Creo que hay que desenvainar la espada para repetir una frase que el Libertador pronunció en su momento, y es que hasta que no haya justicia social en Colombia no se envainará la espada, sino continuará desenvainada”.
Además, le atribuyó a la espada un cariz mítico popular, como si se tratara de una Excalibur de forja mágica, al asegurar: “Me parece que esa espada debe guiar hoy la consulta popular, debe guiar más que el presidente al pueblo de Colombia, y por tanto saldrá a exponerse ese día”. Pero, en la realidad nacional, nada tiene que hacer la emblemática arma del Libertador frente al mecanismo de participación ciudadana que organiza el mandatario, que remató con otra perla: “Es Bolívar el que en el fondo convoca la consulta popular […]”.
De nuevo: si la convocatoria a la consulta popular la inició y la lidera el presente Petro, ¿por qué asegurar que “Bolívar es el que convoca la consulta popular”? La respuesta vuelve a estar clara, pero en un nivel superior: porque el mandatario encarna al Libertador. Esas son las conclusiones no expresas (como los entimemas aristotélicos) que se desprenden de los planteamientos del jefe de Estado.
En este punto, resultan sorprendentemente ilustrativos los conceptos del famoso historiador y escritor Yuval Noah Harari, que, en su más reciente libro, ‘Nexux’, le dedica un esclarecedor apartado al tema de los populistas y el populismo. Según Harari, el populismo valora el principio democrático básico de que, en democracia, se considera que “el pueblo” es la única fuente legítima de autoridad política, de que “solo los representantes del pueblo deben gozar de autoridad para declarar guerras, aprobar leyes y recaudar impuestos”, pero, “de alguna manera, extrae de él que un único partido o un único líder han de monopolizar todo el poder”.
“En una suerte de alquimia política, el populismo consigue que la búsqueda totalitaria del poder ilimitado derive de un principio democrático aparentemente impecable”, continúa Harari. “El gran hallazgo de los populistas consiste en afirmar que en realidad solo ellos representan al pueblo […]”, e insiste en que, “incluso aunque obtengan un número reducido de votos, los populistas pueden seguir creyendo que solo ellos representan al pueblo”.
Una parte fundamental del credo populista se basa, según Harari, en que “el pueblo” no es “un conjunto de individuos de carne y hueso con intereses y opiniones variados, sino más bien un cuerpo místico unificado con una única voluntad, ‘la voluntad del pueblo’”. Para ilustrar esta idea da un ejemplo excesivo (como más adelante lo admite): “Quizá el principio más conocido y extremo de esta creencia semirreligiosa sea la consigna nazi ‘Ein Volk, ein Fürer’, que significa ‘Un Pueblo, un País, un Líder’”.
“La ideología nazi defendía que el ‘Volk’ (pueblo) tenía una única voluntad cuyo auténtico representante era el ‘Fürer’ (líder). Al parecer, el líder poseía una intuición infalible para saber qué sentía y qué deseaba el pueblo […]. El hecho de que hubiera ciudadanos alemanes que disintieran del líder no significaba que este pudiera estar equivocado, sino que los disidentes pertenecían a un grupo de traidores extranjeros —judíos, comunistas, liberales— y no al pueblo”.
Harari reconoce que “el caso nazi resulta, desde luego, extremo; y no es justo acusar a todo populista de ser un criptonazi con inclinaciones genocidas. Sin embargo, muchos partidos populistas niegan que ‘el pueblo’ pueda contener una diversidad de opiniones y de grupos de interés. Insisten en que el pueblo real solo tiene una voluntad y en que solo ellos la representan. En contraste, describen a sus rivales políticos —aunque estos gocen de un apoyo popular sustancial— como ‘élites extrañas’. Así, Hugo Chávez optó a la presidencia de Venezuela bajo el eslogan ‘¡Chávez es el pueblo!’”.
También cita al filósofo político alemán Jan-Werner Müller (de su libro ‘Whats Is Populism’), para quien “un populista se define como tal cuando afirma representar al pueblo y considera que cualquiera que no esté de acuerdo con él —ya se trate de burócratas estatales, de grupos minoritarios o incluso de la mayoría de los votantes— o es víctima de falsa consciencia o realmente no forma parte del pueblo”.
Si bien el populismo, que representa una amenaza para la democracia, “coincide con esta en que el pueblo es la única fuente legítima de poder, la democracia se basa en entender que el pueblo no es nunca una entidad unitaria y que, por lo tanto, no puede poseer una voluntad única”, agrega.
En su texto, Harari se refiere al caso de Venezuela, pero hay otras dimensiones del populismo que advierte, y que describe como si hubiera tenido por objeto de estudio y análisis el caso de Colombia. “El populismo socava la democracia de otra manera, más sutil pero igualmente peligrosa. Después de haber declarado que solo ellos representan al pueblo, los populistas afirman que el pueblo no solo es la única fuente legítima de autoridad política, sino la única fuente legítima de ‘toda’ autoridad. Cualquier institución cuya autoridad derive de algo que no sea la voluntad del pueblo es antidemocrática”, dice el historiador.
En ese sentido, el concepto abarca la permanente confrontación del presidente Petro con las otras ramas del poder público, la Legislativa y la Judicial, y sus constantes ataques contra la prensa, algo que Harari describe con asombrosa precisión: “En cuanto que representantes autoproclamados del pueblo, los populistas buscan monopolizar no solo la autoridad política, sino todo tipo de autoridad, y tomar el control de instituciones tales como los medios de comunicación, los tribunales y las universidades. Al llevar al extremo el principio democrático de ‘el poder del pueblo’, los populistas se vuelven totalitarios”.
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