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La fórmula era absurdamente efectiva: los invitaban a fiestas ‘inocentes’ y, poco a poco, les iban creando dependencia a las drogas.
Esta dependencia era usada para intercambiar favores sexuales por los estupefacientes.
Al comienzo los niños y niñas regresaban a sus casas, pero poco a poco se quedaban a dormir ocasionalmente y terminaban viviendo allí.
Muchas veces se usaban jóvenes atractivos en lujosos carros como reclutadores, que enamoraban a las niñas.
Cuando los niños y niñas ya mostraban síntomas de deterioro por el consumo de drogas o por el abuso sexual, los reclutadores las (los) desechaban e iniciaban un nuevo ciclo de reclutamiento.
Por este proceso puede haber pasado ciento, miles de niños. De hecho, según cifras entregadas a El Espectador por Cristina Plazas, directora de Bienestar Familiar, en el operativo de retoma del Bronx se rescataron 134 menores, 8 menores de 5 años, 9, entre 6 y 11, 5 115 entre 12 y 17 años. La mayoría son de estratos populares.
El modus operandi es descrito por el director nacional del CTI, Julián Quintana.
“Primero les daban marihuana o una o dos pastillas, y después les iban entregando drogas más duras, hasta cuando los convertían en adictos. Al mismo tiempo los llevaban al Bronx, en donde conocían a otros jóvenes como ellos y rumbeaban entre todos, sin restricciones”, dijo Quintana al El Espectador.
En el caso de las niñas, especialmente, cuando ya entraban en confianza, luego del corto romance con el reclutador atractivo, eran obligadas a tener sexo con varios hombres de la banda. Y también comenzaban a ser ofrecidas por los ‘sayayines’, el cuerpo de seguridad de los mafiosos, a los consumidores de drogas adultos para que se divirtieran con ellas.
El negocio era tan sofisticado y sistemático que, según Quintana, había catálogos en Internet donde también se ofrecían sus servicios.
Las historias de primera mano de los menores podrían conocerse con el paso del tiempo, pues, según Plazas, primero hay que crear confianza con ellos.
Pero hay una cuota de escepticismo sobre cuántos menores se puedan recuperar.
“Pero no hay que olvidar que los menores que tienen dependencia de drogas pueden volver a escapar de su casa para encontrar a sus antiguos proveedores. No es fácil regresar a la normalidad, porque algunos ya se habían acostumbrado a ese estilo de vida sin reglas ni límites. Obtuvimos unas imágenes que nos impactaron mucho porque allí se ve a niñas apenas en edad de la pubertad, a quienes se les nota que venían de buenas familias. Sin embargo, ellas abrazaban y besaban a unos indigentes, hombres drogadictos de calle, con todo lo que esa intimidad conllevaba en materia de contagios y enfermedades”, dice Quintana.
Además, como bien lo dice Plazas, “el Bronx era, como todos dicen, un infierno, pero para muchos de los menores que encontramos allá, el infierno de sus casas era peor”.
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