‘Mal-paridos’, dice Claudia Palacios al hablar de hijos traídos al mundo sin ser deseados

Nación
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Así, sin anestesia, titula la periodista su columna en El Tiempo, en una cruda reflexión, alejada del discurso políticamente correcto, sobre el aborto.

Es claro que Palacios no emplea el término vulgar y despectivo con el que, según el Diccionario de Americanismos, se designa en varios países del continente (incluido Colombia, por supuesto) a una persona indeseable, despreciable, incluso deforme.

No. Ella se cuida de usar un guion para separar los dos términos que componen la malsonante (e insultante) palabra, que también se podrían invertir si se quiere entender su sentido pleno (paridos mal), pero no tendría la misma fuerza ilocutiva. Perdería fuerza, impacto. No llamaría la atención.

“Está mal”, escribe Palacios en su columna del diario bogotano, el hecho de “traer vidas al mundo sin desearlas”. Para ella, “el primer acto de respeto por cada vida debe ser desear su existencia; por ende, parir sin desearlo es mal-parir”.

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Asegura que la sobrecoge imaginar a una mujer “agobiada durante años por la responsabilidad de cuidar, enseñar, curar, reprender, alimentar y tantas cosas más, sin gusto y sin opción, a quien no deseó traer al mundo”. En otras palabras, “la idea de una mujer cuya maternidad no sea un goce, sino una condena”.

Pero como al hablar de maternidad hay que considerar no solo a las madres, sino también a sus hijos, aclara que la sobrecoge asimismo la vida ese hijo “condenado a las falencias y carencias de tener unos padres biológicos incapaces de semejante acción que es criar”.

Claro que Palacios no deja la ecuación incompleta. Interpela también a los hombres y a quienes se oponen al aborto, con estas inquietudes:

“Si penalizan a una mujer que decide abortar, debido a que el depositario de la esperma no va a responder por el futuro hijo, a ese hombre también habría que penalizarlo, ¿cierto?”; “Si una mujer muere practicándose un aborto inseguro porque no le garantizaron el derecho al aborto, quienes no reconocen el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo —los autodenominados próvida—, ¿en ese caso deberían ser llamados promuerte?”; y “Si una mujer decide no abortar porque un sacerdote le dice que es pecado, ocultándole así que la Iglesia dispensa el aborto en 10 causales, en algún pecado ha de haber incurrido ese cura, ¿verdad?”.

El tema de concebir y traer hijos al mundo con responsabilidad (y del aborto también) es recurrente en Palacios. De hecho, a mediados del año pasado, publicó una columna en la que conminaba a las mujeres venezolanas que llegan a Colombia a que no parieran más, pues aseguró que ellas lo hacen acá pensando que, como en su país, van a recibir plata por tener hijos.

Con la columna de Palacios en El Tiempo coincide la de una mujer desconocida (que firma como ‘Amelia’) en El Espectador, que cuenta su experiencia cuando decidió abortar, a los 27 años, recién había retomado sus estudios después de haber sido madre adolescente (y de juzgar a las mujeres que abortaban), y comenzaba una carrera universitaria.

“Justo un mes antes del inicio de clases, me tocó enfrentarme a un embarazo no deseado. Sí. Ahora era yo, una mujer con una buena situación económica, mucho más madura y a punto de entrar a estudiar, la que tenía que decidir”, recuerda ‘Amelia’ en su escrito. “Lo más difícil fue enfrentarme conmigo misma, con mis propios prejuicios. […] Si no tomaba una decisión en ese instante iba a volver a enfrentarme al mundo, con más herramientas, con más dinero, con más años, pero con la experiencia de todo lo que implicaba la maternidad”.

Pero cuenta que además tuvo que enfrentar a su pareja de ese momento. “Me vi obligada a escucharlo decir que no me convirtiera en asesina. Dijo que él le daría el apellido, como si un hijo sobreviviera a punta de apellidos y no de cuidados, alimentación, salud, educación y otras tantas cosas. No fue fácil encontrar la fuerza para poner mi vida como prioridad, para sentirme capaz de decidir sobre mi cuerpo”.

“Aborté”, sigue ‘Amalia’ en su relato.  “No me arrepiento, pero pasé mucho tiempo sintiendo culpa. Luego descubrí que la culpa es un ancla al dolor del pasado, y que las mujeres necesitamos enterrar la culpa que nos han inculcado para no dejarnos decidir. Nadie aborta con gusto. Nadie quiere abortar. Es una última alternativa, como sucedió en mi caso. Hoy sé que haber encontrado la fuerza para decidir por mí misma, y no por lo demás, fue la mejor decisión que pude tomar”.

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