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Este artículo fue curado por Santiago Avila   Ago 31, 2023 - 11:23 am
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El pasado jueves 17 de agosto se presentó un fuerte sismo con epicentro en el departamento del Meta. En Bogotá, por su cercanía, se sintió con una fuerza de 6.1 grados en la escala Richter, según el Servicio Geológico Colombiano.

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El evento, confirmaron las autoridades, dejó una víctima mortal, al parecer por el pánico que causó el sismo y su posterior réplica. Además produjo afectaciones en algunas edificaciones, no solo en la capital sino también en poblaciones del área de influencia del epicentro.

Sin embargo, el evento sísmico revivió una antigua historia que durante casi dos siglos ha permanecido en la memoria de los capitalinos: la maldición del terremoto que destruirá a Bogotá. Otros aseguran que la historia real habla del hundimiento de los cerros Monserrate y Guadalupe, que haría desaparecer la ciudad.

Verdad o mito, la historia de esta profecía no pierde vigencia. Todo lo contrario: noventa años después de haber sido lanzada, un evento sísmico de gran magnitud le recordó a Bogotá la posibilidad de que no quedara piedra sobre piedra.

Y así, cuando en los meses de agosto un fuerte sismo ha hecho alarmar a la capital, la mayoría de las personas recuerdan con temor la maldición del padre Francisco Margallo y Duquesne.

El origen de la maldición

Francisco Margallo y Duquesne (1765 – 1837) fue un sacerdote que vivió para la entonces Santafé de Bogotá. La capital era una ciudad pequeña cuando apenas despuntaba el siglo XIX. Pero, sobre todo, era profundamente religiosa.

Distinto a la fe católica, solo habían algunas asociaciones masónicas en la ciudad, que surgieron desde la época de la independencia. Personajes como Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander y José María Córdova hicieron parte activa de ellas.

En el año 1827, según lo registran los libros históricos de la capital y el archivo del Banco de la República. se presentó un robo en la Capilla del Sagrario, adjunta a la Catedral Primada de Colombia, en el centro de Bogotá.

El padre Margallo, quien para entonces trabajaba en la cercana Iglesia de San Diego, una de las más antiguas de Bogotá, no pudo contener su enojo por la profanación de este sitio sagrado para los católicos.

“El 31 de agosto de un año que no diré, sucesivos terremotos destruirán Santafé”, fueron aseveraciones del sacerdote. Como por una condena con palabras de fuego, la población se alarmó. El religioso tenía fama en la capital por supuestamente poseer los dones de visión y profecía.

En agosto de ese mismo año un fuerte sismo sacudió a la ciudad. Por fortuna no hubo mayores afectaciones, según los registros históricos. Pero la reciente profecía del sacerdote dejó sembrada la expectativa en la población.

Noventa años más tarde Bogotá reviviría la historia. Las palabras del sacerdote volvieron a la memoria de los bogotanos en una madrugada en la que los movimientos tectónicos dejaron los rastros de la destrucción.

El 31 de agosto…

Agosto 31 de 1917, 6:36 de la madrugada. Un fuerte sismo con magnitud aproximada de 6.9 grados sacudió el amanecer bogotano. La ciudad seguía siendo pequeña, una villa que se extendía poco a poco sobre la sabana.

Según registros del Servicio Geológico Colombiano, su territorio no superaba los 24 kilómetros cuadrados, el extremo norte de la ciudad llegaba hasta la actual localidad de Chapinero. Al menos 100.000 personas habitaban la ciudad.

Las quintas o fincas de recreo que se ubicaban en la zona de Chapinero fueron las más afectadas. Al menos 300 edificaciones, entre ellas templos como la Catedral Primada y Iglesia de Las Nieves, sufrieron grandes afectaciones.

Unas 40 edificaciones quedaron completamente destruidas. Seis personas fueron halladas sin vida bajo las ruinas de los muros caídos en la Basílica Menor de Nuestra Señora de Lourdes, en Chapinero. El temor por la maldición del padre Margallo revivió en la capital.

El terror por la posibilidad de que la ciudad desapareciera de un plumazo, como lo había augurado el sacerdote, hizo despuntar los nervios de muchas personas.

Según registros de atención del evento sísmico, además de quienes murieron por golpes con ladrillos y cornisas de los techos de algunas construcciones, varias personas sufrieron colapsos nerviosos y ataques al corazón.

Parecía ser el fin de la capital. Pero, entre todo, la destrucción de una gran porción de las edificaciones de la ciudad dio lugar a la consolidación de una zona con construcciones nuevas, más modernas para la época y que aún hacen parte de la identidad arquitectónica de la ciudad.

De nuevo tiembla en Bogotá

Tras 56 años del gran temblor de tierra, la memoria de los ciudadanos tembló de nuevo con la misma fuerza con la que se movió su suelo. La historia ha construido el relato con una imprecisión: siendo la 1:25 p. m. del 30 de agosto de 1973, se presentó un fuerte sismo que sacudió a Bogotá.

El hecho no sucedió el 31 de agosto, como se ha difundido en el relato capitalino, tal vez para hacer coincidir el evento natural con la profecía del padre Margallo.

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Según el archivo histórico del Servicio Geológico Colombiano, el sismo tuvo una magnitud de 6.3 grados. El epicentro fue la población de Convención, en el departamento de Santander. En Bogotá tuvo una intensidad de 5 puntos, con registro de daño muy leve.

Por fortuna el evento no dejó los mismos daños que el primero, registrado en 1917. Pero el movimiento de las placas tectónicas sí refrescó en la memoria la profecía o maldición del padre Francisco Margallo.

Una vez más el temor de que los cerros tutelares hundieran la ciudad, implantó el miedo y los rezos en las bocas de los pobladores.

¿Temblará de nuevo en Bogotá?

Tras el sismo de 6.1 grados de magnitud que se presentó el 17 de agosto en Bogotá, la sombra de la profecía del padre Margallo apareció de nuevo en el relato de los ciudadanos.

Ahora la capital es distinta, con construcciones diseñadas para resistir a una larga lista de eventos naturales. El evento sísmico, que tuvo más de noventa réplicas a lo largo del día, según el Servicio Geológico Colombiano, fue casi tan fuerte como otros que se han presentado en el país.

El conocido terremoto de Armenia, por ejemplo, tuvo una magnitud de 6.2 en la escala de Richter. Sacudió a todo el eje cafetero en la tarde del 25 de enero de 1999 y dejó semidestruida a la capital del departamento del Quindío.

Con los movimientos telúricos de la última semana, revivió el miedo por la profecía del padre Margallo en Bogotá. Sin embargo, los mitos urbanos no pueden ser motivo de temor para la ciudadanía.

Pese a la fuerza de esta historia en el relato capitalino, las autoridades geológicas y de gestión del riesgo han sido claras y hacen un llamado a la tranquilidad y la prevención por parte de la ciudadanía: los sismos no se pueden predecir.

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