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La forma en que se expresa Baena, en el cada vez más inconfundible formato de los ‘youtubers’, ha abierto el debate en algunos sectores de las redes sociales.

El mismo periódico publica que en redes dicen que Baena es “una histérica”, por lo que las audiencias “no son capaces siquiera de escucharla”, y que en esas críticas abundan las insinuaciones sexuales. Revela, además, que la Presidencia, en una respuesta a uno de los capítulos, “utilizó el argumento de que la presentadora sólo ‘se queja’, como si eso fuese razón para deslegitimar la crítica realizada”.

Pero El Espectador no considera siquiera que eso pueda ser así, pese a que las observaciones (no las que sean ofensivas, por supuesto) van desde ciudadanos comunes hasta instancias como la Presidencia.

Por el contrario, adscribe las críticas contra el tono de Baena a “prejuicios fortísimos sobre el rol que las mujeres deberían desempeñar en la sociedad”, y, mediante un ejercicio retórico de amplificación, pone el caso del tono en la esfera de lo social, pues los perjuicios que según ese medio están en la base de las críticas a Baena permean “el resto de relaciones sociales donde ellas se ven discriminadas por su género”.

De hecho, reivindica, desde el título de su editorial, el derecho de las mujeres a hablar, “y no en voz baja”, y también pone el caso del tono de Baena en clave de “discriminación” contra las mujeres. Esa discriminación “se encuentra tan arraigada en la cultura y en los discursos públicos que los esfuerzos que se hacen en su contra ahora cargan con nuevos estigmas y acusaciones de ser innecesarios”, dice.

En esa línea, plantea dos sugestivas preguntas: “¿Cuál es el problema con que una mujer hable con pasión sobre un tema? ¿Por qué eso inhabilita el contenido de sus declaraciones?”.

En el fondo, prácticamente nada de lo que dice el diario es discutible. ¡Por supuesto que las mujeres pueden hablar con pasión de lo que les plazca! Y el tono no debe inhabilitar el contenido de sus declaraciones. La panoplia que esgrime está completa, pero el problema estriba en el objetivo con que la empuña.

Tachar a quienes critican a Baena por su tono y estilo (insistimos en que son desde todo punto de vista reprobables los comentarios sexistas o contra la persona de la presentadora) es obligar por vía del discurso de género a aceptar algo.

Esas voces discrepantes evitan el unanimismo y solo demuestran lo obvio: no todo el mundo está de acuerdo ni comparte el estilo altisonante (aunque parezca raro, hay quienes no les gusta que les hablen así y esperan que les digan las cosas con un tono más atemperado), que dista de los estándares medios de cualquier diálogo o conversación civilizada.

¿Defiende El Espectador el derecho de expresión de las mujeres, que es el mismo de los hombres, o defiende un nuevo proyecto de producto suyo inscrito en una corriente que, como lo acaba de demostrar el chileno Germán Garmendia en la Feria del Libro, es una verdadera mina de oro?

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