Por: LA CRONICA DEL QUINDIO

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Este artículo fue curado por Pamela Lopez   Ene 24, 2024 - 6:38 pm
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Autor: Roberto Restrepo

Cada que ocurre un evento telúrico se recuerdan momentáneamente el anterior sismo sucedido y otras tragedias de la naturaleza.

En Armenia y el Quindío, el pánico cundió de nuevo el pasado 19 de enero de 2024, cuando el remezón que se sintió a las 6 y 26 de la mañana -con epicentro en Ansermanuevo (Valle del Cauca)- despertó a muchos y nos puso alerta a los que ya habíamos iniciado las tareas cotidianas.

Pero tal susto también trajo a la memoria la tragedia más grande del Eje Cafetero en toda su historia, y de la cual se celebran 25 años este 25 de enero.

Irónicamente, mientras escribía sobre los cinco lustros del terremoto que destruyó a Armenia, el suelo se meció con tal intensidad, que también volvieron los recuerdos de lo que hoy también tomó el cariz de la mayor tragedia social que hemos vivido los pobladores quindianos.

Inimaginada por los jóvenes de hoy, pero que marcó para siempre la vida de los armenitas o cuyabros. Sobre todo, si también recordamos el rugido de la tierra, segundos antes de comenzar el trepidante movimiento, como si fuera un galope infernal.

Era la 1:19 minutos de la tarde, asegurando los expertos que esa hora, en la que sucedió la contingencia, evitó que más personas murieran aplastadas bajo las ruinas de edificaciones públicas y privadas. Pues los empleados estaban descansando en sus casas y nos aprestábamos -como ocurrió conmigo- a regresar a la jornada laboral de la tarde de aquel lunes fatídico.

Otro segmento de la población que se salvó de morir fue el escolar, pues estudiantes de primaria, secundaria y universidad seguían en su temporada de vacaciones.

Para la historia de los sismos en Colombia, este, el del Eje Cafetero, será tenido en cuenta como uno de los que más vidas cobró. Así lo reportan las cifras que lo colocarán en el sitial de mayores daños a la infraestructura de la región afectada:

  • Magnitud: 6. 0 Richter.
  • Epicentro: Córdoba (Quindío).
  • Profundidad: entre 20 y 30 km.
  • Réplicas: hasta el 7 de marzo, 150 entre 2. 5 y 5. 6 Richter.
  • Pérdidas estimadas: $750 mil millones.
  • Departamentos afectados: Quindío, Risaralda, Caldas, Valle, Tolima.
  • Localidades afectadas: 28.
  • Éxodo: 30. 000 personas.

(Lea también: “Ponga el radio, tembló”: así corrió la agónica información del terremoto de Armenia)

Total víctimas:

  • Quindío: 1. 109 muertos.
  • Muertos. Risaralda: 69 muertos.
  • Valle: 3 muertos.
  • Tolima: 2 muertos.
  • Damnificados: 250. 000
  • Desaparecidos: 731.
  • Viviendas destruidas: 36. 000.

Destrucción en el área rural

  • 80% en el Quindío y 20% en Risaralda y Norte del Valle.
  • Total de 4.552 viviendas destruidas y 2.190 beneficiaderos de café.
  • Las pérdidas en el área rural ascienden a 60. 000 millones de pesos.

(Fuente: Periódico La Tarde del Quindío, año 1999).

Se dice, con propiedad, que las regiones olvidan rápidamente las tragedias y vuelven al recuento de sus memorias cuando se celebra un año más de su ocurrencia. Pero, también, se olvidan los sucesos de la historia que podrían constituirse en aprendizajes para retornar al curso de la convivencia y cotidianidad de las poblaciones afectadas. Sobre los sismos en la región central de Colombia, esto asegura el geólogo Armando Espinosa Baquero, al referirse a la periodicidad de los movimientos telúricos en el Quindío:

“Hay un patrón de sismicidad en la región y no lo podemos olvidar… Vemos que cada 20 o 25 años habían ocurrido con bastante regularidad. Anterior al de 1999 fueron los del 23 de noviembre de 1979, el del 30 de Julio de 1962 y el sucedido el 4 de febrero de 1938… En todo el siglo XX hubo una frecuencia de más o menos 20 años… En daños, estos sismos fueron muy parecidos al de 1999. Se conoce bien sobre ellos, lo que pasa es que la gente los olvida”.

No se menciona, en el recuento anterior otro sismo sucedido el 20 de diciembre de 1961, del cual se hizo amplio despliegue en el ejemplar del periódico El Tiempo del día siguiente, jueves 21, con el titular “Sin techo el 50 por ciento de casas de Montenegro”, del cual resalto dos párrafos significativos, además de la mención del subtítulo que decía: “Tres muertos y grandes destrozos en Armenia y en los municipios vecinos”:

“Armenia, diciembre 20. (Del corresponsal Aníbal Cárdenas). El más fuerte temblor que se haya registrado en esta ciudad ocurrió a las 8 y 25 de la mañana de hoy. Las gentes en medio de la conmoción general abandonaron almacenes, residencias, etc. , impresionadas con el fuerte sismo y tratando de buscar refugios seguros. Inmediatamente el cuerpo de bomberos, la Policía Nacional, División Caldas, unidades del batallón Cisneros y otras entidades empezaron la labor de auxilio, recorriendo en distintas direcciones las zonas urbanas de la ciudad, con el objeto de auxiliar en forma rápida a los heridos y trasladarlos al hospital San Juan de Dios y a la Clínica de los Seguros Sociales”.

“En Montenegro. Las informaciones conocidas esta tarde y suministradas por la estación de radio de la policía dejaron saber que el violento temblor registrado a las 8 y 30 de la mañana de hoy, dejó un saldo de tres heridos en el municipio de Montenegro y daños en consideración en los edificios públicos y particulares de esta localidad.

La lista de las edificaciones averiadas es la siguiente: Colegio Santa María Goretti, $30. 000; Plaza de Mercado, $40. 000; Droguería Americana, $13. 000; Almacén Cristal, $15. 000; residencia de Libardo Mercado, $10. 000; almacén de Lucio Salvador, $5. 500; residencia de Gerardo Arias, $1. 500; residencia de Rosario Ovalle, $15. 000; residencia de Francisco Yepes, $3. 000; casa de Elías Berrío $2. 200. El 50 por 100 de las residencias quedó sin techo”.

(Vea también: Temblor del Eje Cafetero de hace 25 años todavía les mueve el piso a los colombianos)

Interesante reseña, la anterior, que muestra algo que corresponde al nivel bajo de vulnerabilidad de las casas de bahareque en las poblaciones del Eje Cafetero, reflejado ello en el caso de Montenegro. Si lo comparamos con lo ocurrido en 1999, podemos apreciar que fue Armenia la ciudad que más víctimas mortales aportó. Pues también allí, para el año de 1999, se había dado la mayor demolición de construcciones originarias. Por algo, se ha merecido la perífrasis más apropiada, la “Ciudad Milagro”.

Todo por cuenta de la transformación urbana que reemplazó el bahareque por otros materiales. El caso más patético sucedió en la esquina diagonal a la moderna catedral. Allí, antaño, se levantaba una inmensa casa de madera, con bastantes ventanas hacia la calle 21 y la carrera 13. Al ser demolida, se construyó un edificio que, en el momento de la tragedia, funcionaba como bloque de apartamentos y como establecimiento de comestibles llamado “El Sandwich Cubano”, en el primer piso. Allí perecieron más de 25 personas. Fue mayor el nivel de desastre en ese tipo de edificaciones, donde se había reemplazado al humilde bahareque, siempre despreciado por los constructores actuales.

Sobre el sismo de 1938, la mayor autoridad de la disciplina de la sismología en Colombia, el sacerdote jesuita Jesús Emilio Ramírez, lo señaló como uno de los principales terremotos colombianos, después de los sucedidos en 1595, 1644, 1735, 1743, 1785, 1827, 1875, 1917 y 1923. Así lo anotó en “la cubierta del Mapa Sísmico y Tectónico de Colombia, edición del Banco de la República, febrero de 1947, y reproducido por la Revista Semana del 16 de julio de 1949, Volumen VII, No. 143:

“El último terremoto notable de Colombia, por los cuantiosos daños que acarreó y por las vidas que arrebató, fue el del día 4 de febrero de 1938, cuyo epicentro fue localizado al suroeste de la ciudad de Manizales y con un foco de 130 kilómetros de profundidad”.

La ciudad de Armenia ha olvidado reiteradamente las ventajas constructivas de su pasado. Fue la urbe más destruida en 1999, donde sobresalieron todas las fallas de previsión, pero donde también quedaron al descubierto los atentados ingenieriles, reflejados en las vigas falsas, utilización de arena en vez de cemento e imperdonables cometidos estructurales. Cuántos fallecimientos se hubieran evitado si se persistiera, en ese momento histórico, con la tradición constructiva de la madera.

La miopía mental llevó a otros errores, ya en el proceso de reconstrucción, adelantado por un Fondo (identificado con la sigla Forec) que, en justicia, presentó muchas fallas en otro propósito, llamado por ellos, con rimbombancia, como el “tejido social”. Se refería a un presunto conjunto de acciones, que tampoco se cumplieron con el rigor que exigía la emergencia.

El terremoto de 1999 debe ser visto ­—sobre todo en Armenia— con la mirada crítica que lo interprete desde la perspectiva de una antropología del desastre. Porque se tuvieron en cuenta las cifras de los muertos, pero no la de los sobrevivientes. Por eso es importante repasar uno de los libros más leídos —pero también el más despreciado­— que lleva como título “El terremoto contado desde adentro. La tragedia continúa” (Intermedio Editores, una división de Círculo de Lectores S.A., Santafé de Bogotá, 1999). Sus autores, los periodistas Óscar Escamilla y José Luis Novoa, en el último capítulo, se refieren así a Armenia y a la delicada situación del año anterior al terremoto, en dos de los párrafos más significativos. Evidenciando así porqué quise retomar parte del título del libro para colocárselo a este artículo de prensa (“La tragedia continúa):

“La Armenia que se fue con el sismo no era un enclave de desarrollo, industria y bienestar social, como muchos quisieron hacer ver después del terremoto. De la época de las bonanzas quedaba una cultura muy sólida, en la que la tolerancia y la tranquilidad eran la constante; unas muy buenas vías que comunican a todos los municipios; escuelas y hospitales suficientes, y una tradicional estabilidad social que atenuaba la mala situación económica…

El desempleo y la ausencia de futuro claro forzaron a muchos a salir de la región y del país, y algunos terminaron enredados, como es usual, en las organizaciones internacionales del narcotráfico, sirviendo como “mulas” para llevar droga camuflada a otros países. El destino usual de las mujeres es la prostitución o la trata de blancas. De hecho, noventa por ciento de las 4. 655 personas deportadas de Estados Unidos y Europa a Colombia en 1998, provenían del Eje Cafetero”.

Y, ya propiamente para comienzos del año 1999, Escamilla y Novoa se refieren al suicidio, una de las lacras que se incrementó con el desastre y que, hoy, todavía nos acompaña en Armenia y el Quindío:

Por eso no es de extrañar que la crisis económica haya traído consigo un considerable aumento en las consultas psicológicas por estrés, y tampoco que en los primeros 22 días de enero, justo antes de la tragedia, se hubieran suicidado 17 personas y que otras 100 (sin contar las que nunca aparecerán en los registros médicos) lo hubieran intentado en los tres meses precedentes, cifra que supera ampliamente cualquier registro histórico”.

Lo anteriormente citado, aunado a los casos de violencia intrafamiliar, hacinamiento en los cambuches de Armenia y los aterradores registros de suicidio que crecieron entre niños, jóvenes y adultos mayores después del terremoto, debe ser interpretado como el resultado de la desesperanza y la falta de oportunidades. Ello, con relación a lo que nuestra sociedad ha negado a los jóvenes, los que conforman el segmento poblacional que he querido llamar la “generación del terremoto”. Fueron los niños que fueron concebidos, nacieron y crecieron en esas odiosas concentraciones habitacionales que resultaron después del desastre. Sucedió en una ciudad como Armenia, que no mostraba sensibilidad alguna ante su proliferación. Por eso es evidente que, 25 años después del terremoto del Eje Cafetero, no dudamos en afirmar que la tragedia continúa.

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