Soy un adicto a las noticias. Un ‘yonky’ news. No puedo dejar de consumir y buscar la información más relevante del mundo. Y una en particular me tiene en alerta. El verano que tiene azotado al continente europeo.

En el Reino Unido, las temperaturas superaron los 40 grados centígrados el martes 19 de julio, según el New York Times.

Para que se den una idea, en Barrancabermeja Santander, quizás uno de los lugares más calurosos del país, ese mismo día la temperatura fue de 31 grados centígrados. Es decir, 9 grados menos.

¿Te imaginas lo que significa para el cuerpo soportar este calor? ¿O cómo pueden ser las temperaturas en el transporte público o un vehículo particular o en la calle bajo el sol abrasador del medio día a esas temperaturas?

El tema puede no ser relevante para muchos, ya que el debate del clima tiene sus propias peculiaridades. Un tema lejano si no te afecta. Lo ves en mucha de la información, pero no sabes realmente qué tanto puedes hacer para mitigar el cambio significativamente.

En algunos casos las previsiones son desafortunadas, pero más lamentables son los efectos que han tenido los gases contaminantes al aumentar en al menos un grado el calentamiento global del planeta.

Y, sin embargo, muchos siguen sin creer, aunque, como en Europa y Asia, podemos ver las consecuencias.

El artículo del Times, citó a Kai Kornhuber, investigador en el Observatorio Terrestre Lamont-Doherty, Universidad de Columbia, quien estudia el fenómeno de las olas de calor y da un parte bastante aterrador.

“…Los extremos de calor persistente pueden tener impactos severos en los ecosistemas y las sociedades, incluido el exceso de mortalidad, los incendios forestales y las malas cosechas.

Aquí identificamos a Europa como un punto caliente de la ola de calor, exhibiendo tendencias ascendentes que son de tres a cuatro veces más rápidas en comparación con el resto de las latitudes medias del norte durante los últimos 42 años.”

La fuerte ola de calor afectó a los países europeos y ha provocado terribles incendios en España y Francia, con al menos 67.000 personas evacuadas e innumerables daños materiales, medioambientales y, en principio, más de 200 muertos.

En África no se quedan atrás, aunque se sabe muy poco sobre ellos.

Los 54 países africanos que hoy conforman el continente tienen realidades políticas y meteorológicas diferentes. Algunos cálculos poco optimistas pronostican que, si estos calores continúan, antes de la década de 2030, vastas zonas alcanzarán temperaturas superiores a los 50 grados, lo que hará prácticamente imposible la existencia humana, y obligará a millones de personas a huir del calor e irse a Europa.

Ese calor extremo tiene repercusiones inmediatas para la salud de las personas. Puede afectar el sistema cardiovascular en la tercera edad o pacientes con enfermedades preexistentes.

Lamentablemente, la guerra entre Ucrania y Rusia va para los 6 meses y la mayoría de los analistas y políticos vecinos a la zona en disputa aseguran que el enfrentamiento ya escaló a conflicto mundial.

Como consecuencia de ello, la revista The Economist, y algunos expertos consultados a propósito de la imposibilidad de tener la cosecha de trigo de Ucrania una de las más grandes del mundo o de los fertilizantes derivados del petróleo que vendía Rusia, anunciaron una nueva hambruna mundial.

Lo paradójico del asunto es que nada de esto es nuevo. Hace casi 100 años la hambruna en esos continentes fue una realidad. El libro del historiador y escritor Timonthy Snyder, Tierra de sangre, lo recuerda con gran exactitud:  “…En la Europa central y del este, a mediados del siglo XX, los regímenes nazi y soviético asesinaron a unos catorce millones de personas en el curso de sólo doce años, entre 1933 y 1945, años durante los cuales Hitler y Stalin coincidieron en el poder…

…Aunque en el tramo central de este periodo sus tierras natales se convirtieron en campos de batalla, todas esas personas fueron víctimas de políticas criminales, no bajas de guerra. En nombre de la defensa y la modernización de la Unión Soviética, Stalin supervisó la muerte por inanición de millones de personas y el asesinato de otras setecientas cincuenta mil en la década de 1930.”

Si algo ha demostrado la historia es que lo que ya pasó puede volver a pasar. Entre tanto la inflación está disparada en casi todos los países y el comercio mundial sufre de un caos con el que es difícil lidiar. Los precios de los alimentos están por las nubes y las sequías y falta de agua potable no son anuncios sino realidades.

Los hechos complejos también se extienden a los Estados Unidos. En New York, en el Bronx, la tierra se comió una miniván ante los ojos de los vecinos como en las películas. El calor acompañado de tormentas eléctricas y mucha lluvia tiene al borde de un ataque de nervios a los ciudadanos en la capital del mundo. Y con alertas por calor en buena parte del país.

No sé si me anticipo, pero estas noticias nos llevan a pensar que paulatinamente las migraciones de ciudadanos desesperados por los cambios de clima, las inundaciones y el desastre climático y ambiental los traerá a estas sufridas tierras donde aún es posible vivir y cultivar, donde el calor es soportable.

Realmente, el debate, más allá del consenso mundial por el tan mencionado cambio o transición a otro tipo de energías debería centrarse en que ya no somos nosotros los que nos vamos a ir a vivir otro lugar, sino que vengan acá los que están allá, ante la imposibilidad de poderlo hacer en esos continentes.

Las ciudades colombianas, incluso las más calurosas como Barranca, serán frescas en comparación con el resto del mundo.

Esa será una realidad en menos de lo que pensamos y podría ser una posibilidad o una nueva catástrofe, eso de recibir hordas de gente desplazadas por el clima en el mundo.

Luego recuerdo que soy un ‘yonki’ news y llegó a la conclusión de que vive más feliz el que está menos informado y el que aprecia la vida y la naturaleza sin saber qué es lo que en realidad está pasando.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.