Economía
Trump sufre su primer golpe como presidente de Estados Unidos en 2025: "Caída sorpresiva"
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Ganó, su mandato se está acabando y el Eln, por el contrario, ha crecido y se ha expandido. Su dicho lo lleva el mandatario como espina clavada en el costado.
El candidato presidencial Gustavo Petro le dijo al país el 14 de marzo de 2021 que, si ganaba las elecciones que vendrían 14 meses después (primera vuelta el 29 de mayo de 2022 – segunda vuelta 19 de junio siguiente), el Eln firmaría la paz. Semejante afirmación en campaña, planteada sin titubeos, debió influir de manera decisiva en las regiones oprimidas por ese grupo armado que anhelan la paz, y en general en todo el país que quiere salir de más de seis décadas de violencia. Fue como ofrecerle pan a un hambriento, lo cual hizo moralmente más comprometedora su aseveración.
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Fue en una entrevista con la entonces directora de la revista Semana, Vicky Dávila, que le preguntó: “Si usted llega a ser presidente, Gustavo Petro, y aún no han sido extraditados los miembros de la cúpula del Eln que están en Cuba, ¿usted los pide en extradición o tumba ese pedido de extradición?”. Se refería a la solicitud que había hecho el gobierno de Iván Duque al régimen de la isla para que entregara a los cabecillas del Eln que estaban allá con el fin de que respondieran en Colombia por el acto terrorista en la Escuela de Policía General Santander en el que ese grupo mató a 22 cadetes.
El candidato Petro, que para entonces comenzaba su campaña por la presidencia, dio una respuesta en la que mutó de prudente a osado: “Hasta donde yo tengo entendido, y tengo que profundizar más en ese tema, lo confieso, porque yo no fui protagonista ni estuve cerca a ese proceso, se inició con Cuba un acuerdo de Estado a Estado, y el gobierno de ese entonces se comprometió a unos temas, entre los cuales, pues precisamente ese: que no iba a haber persecución para quienes allá llegaran a dialogar el tema de la paz. Yo lo que te respondería es al contrario: a los tres meses de ser presiente se acaba el Eln en Colombia, porque hace la paz”. Tal afirmación en campaña muy pronto fue entendida como promesa.
“O sea que no los pide en extradición”, quiso precisar Dávila a Petro, a lo que el candidato respondió negativamente después de un rodeo demagógico: “Si quiero hacer la paz, que es lo que más me interesa para los colombianos, no la histeria extremo derechista que pulula en medios y en el poder político; si yo quiero la paz precisamente para que nuestra generación de niños y niñas que ahora crecen en toda Colombia puedan vivir su país, no”. Y después volvió a hacer una afirmación concluyente que hoy lo ronda como un fantasma acosador: “Yo lo que quiero es que dejen las armas. Punto. Se acabe. Se acaba la insurgencia armada en Colombia”.
Para quienes oyeron con esperanza ese anunció, el hecho de que un político de izquierdas pudiera llegar por primera vez a la presidencia constituía prácticamente la garantía de esa afirmación, debido a las afinidades ideológicas con el grupo armado. De hecho, si Petro —un exmilitante de menor rango en el M-19— era elegido, sería factible que entre izquierdistas se facilitaran los diálogos. Su posible triunfo también probaría que la izquierda podía llegar al poder por la vía democrática y no la violenta, lo cual tumbaría uno de los argumentos más recurridos de las guerrillas para justificar su levantamiento en armas. Así, los electores vieron, además de viable, atractiva la aseveración de Petro, reforzada con su quimérico proyecto de “paz total”.
Hoy al mandatario le incomoda que se le recuerde la afirmación que hizo en campaña, pues la lleva como una espina clavada en su costado, un daño que él mismo se autoinfligió, y que se remueve cada vez que el Eln comete actos terroristas y se aleja de cualquier posibilidad de paz. Lo grave es que dijo ese 14 de marzo de 2021 en el mismo tono imperativo, y que en la actualidad también resulta gravoso para él: “Mi gobierno es [será] para hacer la paz. Punto. Si no hicimos la paz, que me tumben. Es más: yo mismo renuncio porque no sirvo. El papel histórico [de] mi gobierno en Colombia es salir de dos siglos de violencia perpetua”. Otro ofrecimiento con promesa implícita que, es obvio, no estaría dispuesto a cumplir.
A comienzos de febrero pasado, la misma revista le preguntó a Eliécer Herlinto Chamorro Acosta, alias ‘Antonio García’, jefe del Eln, qué pensaba de la afirmación de Petro en el sentido de que si llegaba a la presidencia esa guerrilla se acabaría en tres meses, y el cabecilla respondió: “No puedo pensar en algo que no pasó por mi imaginación. Lo menos que puedo decir es que Petro desconocía o estaba mal informado. No considero que sea ingenuidad. Tal vez, pretendía manipular la realidad por medio del manejo mediático, como ha pretendido hacerlo”.
Que el Eln está quizá más que antes en pie de guerra también lo demuestran las declaraciones a la AFP de Luz Amanda Payares, alias ‘Silvana’, una de las cabecillas del Frente de Guerra Nororiental, el mismo que tiene desde hace dos meses patas arriba al Catatumbo, con un saldo de al menos 76 muertos 55.000 desplazados y más de 15.000 confinados, sin que el Gobierno haya conseguido restablecer el orden. “La política de paz de Petro fue un fracaso”, aseguró la insurgente a comienzos de marzo. En “los pocos meses que le quedan” a su Gobierno, el mandatario “tiene como última carta sobre la manga” un proceso de desmovilización de unos 100 combatientes del Frente 33 de las extintas Farc que operan en esa zona y a quienes el Eln les declaró la guerra.
Mirada con la distancia, la afirmación de que “a los tres meses de ser presiente se acaba el Eln en Colombia” podría tener otra interpretación que en su momento no tuvo en cuenta el país: si bien el Eln “se acaba en Colombia”, puede seguir vivito y coleando en Venezuela, como, en efecto, está ocurriendo, pues en ese país están las verdaderas fuentes de fortalecimiento y crecimiento de ese grupo armado. Es su retaguardia estratégica. Hoy el Eln es un grupo armado binacional que podría poner en riesgo la soberanía de Colombia.
De hecho, el pasado 21 de enero, con ocasión de la guerra que desató el Eln en el Catatumbo, Petro escribió en X: “Las acciones del Eln no son acciones que se deben solamente al conflicto armado interno. Es una estrategia mortal que pone en peligro la soberanía nacional. El poder actual del Eln no es conseguido internamente. El debilitamiento del Eln y el empoderamiento de la población del Catatumbo es esencial para mantener nuestra soberanía”.
Finalmente, el presidente Petro ganó las elecciones por un estrecho margen (11’291.986 votos, frente a los 10’604.337 votos de Rodolfo Hernández, más 500.043 votos en blanco), y pasó los primeros tres meses en el poder sin que cumpliera su afirmación de campaña. De hecho, han transcurrido 31 meses de su gobierno y la paz con ese grupo armado organizado está muy lejos de concretarse. Lo que más ha podido hacer el presidente Petro es conseguir, por primera vez en la historia de esa guerrilla, un cese al fuego que duró seis meses. También ha avanzado en los diálogos con la facción del Eln ‘Comuneros del Sur’ que delinque en Nariño.
Un informe de seguridad presentado por la Federación Nacional de Departamentos (FND), señala que hoy en Colombia se registran 12 o más frentes de confrontación con grupos armados (Norte de Santander, Sur de Bolívar, Bajo Cauca Antioqueño, Arauca, Vichada-Guainía, Guaviare-Meta, Pacífico chocoano, norte del Cauca, Nariño, Putumayo-Caquetá, La Guajira y Valle del Cauca), la mayoría de los cuales se presentan por el crecimiento sostenido del Eln, las disidencias de las Farc, el ‘Clan del Golfo’ y otros grupos armados ilegales, todos valiéndose del reclutamiento de menores para expandir su área de influencia y fortalecer su pie de fuerza para enfrentar violentamente a otras organizaciones.
A mediados de enero pasado, la organización estadounidense Human Rights Watch (HRW) publicó un documento en el que aseguró que, desde que Petro llegó a la presidencia, los grupos armados han expandido seriamente su poder en el país, lo cual se ha traducido en un claro deterioro de la seguridad. HRW estableció que para junio de 2024 el Eln había tenido un crecimiento del 23 % (con presencia en 232 municipios), el ‘Clan del Golfo’, del 55 % (presencia en 392 municipios) y disidencias de las Farc, del 30 % (presencia en 299 municipios), en comparación con 2022.
El Eln terminó demostrando, como lo ha hecho con gobiernos anteriores, que usa los procesos de paz para fortalecerse y expandirse. La administración del presidente Petro no ha sido la excepción, y su ambiciosa como atrevida promesa de campaña de acabar con el ese grupo en tres meses hace más evidente y punzante para el mandatario ese fracaso, entre otras cosas, porque también afecta de manera directa su mayor apuesta de gobierno, la “paz total”. Lo ocurrido con el Eln ha llevado a pensar en que la política de paz del jefe de Estado se ha movido entre la ingenuidad, el craso error de cálculo y la demagogia.
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