Para nadie es un secreto que la movilidad de nuestra capital es un verdadero desastre. Interminables trancones, vías en pésimo estado y un sistema de transporte público contaminante, inconveniente e invasivo son los ingredientes perfectos para que Bogotá siga atrapada en el trancón y sin soluciones serias para superar este caos que viene de mucho tiempo atrás.

Lo peor de todo es que la ciudad ha tenido oportunidades históricas para dar vuelta a la situación y en todas ha fallado, a pesar de tener claro que la solución idónea a todo este problema tiene nombre propio: Metro. La discusión viene desde hace más de 50 años, pero, por alguna extraña razón, Bogotá continúa condenada al ineficiente sistema de buses cuyo nombre actual, de solo escucharlo, genera escozor en una gran parte de los ciudadanos: Transmilenio.

Lo peor es que el alcalde mayor de la ciudad, Enrique Peñalosa, está empecinado en construir nuevas troncales de ese sistema por toda la ciudad, mientras que el Metro parece solo una ilusión cada vez lejana. De esta manera parece que estamos destinados a vivir en una de las capitales más atrasadas del mundo en materia de transporte y movilidad.

Sin embargo, a pesar de ese panorama gris, un grupo de ciudadanos se está dando a la tarea de evangelizar sobre las grandes desventajas del sistema de los impopulares buses rojos. Los rimbombantes anuncios sobre una troncal de Transmilenio por la Carrera Séptima han motivado a estos valientes a conformar movimientos cívicos en defensa de esta emblemática vía que ya sufre serios problemas como para agregarle uno más.

En días pasados, el prominente experto chileno en movilidad Louis De Grange visitó nuestro país y dejó una reflexión clara: “Todas las grandes ciudades del mundo con sistemas de transporte público eficiente como Madrid, París, Londres, Berlin, Nueva York y muchas más, basan su estructuras en el Metro como sistema principal, mientras que en Bogotá las autoridades piensan en un sistema como Transmilenio, inconveniente a todas luces, teniendo en cuenta las proyecciones de crecimiento para los próximos años”.

Solo basta con dar un vistazo a otras capitales latinoamericanas, incluso más pequeñas que Bogotá, para cuestionarnos por qué en nuestra ciudad es tan difícil hacer el Metro. Panamá y Ecuador son dos ejemplos cercanos de cómo estos sistemas avanzan a toda marcha dejando atrás el tradicional sistema de buses.

Ahora, tenemos el mejor ejemplo a solo una hora en avión y en nuestro mismo país: Medellín, que con sus dificultades y todo ha logrado sacar este sistema adelante y convertirlo en un orgullo de su ciudad.

Entonces, uno se pregunta, ¿y es que en Bogotá no nos merecemos un Metro? Ante este panorama gris y ante la obstinación de un alcalde cegado por una idea retrograda de hace 30 años, o, tal vez, por negocios personales (como mucho se ha insinuado), reconforta saber que grupos como Defendamos la 7a, están concientizando a la gente del gran error que sería para esta ciudad dejar avanzar un sistema cada vez más invasivo, ruidoso y contaminante, que hace mal uso de la superficie, destruye nuestras calles y perjudica nuestro medio ambiente.

Cuando usted vaya en un Transmilenio lleno, o lleve 15 minutos esperando para montarse en uno, pregúntese: ¿es este realmente el sistema de transporte público que nos merecemos? ¿Se convertirá Bogotá en la ciudad más rezagada del mundo para los próximos 20 años? Si se construye un solo centímetro más de ese sistema de buses rojos, ¡la respuesta será sí!

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