El Viernes Santo de 1998 (10 de abril) fue el final de una de las guerras religiosas y nacionalistas más largas y dolorosas del siglo XX en Europa. Si bien la historia dice que el conflicto armado en Irlanda del Norte inició en octubre de 1968, sus causas y detonantes tenían raíces centenarias, cuyas consecuencias siguen vigentes después de 25 años de haber firmado la paz.

(Vea también: Acuerdo de Paz recibirá millonario respaldo internacional para 2023; sonríe Petro)

Sir Kenneth Bloomfield, comisionado de Víctimas en Irlanda del Norte, además de ser uno de los personajes clave para que ese tratado de paz se firmara, se cargó constantemente de sabiduría y dijo en 1998 ante Naciones Unidas una frase que tangencialmente describió los alcances de esa guerra: “La falta de diálogo y tolerancia nos hizo matarnos desde hace siglos, aun siendo hermanos. Si yo era católico, el protestante siempre iba a ser mi enemigo. No importaba si era una buena persona o nunca me había hecho nada. Esta fue una guerra que comenzó antes de la guerra misma”.

El sectarismo religioso y político se carcomió a los norirlandeses, convirtiendo a las calles de Belfast (su capital) o Londonderry en auténticos campos de batalla. Los barrios se atrincheraron, las escuelas y comercios fueron separados por barricadas y muros que no fueron suficientes para que cesara la violencia. Irlanda del Norte vivió una guerra tan turbulenta como la implementación de su paz: hubo un desarme lento (más de siete años, según Naciones Unidas), una atención precaria a víctimas y un modelo de justicia poco riguroso y con tasas de impunidad altas. Esto, a pesar de tener los ojos del mundo occidental encima.

Incluso, durante el largo proceso para negociar la paz, entre los grupos armados católicos, protestantes, el gobierno norirlandés, el gobierno irlandés y el mando político del Reino Unido desde Londres, no dejaron de existir problemas. Los ataques de unos a otros, los atentados del grupo armado pro-católico y ‘antileaslista’ a la corona inglesa de IRA (Ejército Republicano Irlandés, por sus siglas en inglés), sumado a un ambiente constante de desconfianza desde Downing Street, estuvieron a muy poco de hacer trizas la paz, en un conflicto que no resistía un muerto más.

En 1994, Reino Unido e Irlanda alcanzaron un cese al fuego con IRA (por años grupo armado enemigo de los paramilitares Fuerza Voluntaria del Ulster – a favor de la corona inglesa y de la anexión norirlandesa al Reino Unido). Parecía el fin de los actos terroristas, de persecuciones injustificadas y un paso más hacia transiciones hacia la paz en una década que ya había visto el fin de los conflictos en El Salvador, Ruanda y Guatemala.

Ese hecho de acercar las partes en Irlanda del Norte permitió un inicio formal de negociaciones de paz en la que el cese de hostilidades fue considerado como un primer gran paso. Por desgracia, el trato fue violado por el IRA el 10 de febrero de 1996.

Ese día, el grupo armado -ya sentado en una mesa que prometía un inminente acuerdo de paz- detonó una bomba con media tonelada de dinamita en el centro financiero de Londres, a la altura de la estación de tranvía South Quay, punto neurálgico de Canary Wharf. Ese crimen nocturno y en una jornada con poca afluencia de peatones dejó un saldo de dos muertos y la idea de que el fin de la violencia no se podía tratar con un actor armado que no estaba dispuesto a frenar sus actividades delictivas.

(Lea también: Colombia recibirá buen billete de la Unión Europea, pero para una específica inversión)

El recordado ex primer ministro británico Tony Blair tomó el mando ejecutivo en Reino Unido al año siguiente con la consigna de que una paz con IRA no era posible. Sin embargo, el contexto internacional, el llamado a la paz desde Derry y Belfast y una promesa de buena voluntad y fin definitivo al fuego por parte de los republicanos de IRA y su brazo político de Sinn Fein, el 20 de julio de 1997 encarriló el acuerdo de paz para llegar al Viernes Santo de 1998 con un documento aprobado popularmente en las urnas y con toda la legitimidad para acabar una guerra que parecía interminable.