“Llevaba muchos meses por fuera del llavero de Petro”: analista, sobre salida de Sarabia
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La renuncia de la canciller es la culminación de un largo proceso de desgaste a la que fue sometida en el Gobierno y que reventó con el tema de los pasaportes.
La meteórica carrera de Laura Sarabia en el gobierno del presidente Gustavo Petro terminó con una gran lección para todos esos funcionarios que se aproximan demasiado al poder. En pocos años pasó de ser una empleada en la Unidad de Trabajo Legislativo (UTL) del entonces senador Armando Benedetti a convertirse en la ministra de Relaciones Exteriores de Colombia, una cumbre desde la que cayó estrepitosamente este jueves.
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Llegó a ser la mujer más poderosa del país. Fue la sombra del mandatario hasta cuando estallaron los escándalos que aún son materia de investigación relacionados con haber sometido a su niñera al polígrafo y con las discusiones que tuvo con Benedetti, por lo que tuvo que salir del Gobierno. Pero el presidente Petro la volvió a llevar a su lado y la instaló como directora del Departamento de Prosperidad Social (DPS) y después como canciller. Pero ese último paso, paradójicamente, el más alto en su vida, fue el inicio de su caída.
Imposible no evocar con la figura de Laura Sarabia el lejano eco del mito griego de Ícaro, el joven a quien su padre, Dédalo, le construyó unas alas (cuyas plumas pegó con cera) para que volara, con la advertencia de no hacerlo demasiado alto, cerca del Sol, ni demasiado bajo, cerca del mar. Pero Ícaro, deslumbrado con la belleza del firmamento y con la música de los pájaros, no hizo caso y se elevó hasta el punto en que los ardientes rayos del sol derritieron la cera y sus alas se deshicieron. Se precipitó al mar después de haber alcanzado las alturas. Murió ahogado.
Algo parecido le pasó a Sarabia al considerar su meteórico ascenso y su triste caída. Lo preocupante es que, en su caso, y a diferencia de Ícaro, Sarabia era quizá la persona más sensata en el Gobierno a pesar de ser también la más joven. Cayó no por ambición, sino por las movidas en el Ejecutivo. Ahora el presidente Petro no contará con ella, sino que queda en manos de su cuestionado ministro del Interior, Armando Benedetti, y del aún más cuestionado nuevo jefe de gabinete, el pastor Alfredo Saade.
Situación de Laura Sarabia venía siendo insostenible
Sarabia sintetiza lo que viene ocurriendo en el Gobierno del presidente Petro. Su radicalización no solo en el discurso, sino en los hechos, al rodearse de fanáticos y activistas, antes que hacerlo con técnicos. De hecho, para muchos, Sarabia salió como efecto de la llegada del pastor Saade y como consecuencia del tema de los pasaportes. Este miércoles, Saade informó que, por orden presidencial, se haría cargo de la impresión y expedición de esos documentos, pese a que es un proceso estrictamente técnico del resorte de la Cancillería.
Así, en lugar de liderar el proceso, Sarabia pasaría ahora solo a firmar como canciller lo que hiciera Saade con los pasaportes, incluso, como se ha advertido, con irregularidades. Pero la asfixia para Sarabia en el Gobierno donde antes brilló y voló muy alto viene desde hace unos seis meses. La han apretado desde el ministro Benedetti y la directora del Dapre, Angie Lizeth Rodríguez Fajardo, que limitan el acceso al presidente y tienen mucho que ver con su agenda. Lo de los pasaportes es el detonante de la salida de Sarabia del Gobierno, pero la causa es que el presidente Petro dejó de ser su jefe. Su jefe pasó a ser el pastor Saade.
El analista Juan Carlos Flórez aseguró en Noticias Caracol que Sarabia “llevaba muchos meses por fuera del llavero del presidente Petro, por fuera del círculo íntimo”. También dijo que, en la pelea entre Benedetti y Sarabia, “ella había ganado después de los escandalosísimos audios en los que Benedetti amenazó con hablar y tumbar el Gobierno. En esta nueva fase, Benedetti le había ganado la puja a la canciller. Petro la desautorizó prácticamente en todo: no ha firmado nombramientos de nuevos embajadores y en este suceso tan grave de los pasaportes claramente Petro tiene como objetivo que la firma que los tuvo durante años [Thomas Greg] no tenga ni siquiera ese chance de prestar el servicio provisionalmente”.
Lo que le pasó a la canciller debería ser tenido muy en cuenta por otros altos funcionarios que tienen como norma de conducta y como dogma el principio de obediencia debida para con el jefe de Estado. O creen que por gratitud deben obedecer ciegamente sus órdenes. Ella, por el contrario, se ve como “una servidora pública convencida de que transformar a Colombia exige decisiones valientes, diálogos honestos y una brújula ética clara. En ese espíritu, celebré con entusiasmo lo que consideré justo, y también expresé mis desacuerdos con respeto y convicción”. Así lo expresó en su carta de renuncia.
“En los últimos días se han tomado decisiones que no comparto y que, por coherencia personal y respeto institucional, no puedo acompañar”, sostiene Sarabia en su misiva. “No se trata de diferencias menores ni de quién tiene la razón. Se trata de un rumbo que, con todo el afecto y respeto que le tengo [al presidente Petro], ya no me es posible ejecutar”. La canciller, pese a su profundo afecto por el presidente, quizá no quiere correr la suerte de varios exfuncionarios que acompañaron al entonces alcalde de Bogotá Gustavo Petro en su embeleco de las basuras. Hoy están empapelaos o investigados. Y él, en la presidencia.
Ahora la pregunta que se hace el país es quién va a reemplazar a Sarabia en la Cancillería. No son pocas las voces que indican que el presidente Petro podría nombrar a Benedetti o incluso al mismo pastor Saade. Por la forma en que el mandatario elige a sus funcionarios, a los que califica más por su activismo y sumisión que por sus condiciones técnicas, esa es una posibilidad plausible. Lo único cierto es que quien llegue al cargo tendrá de inmediato un pasaporte a los problemas.
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