Un reflector y un micrófono son los elementos que identifican a quienes son los ‘stand up comedies’ o comediantes.

Frente a ellos, en un nivel algo más bajo, estamos los invitados. Todos con la importante labor de medir la calidad de las historias y sus intérpretes. Y la única forma es a partir de la risa, de esa expresión espontánea, que surge no en la cara sino más abajo del vientre y prácticamente a lo largo del tronco y las extremidades.

Historias como el feminicidio y las partes del cuerpo, con juego de palabras entre sustantivos masculinos y femeninos. Ibrahim, el musulmán, que juega con la b y la p, mostrando con gran agilidad y gracia, el porqué la gorda Fabiola lo llamó a hacer parte del programa Sábados Felices.

Y así como sus historias, Santiago Gordo, un comediante experto en lo que ha sido el desarrollo de esta creativa actividad del stand up comedy en la escena bogotana y colombiana. Gordo comienza precisando la diferencia con los cuenteros. “Ser cuentero es muy diferente a hacer stand up comedy”, recalca el joven Gordo, ya que el comediante se burla más de sí mismo. Las historias son más que todo propias.

Mientras José Mario Briceño, el amigo que me invitó a conocer, un poco más a fondo, un mundo dominado cada día más por los jóvenes, donde la creatividad es una norma, ya que existe un compromiso entre los comediantes para no repetir las rutinas. Por eso para Briceño, de casi cincuenta años, resulta difícil relacionarse con estos veinteañeros. “Yo hablo de mis hijos, de esas experiencias de adultos”, que se distancian de los llamados “milleniams”.

Y ahí comienza un diálogo, donde Gordo, a pesar de su juventud, habla de los orígenes de un género que  tiene inicios en famosas comedias norteamericanas como Jerry Seinfield, que fue generando un nuevo esquema para hacer reír de una manera inteligente. Y yo recuerdo a Robin Williams, quien comenzó también como comediante, para luego ser un gran actor cómico, recordado, entre otros, por su papel como Patch Adams, y quien tuvo una trágica muerte.

En la escena colombiana, y especialmente bogotana, se han destacado personajes como Gonzalo Valderrama, quien turnó su carrera universitaria con su pasión por la cuentería. Hablando de sí mismo, de sus problemas mentales, de su bipolaridad, Valderrama se fue convirtiendo en uno de los maestros de lo que pasó de ser cuentero a ser comediante, o algo difícil de traducir “stand up comedy”.

Sin embargo, tal vez el caso de mayor éxito en Colombia es el de Andrés López, quien con su “pelota de letras”, ha puesto a reír a varias generaciones, pasando por la recordada “generación de la guayaba” y otras como la x, la y o la z.

Mientras Valderrama buscaba desligarse del género, que se hacía especialmente popular en las plazoletas universitarias, los hermanos Arango, Alberto y Julián, y su amigo Antonio Sanint, combinaron este nuevo género teatral con apariciones en la televisión nacional. El stand up comedy “Ríase el show” fue otro gran acontecimiento. “No importa quien seas, lo importante es saber quién es uno mismo” podría ser una frase representativa de los comediantes.

Casi como tantos comediantes, existen diferentes estilos de representación. Uno de los más complejos es el “one liner”, que busca generar, en una sola frase, una expresión de humor. Uno de los más representativos fue Diego Parra Duque, quien con un gran esfuerzo logró construir mágicas historias, donde a partir de cortas frases, generaba además de risa, un proceso de interpretación mental.

Aunque son un pequeño porcentaje, también hay mujeres que se destacan, entre ellas están Bety Monsalve y Catalina Guzmán. Temas como lo difícil de vestirse o las relaciones sentimentales, han permitido que ellas lleguen a programas como Central Comedia, que se transmiten en toda Latinoamérica.

Llegar a ser comediante es una difícil profesión. Se necesita una práctica permanente. La participación en esta actividad se da a partir de talleres, de pruebas de acierto y error, donde el público y otros comediantes hacen las veces de jurado. Este estricto medidor que no perdona, que de manera espontánea responde, con la risa y en últimas los aplausos, a esos apuntes, a esas creativas historias.

Orígenes del stand up comedy 

Primo Rojas creció en entorno de los llamados “ñeros”, esos personajes de la calle que tienen una particular forma de hablar,  y así logró construir un mundo literario y también en el escenario.

Por su parte, Gonzalo Valderrama se dedicó a enseñar los detalles,  tanto de contenido como de técnica. Ritmos y pausas, y el uso magistral del lenguaje, con la norma de jamás parecerse a otro, son las claves para llegar a ser un comediante. Mientras el público hace las veces de editor.

Otro tema de discusión es el de en que momento los cuenteros se transformaron en comediantes. En Colombia, tal vez el proceso comenzó hace seis años, cuando “accidentalmente” RCN grabó un espectáculo en el bar “el sitio” y lo transmitió por TV.

Isabela Santo Domingo y Alejandra Ascárate, dos mujeres contradictorias y feministas, además de actrices, fueron popularizando este tipo de expresión dramática y por qué no humorística. Otros nombres como Ricardo Quevedo y Freddy Beltrán han ido ocupando un espacio en esta escena, donde se puede alcanzar la fama y además hasta vivir de lo más valioso: hacer reír.

Gonzalo Valderrama creó el club de la comedia, como una manera de educar a quienes por amor o mejor por “humor” al arte, entendieron que encontrar una forma original de contar sus historias. Luego sitios como el bar “a seis de manos” han servido para practicar de manera gratuita y llegar a profesionalizarse y ganar entre 40.000 y 50.000 pesos.

Otros espacios como el teatro R-101 han servido para profesionalizar la actividad. Así Ibrahim, un joven de origen árabe, quien comenzó a los 16 años y hoy tiene 20, sigue siendo un promotor de los comediantes. Él acompaña a sus nuevos colegas en la oscura buhardilla, buscando, tal vez, descubrir a alguien talentoso.

Nombres como Sergio Leguizamón y David Celiz que se presenta en grandes escenarios como el parque Tunal. La experiencia hace que la gente se quede. Muchos sueñan con llegar al Comedy Central en México, que es como un premio Oscar, para todos aquellos que deciden dedicar a su vida a hacer reír no solo a los colombianos, sino a todos los hispanoamericanos. Como una “invasión colombiana” se ha dado en ese programa, donde los participantes han tenido que aprender a hablar en un “lenguaje neutro”.

Temas como la depresión laboral, el sexo, el machismo, el feminismo, la calle, el amor, el afecto. Y a la manera de un gimnasio, los comediantes practican día tras día. Con el lema de que “se crece cuando se fracasa”, los jóvenes van construyendo sus personajes y sus mágicas historias, donde plasman sus vidas y su imaginación. Y la escena se amplía más allá de Bogotá.

Aunque la capital es un referente latinoamericano; Bucaramanga, Medellín, Cali y Villavicencio han visto crecer su público, donde la idiosincrasia, los diferentes estilos, hacen que el oficio se vuelva negocio, en el sentido que los comediantes reciban un pago justo. “No está mal ser cuentero, lo que hay que diferenciar es contar cuentos, de ser comediante o tan sólo de hacer reír”.

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