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La última intervención del ejército estadounidense en A. Latina fue hace 36 años en Panamá, donde una dictadura era narcotraficante y desconoció elecciones.
La información de los últimos días según la cual Estados Unidos tiene desplegados tres destructores con misiles guiados Aegis muy cerca de las costas de Venezuela, una acción en la que participan unos 4.000 marineros e infantes de marina, para combatir a las bandas de narcotráfico que se mueven a sus anchas por esas aguas, trajo de inmediato el recuerdo de la última acción militar de gran envergadura del ejército estadounidense en América Latina: la invasión a Panamá, ocurrida en 1989.
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Esa acción, que se adelantó entre el 20 de diciembre de 1989 y el 31 de enero de 1990 con el código militar Operation Just Cause (Operación Causa Justa) derrocó al dictador Manuel Antonio Noriega, cuya figura y comportamiento son prácticamente los mismos de la cabeza del régimen venezolano, Nicolás Maduro, que ya ordenó el despliegue de 4,5 millones de milicianos para enfrentar las posibles acciones no contra el pueblo venezolano, sino contra el denominado Cartel de los Soles que él lidera, según la justicia de Estados Unidos, por lo que aumentó a 50 millones de dólares la recompensa.
De hecho, la administración del presidente Donald Trump ha explicado que se trata de un esfuerzo para combatir a los carteles de la droga y a favor de la seguridad nacional de Estados Unidos. Para ese fin, el despliegue que tiene preocupado a Maduro hoy incluye el Grupo Anfibio Listo y la Unidad Expedicionaria de Infantería de Marina, bajo el Comando Sur, a los que se suma un submarino nuclear de ataque, varios aviones de reconocimiento B-8 Poseidón, destructores y cruceros de misiles.
Cuando Estados Unidos intervino en Panamá desplegó 27.000 soldados, con los cuales, al cabo de mes y medio de acciones principalmente en Ciudad de Panamá y Colón, derrocó a Noriega que, como Maduro, también se parapetó y preparó una suerte de resistencia impulsada, más que con razones, con grandilocuentes y estridentes discursos antiestadounidenses en los que vociferaba e insultaba al presidente que había ordenado su captura, George H. W. Bush. El dictador incluso se caracterizó por amenazar a Estados Unidos blandiendo un machete.
Hoy las cosas han cambiado y muchos desestiman la idea de que tropas de Estados Unidos se metan en Venezuela. Además, el régimen de ese país no está aislado debido a las estrechas relaciones que sostiene con potencias como China y Rusia, que no van a dejar perder lo que significa el territorio venezolano para sus intereses geopolíticos. Pero el presidente Trump también ha dado muestras de que no se detiene ante nada, y su administración busca recuperar ese papel de policía del mundo impulsado por la consigna de hacer de nuevo grande a Estados Unidos.
Pese a eso, no se pueden dejar de lado circunstancias que igualan a Venezuela con la Panamá que fue liberada por la acción militar Causa Justa. Si bien el hecho que precipitó la decisión de Estados Unidos fue la muerte de un militar de ese país en una reyerta con soldados panameños, las mayores motivaciones eran al menos dos. Primero, la manera como la dictadura de Noriega (que había sido colaborador de la CIA y ya llevaba 10 años en el poder) se había entregado de lleno al narcotráfico, al punto de que un año antes de la invasión fue acusado por grandes jurados federales estadounidenses por varios cargos relacionados con las drogas.
La segunda guarda una asombrosa similitud con el régimen de Venezuela. El año en que Estados Unidos fue por él, Noriega había anulado los resultados de las elecciones generales que ganó el candidato de la oposición Guillermo Endara. A Maduro el mundo le cobra el robo de las elecciones del 28 de julio de 2024 en las que resultó ganador el opositor Edmundo González Urrutia. Sin mostrar las actas de los escrutinios (algo que sí hizo la oposición), Maduro usurpa el poder desde entonces con la bendición de los chavistas Consejo Nacional Electoral (CNE) y Corte Suprema de Justicia.
Para Estados Unidos, por boca de su secretario de Estado, Marco Rubio, Maduro no es el presidente de Venezuela, así que una acción en su contra no constituiría el derrocamiento de un mandatario legítimamente elegido, sino la remoción de una organización terrorista y narcotraficante que usurpa el poder y subyuga a los venezolanos. Pese a semejante argumento, una muy buena parte del mundo no vería con buenos ojos la intervención. Organismos como la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Organización de los Estados Americanos y la Unión Europea podrían descalificarla por ser violatoria del derecho internacional.
Maduro ha calificado la decisión de Estados Unidos como una amenaza “extravagante, estrambótica y estrafalaria” del “imperio en decadencia”. Pero ese “imperio en decadencia” le tiene armada ya una acción militar que no solo puede servir para operaciones de inteligencia y vigilancia, sino también como plataforma de lanzamiento para ataques selectivos si se llegara a tomar una decisión en ese sentido. En el palacio de Miraflores, en todo caso, deben estar repasando la historia y viendo con preocupación la suerte que corrió Noriega.
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