Por: El Colombiano

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Este artículo fue curado por Andrea Castillo   Dic 26, 2023 - 11:44 am
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Ana Isabel Rúa conoce las barriadas de Medellín y le ha tocado lidiar con el horror producido por los grupos armados en el Pacífico colombiano, lo mismo que con la violencia sin límites de los carteles del narcotráfico mexicanos y la guerra de clanes en África, pero lo que más la tiene descompuesta es el sinsentido del recrudecimiento del conflicto que se vive en Oriente Medio, de lo cual también ha sido testigo directa. Ella acaba de estar en Palestina durante cuatro meses con la organización humanitaria Médicos sin Fronteras (MSF), y se vino con el estómago revuelto, porque dejó a sus compañeros en una situación difícil, pero, por otra parte, su mamá que padece de una enfermedad crónica, necesita de sus cuidados.

No duda en afirmar que esta misión fue más difícil que las anteriores porque le ha hecho cuestionar si los seres humanos hemos perdido la humanidad, o es que nunca la hemos tenido.

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Lo dice refiriéndose a los hechos desatados desde el 7 de octubre, una fecha clave porque es el día en que el grupo islamista Hamás atacó varios pueblos de Israel –hablan de que hubo 1.200 muertos– y desde ahí el gobierno de Benjamín Netanyahu desencadenó una ofensiva en la franja de Gaza que deja hasta ahora, según las cifras entregadas por Hamás, más de 20.000 muertos, la mayoría de ellos civiles y hasta niños.

Y a pesar de que Ana Isabel no estuvo propiamente en Gaza, sino en Hebrón y de soslayo en Belén y en los campos de refugiados de Jemín y Nablus –o tal vez por eso– ve más absurdos los argumentos de quienes justifican este actuar, porque en ninguna de esas ciudades actúa Hamás y sin embargo, sus habitantes sufren una represión sin medida, según relata.

El encargo cuando salió de Antioquia era coordinar un programa de apoyo a la salud mental y entrenar a voluntarios para que transportaran heridos a la vez que les controlan una posible hemorragia. El otro componente era hacer efectivas las donaciones de MSF a hospitales del área. Todo iba viento en popa, porque en las tierras palestinas invadidas por Israel ya se acostumbraron a vivir con la soga al cuello, pero cuando ocurren cosas como las del 7 de octubre se las aprietan.

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No tardó en llegar un comunicado de la coordinación de MSF en Jerusalén informando que había “una situación” en Gaza, que sus integrantes debían suspender labores de campo y permanecer en la base. De manera que el libreto cambió, la prioridad era contactar a personas clave dentro de las comunidades con el fin de poder sacar embarazadas hasta los hospitales y enviar medicinas a pacientes crónicos (hipertensos y diabéticos, por ejemplo) mientras se restablecía la posibilidad de que los médicos volvieran a verlos.

Ana Isabel relata que en todo el centro de Hebrón hay una zona a la que conocen como H2, donde los palestinos viven al lado de urbanizaciones de israelíes, de suerte que ese mismo día comenzó a imperar un toque de queda que solo les permite a los palestinos salir una hora en la mañana y una hora en la tarde, y de resto no pueden ir ni siquiera al médico o al mercado por fuera de ese margen.

La situación es peor para los que trabajan en Israel y por tanto quedaron varados, sin qué hacer, con su salud mental afectada. Ana Isabel explica que “era complicado tener la información de ellos porque todo el que es de Gaza resulta estigmatizado como terrorista de Hamás y por eso había que atenderlos rápido”.

Aunque la misión de Ana y su equipo no era propiamente estar cerca del campo de batalla, lo contradictorio era que sí atendían heridos. Así lo relata ella: “Los soldados tienen licencia para matar si ven una amenaza terrorista, pero resulta que para ellos terrorismo es por ejemplo poner una bandera palestina en la fachada de la casa o publicar en redes mensajes por una Palestina libre. Además, si hay gente reunida, por ese solo hecho los consideran peligrosos. Mientras que por ley cualquier israelí puede ir armado, si lo hace un palestino es terrorista. Nos llegó a tocar que dijeran que un día no había electricidad o que cerraban la ciudad –sin entrada ni salida– por aparente capricho o bien porque ese día Hamas hirió a un militar, o porque hubo un mártir, que es como llaman cuando un palestino se inmola tirándoles el carro. Los de Hamás también han llegado a bloquear el acceso a hospitales, lo que quiere decir que la población civil está entre dos bandos intransigentes que no ceden nada.

Como Israel y Palestina (o Cisjordania) están mezclados en un territorio pequeño, de día y de noche Ana Isabel veía pasar a diario los aviones de guerra, las estelas de luz que dejan los misiles y luego escuchaba las explosiones cuando eran interceptados por el escudo de seguridad antiaérea.

En una ocasión aterrizó un artefacto de esos en un campo al aire libre de Belén por donde ella y el equipo solían caminar y también llegaron a caer sobre casas. Y eso que esta no era la zona de combate, porque Gaza queda a una hora aproximadamente.

Ana cuenta su experiencia sin aspavientos ni visos de heroísmo, pero lo cierto es que los excompañeros de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, con los que mantenía comunicación por Whatsapp, temían a diario despertar con una mala noticia. El 8 de octubre, por ejemplo, ella les escribió: “La ciudad donde estoy está en calma y vamos rezando porque no escale más la situación. Toda la ciudad está cerrada desde ayer, aun no sabemos si podemos salir; en Gaza la situación está muy delicada”.

En otro mensaje el parte era que “Israel está matando a todo lo que se mueva. Podemos hacer poco, los caminos están cerrados”, y luego manifestó su preocupación porque una compañera del equipo no había regresado aún. “Anoche no durmieron y yo me encerré a rezar”, remató.

Pero hubo un día en que, según confiesa Ana Isabel, sintió incluso más miedo que la vez que unos armados la tuvieron al frente de un paredón para dispararle, en el Pacífico colombiano. Este día la intención era visitar una comunidad que estaba más aislada que el resto. Un grupo de uniformados los paró con el pretexto de revisar pasaportes. Estaban armados con cuchillos colgados en la pechera y armas de distintas clases. Se diferenciaban del ejército regular israelí porque tenían los uniformes algo desteñidos, el pelo algo desordenado y barba descuidada, pero además porque sus modales eran peores.

Cuando además no aceptaron hablar en inglés sino en hebreo, ella creyó que definitivamente había llegado su hora. La intensa misión de esta médica culminaba a comienzos de octubre pero la extendieron hasta diciembre porque un argentino que debía relevarla tuvo problemas para ingresar a Israel. Andrea Patiño dice que su amiga Ana Isabel volvió hipertensa, subida de peso y más callada que antes. En vista de que ella puede entrar a Israel hasta el 30 de agosto de 2024, la intención es que descanse un tiempo entre los suyos, en un pueblo del occidente antioqueño, y luego ver si retorna o no, probablemente en marzo. Mientras tanto, disfruta de la Navidad e hizo las novenas con su familia numerosa, al lado de un pesebre del que eliminó los patos y los cerdos, dejando solo camellos y ovejas, para hacerlo más fiel a la realidad. Y puso también una casita semidestruida, como para recrear con realismo lo que ocurre en la actualidad en Belén, la cuna de Jesús.

Pulzo complementa: 

La comunidad internacional ha expresado su preocupación por la escalada de tensiones en la zona, lo que complica aún más la situación de los colombianos atrapados.

La embajada de Colombia en la región está trabajando arduamente para brindar asistencia y coordinar medidas de evacuación, pero los desafíos logísticos y de seguridad plantean obstáculos considerables.

La incertidumbre y el temor son compañeros constantes para estos ciudadanos colombianos en Palestina, quienes esperan una pronta solución a esta crisis.

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