Diez años después de los atentados de París, cómo el trauma sigue afectando a las familias

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Mientras Francia conmemora el décimo aniversario de los atentados del 13 de noviembre, un nuevo estudio analiza cómo el trauma continúa marcando a las familias afectadas y transformando la vida de la siguiente generación: los niños que eran pequeños cuando los ataques sacudieron París.

Mientras Francia conmemora el décimo aniversario de los atentados del 13 de noviembre, un nuevo estudio analiza cómo el trauma continúa marcando a las familias afectadas y transformando la vida de la siguiente generación: los niños que eran pequeños cuando los ataques sacudieron París.

Han pasado diez años desde que atacantes perpetraron una serie de atentados coordinados en la capital francesa que dejaron 130 muertos y sumieron al país en el terror. Pero las secuelas de aquella noche siguen presentes en innumerables vidas: desde los supervivientes y las familias de las víctimas hasta los equipos de emergencia que acudieron en su ayuda. Entre ellos están también los niños que crecieron a la sombra del 13 de noviembre.

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Algunos perdieron a sus padres; otros presenciaron el trauma que marcó a los suyos durante años. Para estas familias, la última década ha sido un esfuerzo silencioso y constante por adaptarse a un acontecimiento que cambió sus vidas para siempre. Su recorrido, tanto el de quienes lograron reconstruirse como el de quienes siguen lidiando con el dolor, está en el centro de un estudio pionero sobre el trauma dirigido por investigadores franceses.

Años de reconstrucción

Para Caroline Jolivet y su esposo Christophe, aquel fin de semana iba a ser especialmente animado. Tenían entradas para asistir al concierto del grupo Eagles of Death Metal en la sala Bataclan el viernes 13 de noviembre de 2015, además de otros conciertos previstos para los días siguientes.

“La filosofía de Christophe era que descansaríamos cuando fuéramos mayores”, recuerda.

Esa noche, Caroline decidió quedarse en casa con sus hijos, de 2 y 6 años. Acostó a los niños mientras su marido se dirigía al concierto. Apenas dos horas después, las noticias sobre los ataques empezaron a difundirse por la televisión y la radio.

“Los niños estaban dormidos cuando me enteré”, cuenta. “Pasé toda la noche llamando a los hospitales, pero no tenía noticias suyas”.

Cuando amaneció, sus hijos preguntaron dónde estaba su padre. “Solo les dije que estaba en el hospital y que no podíamos ir a verlo”, recuerda. “Sabía que algo muy grave había pasado, pero aún no sabía que había muerto”.

Christophe murió instantáneamente, alcanzado por disparos en el foso del Bataclan. Caroline no recibió la confirmación oficial hasta el lunes por la noche. “Perdí completamente el rumbo. Todo se derrumbó”, dice.

En medio del caos, tomó conciencia de que debía seguir adelante por sus hijos. “Tenía que ser funcional, tenía que arreglármelas sola. Pero la verdad es que no lo eres”, admite.

Poco después acudió a la unidad de crisis creada en el ayuntamiento del distrito 11 de París, donde fue derivada a un terapeuta especializado en trauma. Allí recibió apoyo para afrontar el trastorno de estrés postraumático (TEPT). También buscó ayuda para sus hijos.

“Hubo un momento en que pensé que no podría soportarlo. Por un segundo, quise estar con Christophe. Pero rápidamente aparté esa idea: no podía abandonar a mis hijos”, cuenta. “Decidí hacer todo lo posible para ofrecerles algo parecido a la vida que habíamos imaginado”.

La pérdida violenta de su padre dejó huellas profundas en los niños. Durante tres años se resistieron a dormir. “La noche se convirtió en el momento en el que se podía perder a un padre”, explica.

Con el tiempo, Caroline notó que sus hijos expresaban sentimientos de culpa parecidos a los suyos. “Decían cosas como que no deberían haberlo dejado salir, o que querían haber estado con él, aunque yo nunca hablara así delante de ellos”, recuerda.

Su búsqueda de soluciones la llevó a cambiar de profesión. “Se convirtió en una obsesión, y al final encontré herramientas que funcionaban”.

Dejó su trabajo como gestora de proyectos digitales en la revista Le Nouvel Observateur y se formó como hipnoterapeuta y especialista en sofrología. Hoy ha publicado varios libros infantiles sobre el trauma. “Quería ayudar también a otras personas”, dice.

Un trauma “radiactivo”

Las consecuencias psicológicas de los atentados de 2015 fueron profundas. Una encuesta de salud pública de 2019 reveló que el 54 % de las personas que perdieron a un ser querido sufría TEPT y el 49 % padecía depresión grave.

“En 2015 los psicólogos sabían muy poco sobre el trauma”, explica Thierry Baubet, jefe del departamento de psicopatología infantil del Hospital Avicenne, en Bobigny. “En mi manual de psiquiatría, el trauma ocupaba apenas media página”.

Desde entonces, Francia ha replanteado su enfoque. Se han abierto centros regionales de trauma en todo el país dentro del marco del Centro Nacional de Recursos y Resiliencia, creado por el expresidente François Hollande tras los atentados.

Sin embargo, los hijos de las personas afectadas siguen siendo un grupo poco explorado. “Los padres temen el daño que podrían causar a sus hijos, como si su propio trauma fuera radiactivo”, dice Baubet. “Y es aún más difícil en familias donde uno de los padres murió y el sobreviviente, que está de luto, tuvo que hacerse cargo solo de los hijos”.

El especialista describe casos de niños que reprimen su dolor para no preocupar más a sus padres. “Parecen controlarlo todo, pero cuando el progenitor se recupera años después, ellos se derrumban y caen en depresión”, señala.

Trauma secundario

Bérengère Guillery, neuropsicóloga infantil y directora de investigación en la Escuela Práctica de Altos Estudios de París, lidera un estudio sobre cómo las familias se adaptaron tras haber vivido el trauma del 13 de noviembre.

El proyecto analiza a 240 personas que eran menores de 18 años durante los atentados. Su objetivo: entender cómo se transmite el trauma y cómo se construye la resiliencia, la capacidad de adaptarse y reconstruirse después de un acontecimiento devastador.

La mitad de los participantes estuvo directamente expuesta —porque perdió a sus padres o porque estos fueron testigos de los ataques— y la otra mitad sirve como grupo de control.

Además de entrevistas, el estudio mide niveles de cortisol y realiza pruebas cognitivas.

“Los padres traumatizados modificaron su manera de educar, lo que tuvo un efecto dominó sobre sus hijos”, explica Guillery. “Algunos niños desarrollaron miedo al metro, insomnio o ansiedad constante. Algunos padres se volvieron hipervigilantes; otros evitaron por completo hablar del tema”.

Los niños cuyos padres sobrevivieron también sufren lo que Guillery denomina “trauma secundario”, con síntomas similares al TEPT: recuerdos intrusivos, dificultad para concentrarse o hipervigilancia. Quienes perdieron a uno o ambos padres son más propensos al duelo prolongado y a trastornos depresivos.

“La pérdida de un progenitor es profundamente traumática”, explica la neuropsicóloga. “Entre el 10 % y el 30 % de los niños continúan sintiendo una tristeza intensa mucho tiempo después, lo que puede provocar angustia y dificultades para retomar la vida cotidiana”.

Sin embargo, no todos los casos derivan en sufrimiento crónico. Algunos jóvenes han desarrollado resiliencia y lograron reconstruirse. “El trauma también unió a ciertas familias”, afirma Guillery. “Nuestro trabajo consiste en entender cómo se adaptaron para poder ofrecerles un mejor acompañamiento en el futuro”.

La segunda fase del estudio incluirá a los hijos de quienes vivieron los atentados pero nacieron después de 2015, con el fin de analizar cómo el trauma podría transmitirse genéticamente.

Una nueva identidad

El recuerdo del 13 de noviembre sigue vivo, y los investigadores creen que sus efectos perdurarán durante años.

“Fue un acontecimiento único, pero se reactiva cada vez que se conmemora o se menciona en los medios”, explica Guillery. “Incluso en la vida personal, cuando quienes eran niños en aquel momento tienen hijos, el suceso reaparece y necesita ser integrado de nuevo”.

Para Caroline Jolivet, ese proceso no ha terminado. “Mis hijos son ahora adolescentes y han necesitado apoyo psicológico en cada etapa de su desarrollo. En cada fase, hay que encontrar nuevas palabras y nuevas explicaciones. Es muy exigente”, dice.

“No se trata simplemente de pasar página”, añade Guillery. “Un acontecimiento traumático se convierte en parte de nuestra identidad. El desafío es integrarlo de forma constructiva, no destructiva”.

Este artículo es una adaptación de su original en inglés 

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