COP30: la paradoja china, entre la superpotencia verde y la dependencia del carbón
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Visitar sitioChina, el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero, está instalando capacidades renovables a un ritmo récord. Sin embargo, sigue apostando masivamente por el carbón. Una doble cara que ocupa un lugar central en los debates de la COP30 en Belém, Brasil.
China, el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero, está instalando capacidades renovables a un ritmo récord. Sin embargo, sigue apostando masivamente por el carbón. Una doble cara que ocupa un lugar central en los debates de la COP30 en Belém, Brasil.
Mientras este lunes se inaugura la COP30 en Belém, Brasil, China se impone una vez más como un actor imprescindible en la lucha contra el cambio climático. El país es responsable de casi 12.000 millones de toneladas de CO₂ al año, lo que representa casi un tercio del total mundial. Pero, paradójicamente, también es, con diferencia, el primer inversor mundial en energías renovables. Para comprender esta doble faceta, hay que medir la magnitud del giro energético chino. El país está viviendo una auténtica revolución industrial verde. En el sector fotovoltaico, por ejemplo, Pekín ha instalado en cinco meses tantos paneles solares como los que tiene Estados Unidos en total. Y ocho de cada diez paneles vendidos en el planeta salen hoy de fábricas chinas. La misma dinámica se observa en la energía eólica, donde China representa el 60 % de la producción mundial, al igual que en las baterías para coches eléctricos.
En otras palabras, Pekín domina ahora la cadena industrial de la transición energética mundial.
Leer tambiénAbre la COP30 en Belém con la esperanza de salvar lo que se pueda del multilateralismo climático
Pero esta estrategia va mucho más allá de la simple ambición ecológica. En primer lugar, responde a una lógica económica y geopolítica. Al convertirse en el proveedor mundial de tecnologías limpias, China gana una importante influencia al tiempo que estimula su propio crecimiento. El sector verde representa ahora el 10 % del PIB chino: un verdadero motor de desarrollo para un país en busca de nuevos motores de crecimiento.
Un gigante de la energía solar… que sigue quemando carbón
Sin embargo, esta impresionante imagen esconde otra realidad. China sigue apostando por el carbón, pilar histórico de su sistema energético. En 2024, el 93 % de las nuevas centrales de carbón construidas en el mundo se han edificado en su territorio: nueve de cada diez. Una elección paradójica, pero que Pekín justifica con tres argumentos económicos y prácticos.
En primer lugar, la seguridad energética. De hecho, estas centrales garantizan una producción de electricidad “controlable”, independiente del viento o del sol. En segundo lugar, la demanda: el consumo de electricidad aumenta alrededor de un 5 % anual, impulsado por el crecimiento industrial y urbano. Por último, la geografía. Los inmensos campos solares y eólicos se encuentran en el oeste del país, mientras que las megaciudades y las fábricas se concentran en la costa este, a más de 2000 kilómetros de distancia.
Transportar esta electricidad es caro, por lo que sigue siendo más rentable construir centrales locales de carbón. Así, el carbón sigue siendo el salvavidas energético de un sistema aún en transición. China prefiere “construir antes de desmantelar”: mantener las capacidades existentes hasta que las energías renovables sean plenamente operativas.
La transición verde, un proyecto económico global
Detrás de esta aparente contradicción, la transición energética china se afirma ante todo como un proyecto económico estratégico. Con la crisis inmobiliaria y la desaceleración de las exportaciones, Pekín busca nuevos motores de crecimiento. Y el sector de las energías limpias se impone como la nueva frontera industrial. Según las últimas cifras del Global Energy Monitor, China obtiene hoy más ingresos de la exportación de tecnologías verdes que Estados Unidos de sus exportaciones de hidrocarburos. Un rendimiento que ha sido posible gracias a una sobreproducción masiva, que permite a China vender a precios muy inferiores a los de los productores occidentales. El resultado: el mundo depende ahora de este país para su transición ecológica. Se trata tanto de una oportunidad —los costos mundiales de la energía limpia están cayendo gracias a la producción china— como de una vulnerabilidad estratégica, ya que esta dependencia energética va acompañada de una dependencia tecnológica.
En vísperas de la COP30, Pekín se presenta como salvador del clima y superpotencia oportunista.
“Descarboniza a toda máquina, pero sigue emitiendo carbono al mismo ritmo”: una fórmula que resume perfectamente la paradoja china, entre la ambición ecológica y el pragmatismo económico.
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