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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Ene 25, 2024 - 11:39 am

Así como los escombros que dejó el terremoto de hace 25 años en el Eje Cafetero atraparon a cientos de personas que después fueron rescatadas con dolor por vecinos y socorristas, el paso del tiempo ha aprisionado recuerdos que, al tratar de ser recuperados, estremecen a quienes los conservan e intentan sacarlos a flote. Cusan sufrimiento.

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Recapitular lo que pasó en esa aciaga tarde del lunes 25 de enero de 1999 en Armenia y toda la región en donde se asienta la capital del Quindío no es fácil o, incluso, no es posible: algunos de los sobrevivientes de esa tragedia decidieron olvidar lo que vivieron aquel día, o sencillamente optaron por no hablar de eso porque sienten que mencionar un temblor es invocarlo, y puede ocurrir de nuevo.

Por eso, es mejor no llamar a la naturaleza. Piensan que hay que dejarla quieta, aunque ella, caprichosamente, se mueve cuando quiere. Eso lo aprendieron, con letras de sangre, el día del temblor, al darse cuenta de que ni las súplicas elevadas hacia el cielo consiguieron detener en la tierra la terrible desgracia que provocaba el movimiento telúrico.

Pero hay otros que, con verdadero esfuerzo, rescatan de lo más recóndito de su memoria esas imágenes en las que quedaron plasmados como protagonistas. Sus recuerdos viven congelados entre esa pila de todo tipo de escombros que las personas siempre llevan, pero se van volviendo apenas reminiscencias.

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Madre sobreviviente recuerda terremoto de Armenia

Ese es el caso de Ruby García, una mujer que el día del temblor estaba con su hijo en el barrio La Brasilia, de Armenia, uno de los que resultaron más destruidos. En conversación con Pulzo, ella recordó que en ese momento estaban viendo la serie ‘Padres e hijos’, muy popular en esa época.

“A mi niño le gustaba mucho ver ‘Padres e hijos’. Teníamos una visita y [él] nos invitó que fuéramos a ver ‘Padres e hijos’”, recordó Ruby. “Subimos al segundo piso y, en ese momento, fue que tembló. Ese temblor tan tremendo. Y ahí quedamos atrapados en ese momento”.

Lo curioso es que ella no sintió el sismo como todo el mundo lo siente: un fuerte zarandeo, un sacudón, con movimiento de pisos, paredes, lámparas, todo lo que esté colgado… Para Ruby, fue otra cosa: “Se sintió fue una explosión. Eso fue como una explosión y no como el temblor que uno dice siempre que está temblando. Y cuando miramos, ya estábamos pues debajo de todos esos escombros. Todo el barrio, casi, se cayó”.

Efectivamente, La Brasilia fue uno de los sectores más afectados de Armenia: manzanas completas quedaron arrumadas en el piso. “Cuando se fue aplacando ese polvo, porque eso era un polvero, ya nos fuimos mirando a las caras porque quedamos muy cerquita todos. Quedamos cerquitica, pero atrapados”, siguió Ruby, con ese dejo paisa de las personas oriundas del Viejo Caldas, no tan marcado como el antioqueño.

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“El niño quedó atrapado con una pared, que fue lo que le cortó la carita y la rodilla. Y pues nosotras muy tapadas. A mí me quedó tapado el cuerpo hasta acá [se señala el cuello]. Y con las cuerdas de esa energía [líneas eléctricas] encima. Fue miedoso”, recordó, y así iba dibujando una escena apocalíptica de las muchas que vivieron todas las víctimas de la catástrofe. Cada una la suya.

“Pero sí nos apaciguó un poquito de tanta cosa fue el cielo raso de esas casas”, le dijo a este medio, refiriéndose a la parte de las estructuras que está inmediatamente por debajo de los techos y que, en su caso, los protegió. “Porque si no, nos fuera [hubiera] desfigurado más la cara”.

Después de esos nefastos primeros instantes, ella, su hijo y quienes los acompañaban recibieron ayuda de vecinos. “Nos sacaron de allí y nos llevaron al hospital del sur. Pero yo, de ver que ahí había tanta gente para atender, pues me lo trasladé [al hijo] para el centro, y nos dejaron fue en el Parque Cafetero”.

La prensa regional registró a Ruby García y su hijo / La Tarde del Quindío
La prensa regional registró a Ruby García y su hijo / La Tarde del Quindío

“Pero allá estaba también muy duro porque estaban atendiendo a toda la Policía, que se había colapsado también todo eso”, recordó, en referencia al cuartel de la Policía, destruido completamente por el temblor. “Había mucho muerto y mucho herido. Ahí siempre me miraron el niño un ratito, y el médico dijo: ‘No, a él hay que trasladarlo de aquí’”.

Ante esa recomendación, llevó a su hijo a la Clínica del Seguro Social, donde finalmente los atendieron. “Muy herido el niño y lo atendieron muy bien. Lo cosieron muy bien”, añadió Ruby, pero su semblante y su postura comenzaron a anunciar que algo se le movía dentro.

Cuando empezó a hablar, la mujer sonreía y estaba sentada, muy bien compuesta, con las manos jugueteando a entrecruzarse entre las piernas, y los pies subidos en el travesaño frontal de la silla. La expresión de su rostro era tranquila, casi jovial.

Vértigo por recuerdos del temblor

Alcanzó a decir: “Pero allí ya, cuando el temblor de las 5:00 [la réplica] fue una cosa loca. Al niño le dio una cosa impresionante y nos tocó que sacarlo…”. Al llegar a este punto de su relato, pidió una pausa; se trastornó. Sus manos buscaron apoyo frotando los muslos hasta apoyarse en las rodillas y uno de sus pies se posó en el suelo. Pareció que se iba a caer de bruces.

Después no pudo continuar su relato. “Discúlpenme un momento. Me dio un dolor de cabeza terrible. Siento esa cabeza así. ¿Qué será? ¡Ay, yo no sé! Tengo una cosa horrible. Ay. Uy no, no, no, no, qué cosa tan terrible”, se quejó, llevándose las manos al pecho, a la cabeza, en un intento por recuperar el aliento. “Ay. Agua, rápido. Me dio como ganas de vomitar, una cosa en la cabeza terrible”.

Ese estremecimiento —reconoció Ruby— no le había dado antes. Su conmoción no solo rompió la narración. También rasgó el bucólico ambiente en el que estaba hablando, que infundía paz por el trinar de los pájaros, el cantar de los gallos y la bellísima casa de fondo, muy firme y rodeada de matas, típica del apacible e inconfundible paisaje cafetero.

Fue tal el desvanecimiento que le dio a Ruby que sus familiares tuvieron que llevarla adentro de la casa para que se recuperara. Pero eso no fue suficiente. Su estado no mejoró, por lo que se vieron en la necesidad de trasladarla de urgencias al hospital, donde la medicaron y estabilizaron.

Le diagnosticaron vértigo, que es cuando el sentido del equilibrio se trastorna por una sensación de movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que están alrededor. Pero nada se había movido en el lugar en que había estado hablando Ruby. Solo sus recuerdos.

Al colapsar en medio de la tranquilidad del sitio, Ruby se transformó en una alegoría de la catástrofe que sufrieron los habitantes de Armenia y el Eje Cafetero hace 25 años. Para ella, esta vez fue un desfallecimiento provocado por la remoción de sus remembranzas; pero hace 25 años se trató de un desastre de proporciones bíblicas.

Ruby superó su vértigo a las pocas horas, pero no pudo hablar más del temblor…

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