Con este sentimiento de incertidumbre, la forma de ver y entender la realidad ha cambiado individual y socialmente.

Y si, como dice la aclamada escritora Irene Vallejos, desafiamos con más éxito la ley de la gravedad que la de los prejuicios, ya que podemos volar a cualquier parte del mundo, pero tenemos demasiadas obsesiones como para respetar a alguien que no es de mi país, no hablan mi idioma o no tienen el mismo color de piel, religión u orientación sexual, parece inútil presumir de sociedades democráticas, modernas o incluso falsamente evolucionadas.

La evidencia es el tratamiento de temas sensibles y complejos como la gestión de las finanzas públicas, la recaudación de impuestos o el controvertido tema del medio ambiente, entre muchos otros.

Este verano, que está llegando a su fin en Europa, Asia y Norteamérica, ha sido el más caluroso en 60 años, con olas de calor infernales que llevaron los termómetros a niveles récord con máximos históricos.

En las sociedades más avanzadas, donde los efectos del cambio climático son evidentes y provocan escalofríos en sus habitantes, el tema ocupa un lugar destacado en la agenda con acciones encaminadas a mitigar el impacto de la contaminación y el paso paulatino a energías limpias.

Aquí este problema con el nuevo gobierno, a pesar de estar en lo más alto de su lista de prioridades, en lugar de encontrar soluciones lógicas, nos trae una visión y un diagnóstico extremos. Una quimera.

Para darnos una idea del debate sobre los combustibles fósiles, su transición a los limpios y lo que tendrá que enfrentar Colombia en este tema, basta revisar las declaraciones y entrevistas del presidente Gustavo Petro, quien había anunciado que no permitiría nuevas exploraciones de hidrocarburos de llegar al poder, entre otras propuestas sobre las que no hay consensos.

En el otro lado de este debate están involucradas millones de personas que viven y trabajan en los departamentos o zonas petroleras del país, quienes reciben cada año grandes sumas de dinero por concepto de regalías para sus presupuestos, lugares donde perdió ese discurso anti petrolero en las urnas.

Los argumentos que defienden la posición del gobierno aparentemente no despiertan el interés general por la dificultad de su interpretación.

Tanta rigidez, obviamente, tiene alarmados a economistas, a los empleados de Ecopetrol y a sus accionistas, quienes califican de incomprensibles estas ideas del presidente.

Durante la campaña se creía que este discurso no era más que una amenaza de la llamada agenda verde globalista difícil de implementar, pero ahora la realidad es que se puede concretar, como en el tenis, en error no forzado. Es decir: “…Cuando fallas un punto porque cometiste un error que podría haberse evitado…”

Lo cierto es que por el momento nadie, ningún tratado comercial ni siquiera ambiental, ni la OEA ni la ONU, obliga a Colombia a reducir significativamente su exploración y/o explotación de hidrocarburos, afectando gravemente su economía. Aunque al mercado global no le importa si ese es el caso o las ideas del nuevo gobierno.

Quienes se oponen a esta idea presidencial muy específica agregan que la nueva reforma tributaria también tiene como objetivo sofocar la inversión en el corto plazo y frenar la explotación actual mediante un fuerte aumento de las tasas impositivas en los sectores de minería y energía.

Las mismas voces creen que las sanciones contra Rusia por la invasión a Ucrania le abren una oportunidad para que los países, pequeños productores como Colombia, incrementen cuanto puedan su producción de barriles diarios, y para eso es necesario continuar la exploración.

Estamos lejos del millón de barriles al día. Pero bajar de los setecientos mil que hoy producimos puede dejarnos, como dicen coloquialmente, sin cinco.

El valor del petróleo, que ahora ronda los 83 dólares el barril, podría aumentar, como se proyecta, y estar por encima de los 100 dólares si la guerra en Ucrania empeora o se alarga, lo cual sucederá.

De momento, y en ninguna proyección, un producto que no sea la droga, si fuera legal, que por ahora no lo es, o un impulso a otros sectores formales podría aportar la constante cantidad de dinero que se traslada desde el nivel central a las regiones como el de las regalías petroleras.

Los industriales reunidos en la asamblea anual de la Andi, califican como un disparate a esta idea anti extractivista, ya que 6 de cada 10 pesos del total exportado corresponden a petróleo, gas y carbón.

Sin embargo, al margen del alto espíritu medioambiental, lo peor que puede pasar no es tanto el impacto en la economía si se lleva a cabo esta idea, como quiere el presidente, sino la poca o nula contribución que haríamos para mitigar el cambio climático una vez realizada.

En conclusión, cualquier esfuerzo, por bien intencionado que sea, no cambiará la realidad del verano en el mundo ni del temible invierno que se avecina.

El exsenador Jorge Robledo, exmiembro del PDA y ex copartidario de Petro hoy en otras y lejanas Orillas, ilustra perfectamente la situación:

“Europa ratifica el gas como energía verde en el mundo. Y aquí Gustavo Petro y su ministra de Minas, quieren que Colombia deje de producir gas, pero que, eso sí, lo sigamos consumiendo importado de Venezuela.”

Y cierra su trino con una advertencia: “No es un chiste cruel, aunque parezca.”

PDT: Les dejo una entrevista con el Doctor en políticas públicas y magíster en Urbanismo Luis García sobre la problemática de los mal llamados BICITAXIS que tanto caos ha generado en las últimas semanas y sus problemas de regulación.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.