¿Crimen de lesa humanidad? La familia de Miguel Uribe Turbay exige justicia ante el magnicidio político

Nación
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El caso Uribe Turbay podría redefinir la justicia en Colombia: ¿se trata de un crimen de lesa humanidad?

El asesinato del líder político Miguel Uribe Turbay ha movilizado a su familia y a sus representantes legales para exigir que el crimen sea reconocido como un crimen de lesa humanidad, en lugar de ser tratado como un hecho aislado. Víctor Mosquera, el abogado de la familia, sostiene que este homicidio debe entenderse como parte de un patrón sistemático de violencia dirigido contra la oposición política colombiana y, en concreto, contra el partido Centro Democrático. De acuerdo con las normas del derecho penal internacional, esta clasificación implica la existencia de ataques generalizados contra sectores civiles debido a su afiliación o posición política, y eleva el caso a una magnitud que traspasa lo meramente nacional, tal como ha referido El Colombiano en su cobertura del caso.

El padre de la víctima, Miguel Uribe Londoño, enfatizó durante la ceremonia fúnebre que el magnicidio ocurrió mientras el senador impulsaba reformas orientadas a fortalecer la seguridad en Colombia, lo que añade una dimensión política y simbólica a la tragedia. Esta perspectiva refuerza el argumento de que el crimen no puede verse aislado del contexto político nacional. Por su parte, investigaciones de inteligencia policial atribuyen la responsabilidad a la Segunda Marquetalia, un grupo armado ilegal. Se señala que la orden para asesinar a Uribe Turbay provino del jefe militar de esta organización, alias Zarco Aldinever, quien posteriormente habría muerto en una acción armada ejecutada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en la frontera con Venezuela, de acuerdo a reportes recogidos por El Colombiano.

La designación del asesinato como crimen de lesa humanidad transforma radicalmente su sentido jurídico: otorga el máximo nivel de gravedad a la causa, implica que la acción judicial sobre el caso nunca prescriba, y permite extender la persecución penal sobre todos los responsables, directos e indirectos. Esto también posibilita abrir la puerta a la justicia internacional, validando que el asunto pueda ser examinado bajo instancias globales en defensa de los derechos humanos, un paso trascendental para los familiares de las víctimas y para la opinión pública. Según la visión del derecho penal internacional, expuesta en el estudio del Tribunal Penal Internacional de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los crímenes de lesa humanidad incluyen ataques extensivos contra civiles, y su investigación exige demostrar la sistematicidad de los hechos y los motivos políticos o ideológicos detrás de ellos.

Este tipo de calificación no solo obliga a la Fiscalía y a los jueces nacionales a profundizar en los factores de estructura y organización criminal, sino que simultáneamente puede atraer la competencia de organismos internacionales si se evidencia inacción o complicidad institucional, como sucediera en experiencias previas en América Latina registradas en los Global Rights and Transitional Justice Reports de 2022.

El contexto colombiano agrava la situación: informes de organizaciones como Human Rights Watch (2024) e Indepaz (2023) muestran que la violencia contra líderes políticos y sociales no es nueva ni se reduce a casos puntuales. Se trata de una tendencia arraigada y creciente, alimentada por disputas territoriales, dinámicas de narcotráfico y la limitada capacidad estatal para proteger a la oposición. Todo esto genera un ambiente donde delitos como el asesinato de Uribe Turbay pueden ser interpretados como parte de una violencia estructural sistemática, otra característica propia de los crímenes de lesa humanidad, según la documentación de esas organizaciones.

Históricamente, los crímenes políticos han sido utilizados en Colombia para intentar socavar la fuerza de la democracia y restringir el debate público. El reciente asesinato de Miguel Uribe Turbay resuena en una nación que todavía busca consolidar mecanismos de justicia y memoria para responder adecuadamente a las heridas profundas del conflicto armado. El reclamo de la familia apunta precisamente a fortalecer los derechos democráticos y las garantías de protección que deben gozar todos los opositores, condición indispensable para cualquier sistema democrático legítimo.

En conclusión, la demanda de que el caso sea calificado como crimen de lesa humanidad no solo busca obtener justicia para una familia y una víctima concreta, sino que abre la puerta a una discusión nacional e internacional sobre la lucha contra la impunidad y la defensa de los derechos políticos en Colombia. El debate trasciende el hecho puntual y se enmarca en la necesidad de reforzar la jurisdicción y cooperación internacional en la administración de justicia para inocular a la democracia contra la violencia política.

Preguntas frecuentes relacionadas

¿Qué significa exactamente “crimen de lesa humanidad” y cómo se diferencia de otros delitos?

La categoría de crimen de lesa humanidad aparece en el derecho penal internacional para señalar hechos delictivos cometidos de manera sistemática o generalizada contra poblaciones civiles, por motivos políticos, raciales o religiosos. A diferencia de otros delitos, no requiere que exista un conflicto armado, y su carácter implica que no prescriben, es decir, pueden ser investigados y sancionados sin límite temporal. Esta calificación es relevante en el caso Miguel Uribe Turbay, pues apunta a distinguir su asesinato de un simple homicidio y enfatiza la responsabilidad estructural por parte de organizaciones o actores políticos, de acuerdo al Tribunal Penal Internacional de la ONU.

¿Cuáles son las implicaciones políticas y jurídicas de que un caso sea considerado crimen de lesa humanidad en Colombia?

Catalogar un hecho como crimen de lesa humanidad implica que el Estado colombiano debe investigar y sancionar a los responsables de manera prioritaria y con estándares internacionales, evitando cualquier forma de impunidad. Permite, además, que instancias internacionales como la Corte Penal Internacional intervengan si las autoridades nacionales no cumplen sus obligaciones. En Colombia, esta tipificación puede forzar cambios en políticas públicas, reforzar la protección a líderes y opositores políticos y fortalecer mecanismos judiciales en la protección de los derechos humanos. Esto ha sido respaldado por informes de organismos como Human Rights Watch y experiencias de justicia transicional recogidas en América Latina.

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