La 'araña negra' de la portería: crónicas de dolor y gloria

Deportes
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"Ganamos la liga, sí, pero jugamos muy mal en algunos momentos de ella. El verdadero triunfo no está en los trofeos, sino contribuir al avance del deporte...

(…) a dejar su huella indeleble en la historia” – Valeriy Lobanovskyi.

Escuchar los nombres de Gianluigi Buffón, Iker Casillas, Manuel Neuer y Allison Becker es oír hablar de verdaderos ‘Rockstars’ del fútbol. Íconos de sus clubes, ídolos de los más chicos, la caja registradora no para de sonar por las ventas de camisetas, guantes y equipos, eclipsando en ocasiones a los propios delanteros, reyes históricos de este deporte. Así parezca mentira, los guardametas han gozado, en las últimas décadas, de puestos de privilegio en la escala jerárquica social, cosa completamente impensable en el fútbol de antaño. Cuando ser portero era sinónimo de paria, villano y traidor, el destino quiso que fuera Lev Ivanovic Yashin aquel ‘Mesías’ que cambiaría todo de una vez y para siempre. Traído a expiar los pecados propios y ajenos, soportaría los fuertes latigazos de una posición ingrata, moriría en la cruz del rechazo internacional, y resucitaría frente a los incrédulos para así cambiar definitivamente la historia de este deporte. A 73 años de su debut, su influencia alcanza valores incalculables, y es considerado por la prensa internacional como el mejor portero en la historia del fútbol. Aunque su vida, como la de todo redentor, estaría llena de sangre, sudor y lágrimas.

Nació un 22 de octubre del año 1929, cinco días antes de la Gran Depresión que sumiría al mundo en una de las crisis económicas más profundas en toda su historia. Aquel mismo año, el Partido Comunista de la URSS terminaba de consolidar sus poderes absolutos, y la caldera política e ideológica del continente cocinaba a fuego lento el ascenso del nazismo en Alemania con sus devastadoras consecuencias posteriores.

Tenía tan solo 9 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Dos años después, con la invasión del ejército nazi a las tierras Soviéticas, se vio obligado rápidamente a enrolarse como asistente de su padre, quien fuera mecánico de aviones en las fábricas ubicadas a las afueras de Moscú. Allí, entre los picados que armaban los obreros durante los tiempos de descanso, juraría por primera vez su amor eterno a la pelota.

El fin de la guerra traía consigo el retorno del fútbol profesional en 1947, tiempo suficiente para que los rumores de aquel chico de reflejos prodigiosos y resortes en las piernas no tardaran en captar el interés de los equipos moscovitas. Fue solo cuestión de tiempo para que, con tan solo 18 años, firmara su primer contrato con el Dinamo Sports Society para integrar las filas del equipo juvenil. En un partido amistoso jugado poco tiempo después, aquellos chicos, con Yashin como figura rutilante, sorprendían a propios y extraños al vencer por 1-0 al equipo Senior del club. Aquella proeza le valdría su ascenso al equipo de mayores, ocupando así el puesto de tercer arquero detrás del ya mítico Alexei Khomich. Sin lugar a duda, una carrera meteórica con destino al éxito absoluto.

Un nuevo amistoso parecía ser el escenario perfecto para consolidar su ascendente figura. Para el joven Yashin bastaba salir al campo, y cobrar así los aplausos y elogios que a esas alturas ya acostumbraba a recibir. Pero la vida y el fútbol han de ser implacables con aquellos que osan despegar los pies de la tierra, y solo aquellos preparados para entender esto serán merecedores de saborear las codiciadas mieles de la gloria. Esa tarde, el joven debutante, aprendería aquella lección de la peor manera posible.

La temporada de vientos había llegado a Moscú, y las pelotas parecían volar más lejos que de costumbre. Un largo despeje hecho desde el terreno rival se acercaba al área defendida por Lev Yashin. Deseoso como nunca de lucirse ante su hinchada, el guardameta salió con gran ímpetu a cazar aquel balón en vuelo, lo que cegó su mirada ante la carrera un su compañero defensor que se acercaba también en busca de la pelota. El choque fue inevitable, y el balón terminó rebotando mansamente hacia el fondo de la red. Las risas no se hicieron esperar. Las palabras “perdedor” y “fracasado” llovieron sin piedad sobre el cuerpo tendido del joven portero.

Con pocas expectativas tras aquel error infantil, su debut oficial con el equipo llegaría de forma inesperada, un par de meses después, en pleno campeonato de liga. El Dinamo ganaba el clásico ante el Spartak por 1-0 y, a falta de 15 minutos para el final, el portero Alexei Khomich salía lesionado con solo Yashin como reemplazo disponible. Le acababa de caer del cielo la oportunidad perfecta de expiar sus pecados anteriores, solo bastaba aguantar los embates rivales por 15 minutos y asegurar así el triunfo su equipo. Sin embargo, lo que ocurriría minutos después en el campo de juego, no lo hubiera imaginado ni en sus peores pesadillas.

Créase o no, a solo 3 minutos para el final, un nuevo despeje del rival se interpone entre la trayectoria de Lev y otro defensor, generando un nuevo choque que permitió el descuento del delantero enemigo. Final del partido y encuentro empatado, el Dinamo dejaba ir la victoria del clásico de la forma más insólita posible. Esta vez su error tendría repercusiones inmensas. Inmediatamente después del encuentro, un general de alto rango de la NKVD, institución predecesora de la KGB y accionista mayoritaria del club, entraría al vestuario a pedir la cabeza del implicado: “hay que sacar a este inútil del equipo”, fueron sus palabras. Por si fuera poco, días después, Lev Yashin encajaría 4 goles en 10 minutos sepultando de una vez por todas sus aspiraciones de jugar el resto de temporada. Mas aún, no jugaría ni un solo encuentro en los 3 años posteriores. Todo había terminado.

La extrema tozudez de aquel muchacho, sin embargo, le negaba la posibilidad de aceptar lo que, para cualquier otro portero, hubiera sido el inevitable fin de su carrera. Empecinado a seguir una vida ligada al fútbol, dedicaría esos 3 años a recoger los pedazos rotos de su figura, con la paciencia de un labrador que espera la cosecha a pesar de las plagas y tempestades. Se dice que dedicaba horas después de entrenamiento a parar incontables pelotazos que, a petición suya, eran ejecutados con fuerza despiadada por cualquiera que se encontrara alrededor.  Para demostrarse valioso a sí mismo y a sus compañeros, dedicó también sus esfuerzos a consagrarse en el equipo de hockey del club donde, día tras día, refinaría sus reflejos y su sentido de posición. En 1953 ganaría el campeonato nacional de hockey y sería incluso llamado a defender a la selección de la URSS en el mundial de 1954, oportunidad que rechazaría sin pensárselo dos veces. Él sabía muy bien que su corazón latía por el fútbol.

Alexei Khomich eventualmente dejaría el club y Yashin sería el hombre en tomar su lugar. Dispuesto a no repetir jamás los errores del pasado, había desarrollado, a punta de una férrea disciplina que rayaba casi con el autoflagelo, una confianza de hierro, una mirada fría y un portento físico propio de quien deja de ser un niño para convertirse en hombre. Tomó el comando de su equipo en la que sería la etapa más dorada en la historia del club, ganando 5 títulos de liga y 3 copas nacionales. Como alguna vez en sus días jugando con los obreros de la fábrica, las historias de sus hazañas recorrían de nuevo bares y mesas de café hasta llegar a los oídos del equipo nacional, quien lo llamaría a hacer parte de sus filas en 1954. En los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956 su selección alcanzaría sin mayores complicaciones la medalla de oro, gracias a la seguridad mostrada por Yashin en la portería, especialmente en el partido definitivo contra Yugoslavia, donde sería clave para mantener el arco en cero y así sus compañeros pudieran marcar el gol de la victoria. Aquella vez la prensa internacional llenaría de elogios al portero y su actuación. Que un portero lograra robarse los reflectores y miradas de los asistentes era algo completamente inédito para la época.

El equipo de a poco ganaba en confianza, también su líder absoluto, quien ya empezaba a empujar hasta los límites los roles establecidos de su posición. Se escucharon por primera vez en una cancha los gritos de un portero dando órdenes a su defensa. Ante la mirada atónita de jugadores y asistentes, se lo vio también en varias ocasiones salir del área para cortar pelotas haciendo las veces de un líbero más del equipo. El uso constante de aquella vestimenta completamente oscura le valió el apodo de ‘La Araña Negra’, pues parecía tener ocho brazos para detener hasta los disparos más imposibles. El impacto psicológico empezaba a carcomer las cabezas de hasta los delanteros más experimentados, cada vez que se atrevían a pisar el área del gigante soviético. Toda una revolución para la época.

Revolución que alcanzaría su punto máximo con la obtención de la primera Copa de Europa organizada por la UEFA en Francia. Yashin destacaría nuevamente en el torneo y sería ficha clave en las semifinales con Checoslovaquia (3-0), y en la final jugada ante la siempre difícil Yugoslavia. El partido, repleto de connotaciones políticas, se inclinaría a favor de los soviéticos al minuto 113 del alargue con un gol de Víktor Ponedélnik.

Cada logro obtenido por la URSS en el terreno de juego, de la mano de su máximo caudillo, alimentaba la siempre nociva idea de invencibilidad que ahora iría en busca de la Copa del Mundo en tierras sudamericanas. Una vez en Chile, sin embargo, la lección de humildad llegaría como un balde de agua fría. Después de una nueva victoria por 2-0 ante Yugoslavia, partido que le costaría la vida al jugador soviético Edward Dubinsky, la URSS debía enfrentar a Colombia. El equipo soviético ganaba con un cómodo 4-1, pero dos errores de Yashin serían determinantes para el impensable empate a 4.

Ese partido, que sería recordado también por el gol olímpico marcado por el colombiano Marcos Coll, único en la historia de los mundiales, demostraba por primera vez la vulnerabilidad del imponente portero. Yashin, después de todo, también era humano y podía errar. La victoria en el tercer partido ante Uruguay les permitía avanzar de fase, pero sus aspiraciones mundialistas no  llegarían muy lejos al ser derrotados en cuartos de final ante los anfitriones por un contundente 2-0. Fiel al tono que traía la competición hasta el momento, el partido estuvo lleno de juego duro y violento. Yashin esa tarde sufrió golpes y contusiones que le harían perder la conciencia en dos ocasiones. No obstante lo anterior, cabe decir que los goles marcados por el equipo chileno tienen poca o ninguna responsabilidad de parte suya. Esto no evitó, sin embargo, que la prensa internacional cuestionara fuertemente el desempeño del guardameta de la URSS. La revista France Football se atrevió a sugerir que los mejores momentos del portero habían llegado a su fin y que era hora del retiro. Cuando retornó al país, los fanáticos furiosos por la decepción mundialista abuchearon al equipo y llegaron a romper algunas ventanas de sus viviendas.

Yashin, profundamente ofendido por las declaraciones de prensa, y por la ingratitud extrema de un pueblo al que había dado tantas alegrías, decide entonces alejarse un tiempo del deporte. No volvería a las canchas por el resto de temporada. Por primera vez en muchos años, sentimientos de duda y debilidad revolcaban una y otra vez en su cabeza, como aquellos días de joven debutante en que casi se retira del fútbol.

Aquel tiempo de reflexión, y el apoyo de compañeros y directivos, ayudaron a silenciar las voces internas de duda y culpa y, al año siguiente, en 1963, regresaría a las canchas a hacer lo mismo, esta vez con aquellos que se atrevieron a señalarlo.

Ese año suele ser considerado como el punto más alto en su carrera profesional. En 27 partidos de liga jugados solo lograron vencer su arco en 6 ocasiones. De vuelta con su selección, sería determinante para la clasificación de la URSS a la Eurocopa de 1964, atajándole un penal a Italia en la penúltima fecha. Tales actuaciones lo llevaron a ser galardonado con el Balón de Oro por la temporada 1963, y es el único portero hasta la fecha en obtenerlo. Lev Ivanovic Yashin había logrado su cometido, había forzado a la misma institución que lo había invitado al retiro el año inmediatamente anterior, la France Football, a entregarle el máximo galardón que un jugador de fútbol puede aspirar a lograr en una vida de carrera. Cualquier atisbo de duda había sido aniquilado. Lev Yashin era el mejor portero de su época y uno de los mejores de la historia.

En los años siguientes lograría mantener un buen nivel, obteniendo un subcampeonato y un cuarto lugar en las dos siguientes ediciones de la Eurocopa. Asistiría a Inglaterra al mundial de 1966 donde cerraría una participación sólida y alcanzaría las semifinales, el punto más alto de su país en la historia de los mundiales. Al año siguiente, en 1967, dejaría el puesto de su selección para darle lugar a las jóvenes promesas. En 1970 acompañó a la Unión Soviética como reserva al mundial de México 70 y, poco tiempo después de su retorno, colgaría los guantes para siempre. Sus últimos días los dedicaría a la pesca y a la educación física hasta que, en 1991 moriría de un cáncer gástrico a la edad de 68 años. Dejó 270 partidos con el arco en cero y más de 150 penaltis atajados en toda su carrera.

En sus últimos días, rodeado por sus alumnos, recordaría las húmedas bodegas de la fábrica, los cotejos con los obreros, sus incontables alegrías y decepciones; el camino espinoso y traicionero que transitan los que escogen aquella posición, la más ingrata en el mundo del fútbol. Aquel camino al que entró con pantalones cortos y raspones en las rodillas, y del cual había salido hecho toda una leyenda. Tal vez nunca se lo propuso, pero su revolución había cambiado para siempre la historia del deporte. En 2019, la revista France Football crearía el galardón del mejor portero del año que llevaría su nombre, y la prensa internacional, en su gran mayoría, aún lo considera el mejor portero que ha pisado el verde césped en sus 150 años de historia. Su estatua custodiará para siempre las afueras del estadio moscovita del Dinamo.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.

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