En agosto de 2001, una decena de hombres y mujeres llegó a Hobo, en el corazón de Huila. En ese municipio, que apenas llegaba a los 5.000 habitantes, todos se conocían, especialmente en las zonas rurales, donde predominaban los cultivos de café, que convirtieron a este lugar en un exportador de granos de alta calidad. Era fácil reconocer quiénes eran los nuevos del pueblo.

Aun así, estas personas no levantaron sospechas, inscribieron a sus hijos en la escuela del casco urbano y se dedicaron al rebusque. Supieron ganarse la confianza de la gente. Lo único extraño que observaron los vecinos fue que, a pie, en camionetas viejas o en colectivo, dos de ellos iban frecuentemente a la carretera que une al pueblo con el municipio de Gigante, hacia el sur.

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Llegando a una trocha que conduce a la vereda El Batán, había un largo pedazo de carretera en línea recta de casi un kilómetro de extensión. Los recién llegados solían ir allí para tomar algunas medidas y charlar por horas. Algunos hobeños aseguran que los vieron en varias ocasiones, pero no les pareció extraño.

A mediados de febrero de 2002, a Honorio Suaza, quien hoy es un anciano orgulloso de haber pasado toda su vida en Hobo, le llamó la atención que uno de esos vecinos le pidiera con insistencia los datos de un lugar en el que pudiera conseguir un garaje; un espacio preferiblemente grande para guardar varios carros. Cuando él le pedía mayores detalles, el hombre cambiaba el tema de conversación.

“Cuando me pedían información por los garajes, jamás me llegué a imaginar que se iba a tratar de una operación de las Farc. Ese hombre no parecía un guerrillero como los que desfilaban cerca del pueblo por esos días”, comenta don Honorio.

Así recuerda él lo sucedido el 20 de febrero de 2002, cuando la vida para él y todos los habitantes de Hobo cambió para siempre por culpa de un secuestro que sería la gota que derramó la copa y llevó al presidente de entonces, Andrés Pastrana Arango, a romper el proceso de paz con la guerrilla de las Farc.

“Me acuerdo de que eran casi las 9 de la mañana y de la represa de Betania hacia acá venía un avión grandote que planeaba muy bajito. No podía ver de qué empresa era, creo que era lo último que me importaba. Estábamos muy asustados mirando hacia el cielo, porque venía tan bajo que todos creíamos que iba a chocar con nosotros y así se acababa el pueblito. En cuestión de segundos ese avión bajó cerca de una de las salidas del municipio. Se escuchó como un aterrizaje brusco y cuando quisimos ir a ver lo que pasaba, la vía estaba bloqueada”, narra don Honorio.

A las 8:40 a. m., el vuelo 8091 de la desaparecida aerolínea Aires despegó de Neiva rumbo a Bogotá. Según la piloto que cubría esa ruta, Dorian Ospina, quien dio su versión ante la justicia ordinaria, pasaron menos de cinco minutos cuando cuatro pasajeros se levantaron de sus asientos, tomaron el control de la cabina y repitieron: “Somos la columna Teófilo Forero de las FARC. Desde este momento tenemos el mando del vuelo. En el avión hay una bomba y si no obedecen nos matamos acá todos”.

Horas antes de que esa aeronave de marca canadiense Dash De Havilland saliera de la capital huilense, un grupo de guerrilleros de las FARC se apoderó discretamente de las vías de Hobo.

Algunos de ellos talaron en tiempo récord una larga fila de árboles para que el avión pudiera aterrizar en una zona despejada. Otros, vestidos como trabajadores de Invías, bloquearon los pasos de la salida sur del pueblo hacia la carretera nacional que conducía a Gigante. Mientras tanto, un último grupo de combatientes quemó neumáticos antes de la recta de la vía para que desde el cielo la piloto supiera con esa señal dónde querían que bajaran.

Farid Sánchez es el único periodista de Hobo. En el pueblo lo conocen como el “Corresponsal” y recuerda con muchos detalles el día en el que las FARC ejecutaron ese secuestro.

“Justo antes de que bajara el avión, hacia ese sitio llegaron unas camionetas de unos lotes. Resultaron ser los carros guardados por el señor que le pidió información de garajes a don Honorio. Nadie más podía llegar hasta la pista improvisada, porque los supuestos funcionarios de Invías no lo permitieron. No había policías ni ninguna otra autoridad. Fue un día raro. Cuando ya todo estaba más tranquilo y todos en el pueblo miramos qué era lo que había sucedido, vimos que con la misma madera de los árboles talados, los guerrilleros pusieron una especie de reductores de velocidad para frenar el avión. Cada paso lo tenían muy bien planeado. Duraron seis meses planeándolo a la vista de todos”, cuenta Sánchez.

Un secuestro más para el canje

Jorge Eduardo Gechem Turbay era el presidente de la Comisión de Paz del Senado en momentos en que la ofensiva de los grupos armados nos llevó a tener el pico más alto de masacres y la sensación de que las FARC estaban en las goteras de Bogotá, acechando para tomarse el poder a pesar de adelantar negociaciones con el Gobierno en una zona desmilitarizada que cubría cuatro municipios del Meta y uno de Caquetá.

El entonces senador sabía que era un objetivo de ese grupo armado. En ese momento, las FARC ya habían secuestrado a Óscar Tulio Lizcano (5 de agosto de 2000), Luis Eladio Pérez (10 de julio de 2001), Gloria Polanco (26 de julio de 2001), Orlando Beltrán (28 de agosto de 2001) y Consuelo González (10 de septiembre de 2001).

Así estaba efectuando la amenaza que había proferido el jefe del bloque Oriental, Jorge Briceño ‘Mono Jojoy’, en 1999 de secuestrar políticos para presionar el “canje de prisioneros”, como llamó a la pretensión de que el Gobierno liberara cientos de guerrilleros presos a cambio de la liberación de cerca de 500 militares y policías que tenían en su poder.

Gechem, como otros políticos, estaba en la mira. Por eso siempre tomaba precauciones, manejaba un bajo perfil y cambiaba sus rutinas. De hecho, los registros de la Aerocivil muestran que el pase de abordar del excongresista estaba a nombre de uno de sus escoltas. Ninguna de sus precauciones sirvió. Las FARC planearon su secuestro durante seis meses y ese día lo lograron, llevándose de paso no solo su libertad, sino el proceso de negociación que se adelantaba en San Vicente del Caguán.

En un parpadeo, con el avión de Aires quieto en la carretera, la guerrilla subió a Gechem a una camioneta. En ese instante comenzó un largo cautiverio de seis años, al que se le unirían tres días después la entonces candidata presidencial Ingrid Betancourt y su fórmula vicepresidencial, Clara Rojas.

Al doctor Jorge Gechem se lo llevaron por las trochas de Hobo. La camioneta que lo transportaba, y las otras que lo escoltaban, subieron por El Batán, luego pasaron por Algeciras y posteriormente, ya estando en Caquetá, se perdieron en el monte. Se demoraron casi dos semanas en retirar el avión de la vía y hoy es el día en el que la gente de acá sigue recordando cada hecho, casi que cada kilómetro recorrido de ese avión, como si hubieran estado dentro de la nave”, describen Farid Sánchez y don Honorio.

Hobo, casi tan caliente y húmedo como Neiva, comenzó a ser estigmatizado desde el secuestro de Gechem. Las noticias solo hablaban de ese municipio como el lugar en el que las FARC decidieron hacer trizas la paz con Pastrana. El morbo se apoderó de sus calles y del departamento. Hubo un hecho, revelado por el diario huilense “La Nación”, que despertó aún más suspicacias y supersticiones para abordar un vuelo en el Huila desde ese día en adelante: ese avión con matrícula HK3951X fue el mismo que raptó y desvió Arnobio Ramos, un guerrillero de las FARC (fusilado en agosto de 2002), el 8 de septiembre de 2000, en la ruta que cubría Neiva-Florencia. Su objetivo, también cumplido, era el de llevar la aeronave a San Vicente del Caguán. “Ese avión estaba maldito”, sentencia Farid.

Adiós al proceso de paz

Mientras los habitantes de Hobo intentaban entender lo que había pasado en su territorio, en Bogotá, el presidente Pastrana daba órdenes perentorias: hizo devolver al equipo la oficina del alto comisionado para la paz que estaba en San Vicente del Caguán, reunió de emergencia al gabinete ministerial y a la cúpula militar. Por la noche hizo una histórica alocución televisada y le dijo al máximo jefe de las Farc, Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda: “Yo le di mi palabra y siempre la cumplí, pero usted me ha asaltado en mi buena fe… hoy son ustedes los que tendrán que responder por su arrogancia” y soltó la frase lapidaria: “He decidido no continuar con el proceso de paz con las FARC, he decidido poner fin a la zona de distensión a partir de la medianoche de hoy”.

La historia diría que el desencanto de la sociedad por ese proceso de paz fallido llevaría a la elección de Álvaro Uribe Vélez como presidente de un país que creía que había llegado el momento de buscar una solución militar. Ese fue un punto de inflexión que desembocaría en la más grande ofensiva del Estado contra las FARC con las consecuencias humanitarias que conocimos.

Con el tiempo, en Hobo los habitantes demostraron que de esa situación se podía sacar algo provechoso. Justo al frente de donde frenó el avión, pusieron un restaurante llamado El Aeropuerto, que dejó de existir al poco tiempo.

Hasta allí llegó don José Ninco, un campesino que puso un café, donde sus comensales disfrutan de sus productos y se sientan a hablar y escuchar sobre la que para él es una de esas tristes historias que dejó la guerra en Colombia.

“Una muy buena amiga mía, que se llama Sandra Rivas, tomó una foto en la que varias personas revisan el avión ya vacío. Ella me regaló el retrato original y es parte de la galería que quiero crear en Café Ninco para contar ese y muchos otros relatos de nuestro pueblo. En la fotografía se ve un terreno vacío que hoy es donde queda mi negocio. Es válido recordar la historia y superar lo malo con nuestro café, que es de los mejores del mundo… que se lo diga yo, que por mucho tiempo tuve que esconder esa foto de grupos de inteligencia del Estado, quienes creyeron que dentro de Hobo había aliados de la guerrilla y nos persiguieron sin razón alguna”, concluye José.