Economía
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Suscriptores de El Tiempo recibieron el texto de los acuerdos: 32 páginas de periódico por lado y lado, en letra ‘chiquita’ y sin fotos.
¿Cuántas personas leerán esos acuerdos? Probablemente, muy pocas. Son textos difíciles. Gobierno y medios de comunicación tienen que hacer un gran esfuerzo por simplificarlos y explicarlos. Y eso en menos de 35 días.
La experiencia de leerlos fue descrita por el columnista de El Espectador Héctor Abad Faciolince.
“Para empezar, es mucho más largo que la misma Constitución. Consta de 297 páginas en letra menuda (eso debe ser en tamaño carta) o, para ser más precisos, de 128 mil palabras, 4 mil párrafos, 839 mil caracteres y se requieren al menos 8 horas de concentración para leerlo bien. Toda una novela, y no muy amena: pesada, repleta de formalismos y de siglas, de parágrafos, repeticiones, notas y salvedades. Hacía mucho no me fatigaba tanto leyendo”, dice Abad en El Espectador.
Abad se tomó la molestia de usar las funciones de su procesador de texto en el computador y encontró los siguientes datos interesantes:
Abad dice que descansó cuando encontró algo concreto que se pudiera tocar con las manos, y ese dato fue los “689 billetes de mil pesos mensuales durante dos años” que recibiría cada guerrillero.
Ese tipo de datos son los que debería trabajar el gobierno y medios en la pedagogía, pues los detractores de los acuerdos ya hablan de esa plata como un premio a los terroristas que tendrán que pagar los colombianos con la reforma tributaria.
El fin de semana, el congresista Roy Barreras dio un dato para que la gente dimensionara que es un costo razonable por la paz: solo el bombardeo al campamento de alias Raúl Reyes costó 25.000 millones de pesos. ¿Cuál sería el costo de mantener la guerra?
Para Abad es mucho más fácil entender esa cifra que parrafadas llenas de leguleyadas, formalismos y minucias jurídicas, con las que “echa humo el cerebro”.
“Aun para un lector entrenado y voluntarioso, recorrer las páginas del Acuerdo es tedioso y demorado”, dice.
Para Abad, los acuerdos nos retratan como somos los colombianos (él dice que es una ‘selfie’ de nosotros): “un país florido y barroco, contradictorio, embelesado en una verborrea incontenible”.
Pero su remate es optimista: bienvenida la palabrería, “si esta sustituye la explosión de fragmentos y esquirlas de artillería. De eso se trataba, ¿no?, de reemplazar las balas (y me perdonan) por babas. Al menos estas últimas ofenden, cansan, fastidian, pero no matan”.
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