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Este artículo fue curado por Marizol Gómez   Oct 25, 2023 - 6:36 pm
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La primera vez que Janeidis Martínez cosió un uniforme fue en el monte, cuando pertenecía a la antigua guerrilla de las Farc. Durante más de cinco años se dedicó a confeccionar las prendas de guerra que vestían algunos de los insurgentes en la Serranía del Perijá, en los departamentos del Cesar y La Guajira. Hoy, siete años después de la firma de los acuerdos de paz, es una de las seis firmantes que lidera el taller de confecciones y la marca de ropa del ETCR Amaury Rodríguez.

El taller, ubicado en Pondores, abrió sus puertas en 2017 con el propósito de aprovechar los talentos y conocimientos de las firmantes de paz para emprender un proyecto productivo que ayudara a su reincorporación a la vida civil. Actualmente son ocho mujeres, seis excombatientes y dos de la comunidad, quienes trabajan diariamente confeccionando uniformes para las cocineras del Programa de alimentación escolar (PAE) en Fonseca, así como prendas de vestir para su propia marca ‘Eliana Confecciones’, una apuesta por tener diseños propios y rendir homenaje a la firmante María Rosalba García, una de las primeras militantes de las extintas Farc.

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Con la marca Eliana, antes conocida como Farianas, las modistas del ETCR Amaury Rodríguez llegaron a Colombiamoda en Bogotá y a ExpoGuajira en Riohacha, dos de las plataformas de moda más reconocidas del país y de la región, donde presentaron sus diseños inspirados en la paz con justicia social.

“La fábrica ha cambiado mi vida y mi manera de vivir, porque ha mejorado mi situación económica, me ha dado la oportunidad de tener un empleo y he aprendido más de lo que sabía”, cuenta Madelene Molero, una joven venezolana de 22 años que se unió como modista al proyecto de las firmantes.

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“La fábrica ha cambiado mi vida y mi manera de vivir, porque ha mejorado mi situación económica, me ha dado la oportunidad de tener un empleo y he aprendido más de lo que sabía”.

Madelene Molero

Moda para la reincorporación y la paz

La apertura de la fábrica de confecciones se hizo realidad un año después de la firma de la paz gracias a la gestión de la Cooperativa Multiactiva para la Paz de Colombia, Coompazcol, que pone a disposición sus instalaciones en Pondores y establece alianzas con organizaciones nacionales como el Sena y Corpoguajira, y con cooperantes internacionales como We Effect América Latina, el Programa Mundial de Alimentos de la Onu, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la Organización Internacional del Trabajo OIT y Save The Children.

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A través del Sena, las modistas obtienen cursos de formación sobre corte industrial de prendas, patronaje y escalado de ropa femenina, y mantenimiento de máquinas de coser industrial, entre otros. Y a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Pnud, obtienen las máquinas de confección industrial.

Gracias a esos recursos, la fábrica cuenta con 14 máquinas planas, dos fileteadoras, dos cortadoras industriales, una bordadora, estampadora, recubridora, botonadora, ojaladora, collarina y sublimadora. Con estas herramientas, las modistas de Eliana jugaron un rol clave en tiempos de pandemia al confeccionar más de 150 mil tapabocas, de los cuales 4.000 fueron donados a las comunidades. Actualmente el taller confecciona no solo uniformes para las empresas, sino ropa casual para quienes deseen comprar e incluso arreglar sus prendas de vestir.

“Con nuestro taller las mujeres encuentran una forma de sostenibilidad económica y también se ayuda a la cooperativa para que sus proyectos sean más sostenibles. Hemos podido hacer contratos con algunas empresas de la región y le hemos brindado servicio a la comunidad de arreglo de prendas de vestir”, destaca Esther Gutiérrez, coordinadora del proyecto.

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Para Wilfran Martínez, director de Coompazcol, la fábrica es una gran oportunidad para “impulsar la participación de las mujeres, que puedan fortalecer sus capacidades y tener más participación en el desarrollo local”.

Además, es un lugar desde el cual las firmantes combaten los estigmas y prejuicios que se tienen sobre las mujeres farianas. “Solo por tener ese nombre la gente comentaba y en los comercios locales no teníamos espacios. Por esa razón y para ser más comerciales le cambiamos el nombre a Eliana Confecciones”, cuenta Gutiérrez.

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La búsqueda de sostenibilidad, mercado y talento humano

Al no contar con un plan de negocios, la fábrica no ha logrado generar nuevos empleos ni ingresos permanentes, situación que esperan superar en un corto o mediano plazo. “Es un taller de confecciones que en estos momentos no tiene una sostenibilidad económica. Solo trabajamos con los pocos recursos que tenemos y los pedidos mínimos que nos llegan”, dice Esther Gutiérrez.

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Los gastos que tienen como empresa varían dependiendo de los materiales, el tipo de tela, y las cantidades que se necesitan. “Tenemos que comprar, por ejemplo, mil metros de tela que cuestan entre 8.000 y 9.000 pesos el metro y en eso se va 10 millones de pesos en promedio para hacer 300 uniformes”, cuenta Gutiérrez. Con esas inversiones en producción, las utilidades que les dejan los contratos son solo un 20 por ciento, dice.

Para Janeidis Martínez, modista de 38 años, lo más difícil de su trabajo es que tienen muy pocos clientes. “En estos momentos no tenemos un mercado (…) entonces no tenemos a quiénes ni dónde ofrecer nuestras prendas”, cuenta.

Esta falta de demanda afecta también el número de producción y de ganancias. “Por el momento no se puede hablar de salario, porque es una unidad productiva que ha tenido dificultades para generar ingresos y empleo a las personas que trabajan ahí, porque se paga dependiendo las prendas que se vendan”, explica Margarita Vásquez, modista y habitante del ETCR de 31 años.

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“Entramos a un mundo donde la competencia es grande y nosotras no tenemos un mercado seguro para sacar producción, tampoco tenemos un salario estable. Eso hace que no se avance cómo que queremos”, agrega Vásquez.

A esos obstáculos, Madelene Molero agrega que “hace falta mano de obra, porque actualmente somos pocas las compañeras que estamos trabajando para todas las máquinas que hay”.

“Entramos a un mundo donde la competencia es grande y nosotras no tenemos un mercado seguro para sacar producción, tampoco tenemos un salario estable”.

Madelene Molero

Janeidis Martínez es modista hace 10 años. Hoy dedica en promedio seis horas al día a confeccionar prendas de vestir. Sabe hacer camisetas tipo polo, cuello redondo, cuello tejido,camisetas en franela, chaleco tipo periodístico, pantalones con bolsillos en varios lados, sudaderas, uniformes de cocina, overoles entre otros.

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Su sueño es que el taller “sea reconocido y tenga un mercado para ofrecer sus diseños a nivel nacional e internacional”. “Quiero que se genere empleo con esta unidad productiva para nosotras y para las mujeres de la comunidad”, dice.

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Ella y sus compañeras tardan 15 días en confeccionar más de mil prendas, un trabajo que implica la colaboración constante entre las unas y las otras. Así ha sido para Margarita Vásquez, quien perteneció durante nueve años en la guerrilla de las antiguas Farc y ahora vive en el ETCR con su esposo e hijos.

“Con las ayudas de las demás compañeras que trabajan aquí pude aprender a coser. Ellas me dijeron: mira, esto es así, la medida es tanto por tanto, se hace así. A medida que una va practicando, pues vas aprendiendo”, cuenta.

En eso coincide Madelene Molero, quien antes se dedicaba a dibujar y pintar murales, pero hace dos años decidió apostarle al proyecto de las modistas de Eliana porque vio en él una oportunidad de empleo.

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“Ahora lo que nos está impidiendo es que nos conozcan, o sea que seamos reconocidos como cualquier otra empresa con su propio mercado, que vende ropa. Lo que necesitamos es visibilidad”, dice Molero.

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