Liderazgo, popularidad y populismo

Nación
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Acciones de clase política, estamentos nacionales y colectivo social en plena coyuntura sacan a flote elementos que colindan con extremos comportamentales.

En medio de la crisis se conoce el talante y capacidad de liderazgo de la clase dirigente del país; situaciones complejas como las que trae consigo el COVID-19, y el aislamiento requieren de cabeza fría, huir de las presiones externas, y encausar a la masa para que acate las disposiciones que tienen como meta aunar esfuerzos que permitan evitar que el caos llegue al sistema de salud colombiano. En mayor o menor medida, el Presidente, Iván Duque Márquez, y los mandatarios locales han logrado influir, motivar, organizar e involucrar a una amplia gama de la población, no faltan los insensatos, para asumir las medidas del distanciamiento social.

Capacidad de planificación ha llamado a la apertura gradual y diferencial de los núcleos poblacionales colombianos para retomar actividades, el emprendimiento de proyectos que reactiven la economía y aporten recursos para que la gente asuma el entorno que pide una transformación de la cotidianidad. Estilo de administración que diverge en las formas de comunicación entre unos y otros, modos de expresión desde la Presidencia de la República que llaman a la consciencia social apelando a la cultura ciudadana, o liderazgos, como el de Claudia López, que acuden a la imposición de ideas propias que establecen códigos de comportamiento, desde la autoridad, que no admiten interpretaciones o pensamientos contrarios.

Grave confusión es creer que el liderazgo es lo mismo que la popularidad, si bien el primero refleja un fuerte insumo porcentual en el segundo, sería un craso error reducir la admiración únicamente a la capacidad de ser líder en una circunstancia particular. En momentos de crisis, como el que atraviesa el entramado social colombiano, la fuerte exposición mediática obliga a tomar con pinzas los resultados de estudios expuestos por Guarumo o Polimétrica; la opinión pública en estos días se mueve en medio de un manual de marketing, personal y político, que estratégicamente emplean las oficinas de comunicaciones a la sombra de una narrativa construida por los dignatarios locales y nacionales.

Aceptación y notoriedad de una figura pública que incomoda a algunos, resta protagonismo a otros y expone necesidades de reconocimiento de una serie de sujetos desde las instituciones a las que representan. Inapropiada codicia egocentrista que llama a apropiar recursos, del Fondo de Paz, para firmar un contrato de 3.350 millones de pesos para satisfacer las estrategias de comunicación que se delinean desde la Casa de Nariño. Despilfarro de dinero en momentos donde la priorización de gastos apunta a otra serie de penurias de la población; parece ser que a algunos funcionarios públicos se les olvidó que la visualización es efímera y engañosa, que el mejor rédito es un trabajo bien realizado fruto del esfuerzo y sacrificio que implican decisiones complejas.

El éxito de un momento particular puede desaparecer rápidamente si no se construye con bases sólidas, el sustento con hechos y argumentos supera las vanidades personales de los caudillos de este instante. Posición social que pide conexión de pensamiento y acción con las circunstancias del presente de los colombianos. Eco y repercusión que lucha ya no por acallar resultados adversos de encuestas o la protesta ciudadana en las calles, sino que apuesta por silenciar el estruendoso escándalo del Ejército, la “inteligencia estatal”, y sus macabros perfilamientos y seguimientos para silenciar la mordaz crítica de la prensa y la fuerza política opositora.

Crítica negativa que atomiza la empatía de los ciudadanos con una propuesta, política y social, distante y distorsionada de la realidad a consecuencia de acciones propias de la inexperiencia en el accionar público. Errores constantes que meses después pasan factura de contado; mucho se advirtió de lo inapropiado que era el mantener a Guillermo Botero como Ministro de Defensa, bajo poder de mando y credibilidad en las fuerzas castrenses que ahora evidencian el hedor que hay adentro de una institución que requiere de una depuración más allá de los mandos medios que ahora salen como chivos expiatorios.

Medidas populistas, declaraciones destempladas de presidencia y el ministerio, solo atizan el descontento de la sociedad con el maquillaje sutil de la realidad y las acciones noc santas de las malquerencias de la clase política nacional y las fuerzas armadas. Acciones disonantes que llaman a cuestionar cómo es posible que la “inteligencia militar” se emplee en contra de profesionales en ejercicio de su quehacer y no de la delincuencia que campante hace de las suyas con la anuencia de las autoridades; ‘Santrich’ y su corte son claro ejemplo de ello, disidencias guerrilleras que defraudaron la confianza del proceso de paz y ahora tranquilamente mantienen su lucrativo negocio de la droga en la frontera con Venezuela.

Descomposición fulminante de los organismos estatales que, contrario a defender los intereses y aspiraciones del pueblo, buscan medidas intimidatorias que den un liderazgo carismático que desvíe la atención sobre temas secundarios. Si bien la sociedad pasa por un momento en el que debe dejar de lado los resentimientos, y se llama a la unión nacional que permita refundar el estamento social, no es menos cierto que es el momento en que la clase política y las instituciones se deben transformar y reinventar para prestar un servicio al colectivo. Basta de caciques soberanos, élites que luchan por sus intereses particulares sin importar a quién se llevan por delante, pero ahora quieren socializar pérdidas.

El alivio a las afugias que acompañan el entramado social llegará en la medida en que cada uno asuma con responsabilidad su autocuidado y proteja su entorno de posibles contagios. La pandemia no respeta espacios y entornos, los conceptos de epidemiólogos, médicos y científicos son fundamentales en la batalla por superar la contingencia; los coletazos conexos al ambiente político, económico, jurídico y social no pueden desenfocar la iniciativa de liderazgo que ahora deja ver Iván Duque Márquez distante a los estamentos del Centro Democrático y la figura que representa Álvaro Uribe Vélez.

El presidente que hace frente a la contingencia, y está distante de la erosionada imagen del poder, debe mantener la racionalidad en sus planteamientos y acciones en pro del bien común. Más adelante habrá tiempo para la movilización social, protesta ciudadana para que el sistema estatal fluctúe entre los agentes políticos y se equilibren las múltiples caras del colectivo social. Es claro que el peor error, en este momento de los estamentos, es traicionar la confianza ganada en medio de la coyuntura, la vulnerabilidad que hoy agrieta su identificación con el colectivo traerá consecuencias posteriores que castiguen sus lúgubres actos.

No es momento de guerras ideológicas, conflictos de izquierda, centro o derecha; Colombia sabe muy bien que la polarización no ha traído nada bueno y avivarla en este momento sería contraproducente. La coyuntura de hoy pide una sociedad unida y comprometida para asumir, de manera adecuada, el aislamiento inteligente, el distanciamiento como norma de bioseguridad ante el coronavirus y el impacto económico que ello trae en cada uno de los hogares. Superada la crisis, y vista la actuación de cada uno de los actores políticos y sociales, los colombianos deben tomar consciencia, abrir los ojos y asumir que la emergencia sanitaria, económica y social son el punto estratégico para refundar el país y sus estamentos democráticos, lejos de aquellos que hoy han demostrado ser el vivo reflejo del mal.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.

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