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Julio Enrique Saldarriaga, quien ostenta este título, tiene un árbol genealógico que incluye a 180 miembros. Además, desde los 10 años ya trabajaba.
En el corazón del oriente antioqueño, en un municipio sereno llamado El Carmen de Viboral, Julio Enrique Saldarriaga Hernández se ha convertido en una leyenda viva. Con sus 112 años, no solo es el hombre más longevo de Colombia, sino también uno de los únicos supercentenarios del país, un título avalado por el prestigioso Gerontology Research Group (GRG). Su vitalidad, inusual incluso a nivel mundial, ha despertado la curiosidad de científicos y periodistas, que buscan descifrar el secreto detrás de una existencia que ha superado el siglo.
El medio de El Colombiano tuvo la oportunidad de compartir con él, explorando los recovecos de su memoria y buscando pistas que expliquen su excepcional longevidad que lo ha convertido en el hombre más viejo del territorio colombiano. Julio Enrique nació el 30 de julio de 1913 en Cocorná, un pequeño rincón donde se entrelazan los caminos de El Carmen de Viboral y El Santuario (Antioquia). Creció en una familia de diez hermanos y, desde muy joven, el campo se convirtió en su escuela y su sustento. A la edad de 10 años, ya dominaba oficios pesados como la quema de carbón y el aserrado de madera, actividades que demandaban largas jornadas y caminatas interminables por las montañas para vender sus productos.
A pesar de la constante exposición al humo y el polvo del carbón, sus pulmones se mantuvieron sanos, un hecho que él atribuye a un hábito singular: baños y gárgaras de aguardiente, una costumbre que, aunque pueda sonar excéntrica, él jura que fue su medicina. Con el tiempo, diversificó sus oficios y se dedicó a la producción de tapetusa, un licor artesanal. Relata cómo fermentaba la panela y luego la destilaba para obtener este licor, que vendía en sus recorridos nocturnos por caminos solitarios, donde asegura haberse encontrado con el mismísimo ‘diablo pelietas’, anécdotas que hoy comparte con una mezcla de picardía y solemnidad.
Es padre de 19 hijos y, con cada nueva generación, su legado se multiplica. Hoy, su descendencia es un vasto árbol genealógico que incluye 180 miembros, entre hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Su familia es su pilar, el motor que lo mantiene conectado con la vida y con el futuro. A pesar de su avanzada edad, disfruta plenamente de la vida social de su pueblo, donde es una figura querida y respetada. Sus encuentros en el bar, amenizados con ron y música, son parte de una rutina que le permite sentirse vivo y parte de la comunidad.
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Es precisamente este aspecto el que ha captado la atención de la ciencia. Recientes investigaciones, como las llevadas a cabo por la Universidad de Chicago, sugieren que a partir de los 80 años, las relaciones sociales fuertes y extensas no solo mejoran la calidad de vida, sino que se convierten en uno de los factores más importantes para la longevidad. En el caso de Julio Enrique, esta teoría parece encontrar una prueba viviente. Su rutina social activa, el cariño de su numerosa familia y el afecto de sus vecinos podrían ser tan vitales para su salud como lo fue en su juventud el aire puro de las montañas antioqueñas.
Juan Vicente Pérez Mora, conocido cariñosamente como ‘Tío Juan’, es un nombre que resuena con la historia viva de Venezuela. Con 117 años de edad, ostenta el título de ser el hombre más longevo del mundo, un reconocimiento que le fue otorgado por el Guinness World Records. Este insigne ciudadano, oriundo del estado Táchira, ha dedicado su vida al trabajo en el campo, una labor que, según él, ha sido la clave para su longevidad. Su rutina diaria, marcada por el trabajo, la fe y la compañía de su numerosa familia, se ha convertido en un ejemplo de vitalidad y perseverancia.
Nacido en 1909, ha sido testigo de innumerables cambios políticos y sociales, y ha sobrevivido a dos pandemias mundiales y a un siglo de transformaciones. Su memoria, que guarda recuerdos de una Venezuela agraria, es un valioso archivo viviente.
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