Mientras en una esquina está Santos con su capa de paz, en la otra Uribe, con su centro democrático.

Y suena la campana… Arranca el combate… Luego de dos largos rounds, en que Uribe dominó el cuadrilátero, en que se dieron extrañas llaves como los falsos positivos, como la seguridad democrática, en la que los colombianos tuvieron la percepción de que era posible moverse entre las cuerdas con seguridad, llegaron nuevos combatientes.

Santos se quitó su cubierta y se mostró con transparencia; en lugar de continuar con la estrategia de su antecesor, decidió traer nuevos combatientes y cambiar sus llaves. Envió la lucha a la Habana- Cuba y decidió que, en lugar de incentivar la confrontación, crearía una estrategia de paz. Con Humberto de la Calle, incorporó a la lona a una serie de luchadores que habían permanecido por muchos años en la clandestinidad, prácticamente luchando por debajo o al margen del cuadrilátero: las Farc.

Por más de cuatro años, la batalla se dio sin balas. Y cuando nadie lo creía posible, se consiguió la paz. Sin embargo, la lucha mayor no había llegado todavía a su fin. Mientras Santos buscaba ganar este difícil combate, en otra lona comenzaba una dura contienda.

La gran batalla por la corrupción

Como un lejano árbitro, Luis Carlos Restrepo, el antiguo comisionado de paz del expresidente Uribe Vélez, sacó a la luz una extraña lucha. A la que ingresó Oscar Iván Zuluaga, un combatiente heredero directo de Uribe. En lugar del 1,2,3, el conteo fue Ordebrecht, una extraña palabra venida de Brasil, que se convirtió en un sinónimo de plaga de corrupción a lo largo y ancho del continente americano.

La lucha salpicaba a diestra y siniestra a políticos de una y otra orilla. Mientras, un no tan novato luchador, Germán Vargas Lleras, comienza a calentar y a buscar una estrategia que lo distancie de su padrino político, el presidente Santos.

No es fácil encontrar un solo político que esté fuera de la lona, que no sea salpicado o tocado por esa mano oscura.

Frente a ello, hay algunos dirigentes que han hecho hasta lo imposible para no entrar en el cuadrilátero de la corrupción. Es más, se ha vuelto una bandera de nuevos partidos como el de Alianza Verde o de partidos ya tradicionales como el Polo Democrático, donde Jorge Robledo, Iván Cepeda o Germán Navas Talero, buscan, a pesar de mantener su bandera amarilla, mostrarse como adalides independientes de la anticorrupción.

Y así, las cada vez menores audiencias, es decir el aumento del abstencionismo, continúan vitoreando a los “luchadores” o políticos tradicionales. Con ofrecimiento de casas, con desvío de fondos, con una nueva forma de lechona o ladrillos, los votantes siguen apoyando y eligiendo a los mismos con las mismas.

La lucha libre resulta una válida comparación de nuestra incompleta democracia. Los héroes siempre son los mismos. En Colombia, la política se hereda; los dirigentes son hijos de antiguos políticos, o sino “ahijados” de los grandes líderes. Tanto Uribe como Santos, que son las cabezas visibles de los principales movimientos, buscan perpetuar, en nombre propio o de terceros, su poder. A la manera de los tradicionales luchadores, que reciben la mano de su antecesor, los políticos están atentos entrar a la lona, y así heredar su poder.

No es difícil descubrir estos nombres. Tal vez el problema es que no leemos lo suficiente, ni tenemos la memoria adecuada, para actuar en contra de los políticos corruptos. Considero que el voto es el principal castigo para lograr retirar a quienes actúan fuera de la ley. Al quitar el apoyo, al “vetar” a cada uno de estos personajes, se dará el principal castigo para un personaje que vive del favor popular. Es decir sacarlos de la contienda política.

LO ÚLTIMO