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"No soy adicto": Petro respondió incómoda pregunta de 'Juanpis González' y así reaccionó
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La dura respuesta de Israel no afloja y las gestiones diplomáticas para detenerla no dan resultado. La tragedia humanitaria es responsabilidad de ambas partes.
Este domingo se cumplen tres meses de aquel fatídico sábado 7 de octubre en el que integrantes del grupo extremista palestino Hamás (acrónimo en árabe de “Movimiento Islámico de Resistencia”) agredieron a Israel, por aire con una lluvia de misiles (a manera de distracción) y por tierra con hombres fuertemente armados que se infiltraron y asolaron pacíficas granjas agrícolas fronterizas. Aún no se sabe si lo calcularon o no, pero lo que hicieron ese día amenaza hoy con incendiar a Oriente Medio.
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En esa acción mataron a unos 1.200 israelíes, entre ellos, mujeres y niños, y al menos 200 militares. En la fase inicial de su ataque, embistieron un festival de música electrónica por la paz, en donde también asesinaron a jóvenes de diferentes nacionalidades, entre los cuales también cayeron dos colombianos. Y redondearon toda esa acción con el secuestro de unas 300 personas, incluidos también muchos niños y mujeres.
Eso hace que la inerme población civil quede en medio, forzada a desplazarse de un lugar a otro, principalmente dentro de la misma Franja de Gaza, sin comida, agua, combustible ni medicamentos. Israel la mantiene bloqueada porque entiende que si deja pasar esos abastecimientos terminarán en manos de Hamás.
Después de tres meses de la guerra que desató Hamás, el saldo de muertos en Gaza es de más de 22.000, la tercera parte de ellos, niños, según el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás. Israel reconoce haber perdido en el mismo lapso un poco más de 110 militares. Las pérdidas por la destrucción de edificios e infraestructura son multimillonarias.
Las imágenes de muerte y destrucción en los centros urbanos de Gaza estremecen al mundo, que se ha dividido entre quienes respaldan a Israel y ven su ofensiva como una reacción justa al ataque de Hamás, y quienes han optado por silenciar la agresión de Hamás y señalan a Israel como único responsable de la calamitosa situación.
Ese es el caso del presidente de Colombia, Gustavo Petro, que no solo no hizo ningún comentario por el asesinato de los dos jóvenes colombianos en la arremetida de Hamás del 7 de octubre, sino que compara con insistencia ahistórica a Israel con el nazismo y a Netanyahu con Hitler. Su postura ha resultado ofensiva para los israelíes, por lo que las relaciones entre los dos países se han trenzado.
Claro que lo que ve hoy el mundo en la Franja de Gaza no comenzó estrictamente con el ataque de Hamás del pasado 7 de octubre. Ese conflicto hunde sus raíces en las postrimerías del siglo XIX, con el inicio de la llegada a Palestina de judíos que huían de la persecución en Rusia y Europa central.
En 1948, después de la Segunda Guerra Mundial, en la que fueron asesinados seis millones de judíos, la ONU, mediante su resolución 181, dividió Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, y la ciudad de Jerusalén quedó bajo control internacional.
Pero una cosa es el pueblo palestino, cuyo Estado quedó repartido en dos regiones separadas (la Franja de Gaza y Cisjordania, en medio de las cuales está Israel), y otra cosa son los grupos armados que le hacen la guerra a Israel invocando la causa palestina: Hamás en la Gaza que oprime y Hezbolá en Cisjordania gobernada por la Autoridad Nacional Palestina.
Israel y esas dos organizaciones armadas han tenido intensos conflictos en diferentes momentos, pero este es quizás el más grave porque, además, amenaza con incendiar en el mediano plazo a Oriente Medio. Y eso podría no tener reversa si se consideran los objetivos políticos y militares de Israel y los grupos armados palestinos: ninguna de las dos partes contempla otra opción que no sea el aniquilamiento total de su enemigo.
Además, el grupo terrorista Estado Islámico busca echarle combustible a la hoguera con una pretendida solidaridad hacia Hamás. Esta semana, en un ataque con explosivos, mató en Irán a más de 80 personas, y llamó a sus seguidores a matar judíos y cristianos en cualquier parte del mundo.
El panorama es aún más desolador, como han planteado expertos, por las heridas que sigue dejando abiertas la confrontación en Gaza. De un lado, por ejemplo, la desoladora idea de que los jóvenes y niños que hoy sobreviven a los bombardeos de Israel —y ven cómo sufren y mueren sus familiares— crecerán con sed de venganza y serán presas fáciles para los propósitos de Hamás, que no tiene como fin la justa reclamación palestina de un Estado para su pueblo.
La carta fundacional de esa organización extremista tiene por objetivo la instauración de una sociedad islámica basada en la ‘sharía’ (ley islámica), destruir el Estado de Israel y hacer de Jerusalén el tercer lugar más sagrado del islam, la capital de Palestina. Es decir que en su norma constitutiva predomina la idea de la guerra.
De otro lado, están las heridas de Israel. Más allá del dolor por sus muertos y secuestrados, los israelíes están duramente afectados porque en las últimas semanas aumentaron las denuncias de que los milicianos de Hamás que lanzaron el ataque del 7 de octubre cometieron violaciones colectivas, actos de necrofilia y mutilaciones de los genitales de los cadáveres. Habría habido violencia sexual.
Testigos y expertos entrevistados por AFP señalaron que todavía no es posible tener un panorama completo de las atrocidades cometidas durante el ataque ni si fueron sistemáticas debido al caos posterior a esta ofensiva. En los días posteriores, cientos de cadáveres llegaron a la base militar de Shura, en el centro de Israel. Muchos estaban calcinados y mutilados a tal punto que el trabajo de los expertos fue una labor delicada.
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La AFP entrevistó a una reservista del ejército que se encargó de identificar y lavar los cadáveres de las soldados muertas en el ataque. “Estábamos conmocionadas”, relató Shari, que se identificó solamente con el nombre de pila. Los cuerpos de “muchas mujeres jóvenes llegaron envueltos en trapos ensangrentados”, contó, y afirmó: “La comandante de nuestro grupo vio [los cadáveres de] varias soldados con disparos en la entrepierna, en la vagina o los pechos”.
Eli Hazen, voluntario de la organización Zaka, especializada en la identificación de víctimas de desastres para su entierro respetando las tradiciones judías, relató que encontraron en el kibutz Beeri el cadáver de una mujer semidesnuda, con un disparo en la nuca y en una posición que sugiere que fue agredida sexualmente.
También contó que, en la misma comunidad agrícola, hallaron el cadáver de una joven que yacía debajo de un combatiente muerto y que ambos estaban a medio vestir. Simcha Greiniman, también voluntario de Zaka, relató a AFP que en otro kibutz encontraron a una mujer muerta con objetos cortopunzantes introducidos en la vagina.
A todo el dolor que padece el pueblo judío, que puede convertirse también en pretexto para la venganza (y, con ello, para la continuidad de la guerra) se viene añadiendo la terrible teoría de que el gobierno de Israel sabía del ataque, pero no hizo nada para evitarlo.
Hay quienes consideran incluso que la continuidad de la guerra le conviene a Netanyahu por los graves problemas políticos que enfrenta y por las cuentas que debe rendir ante lo que para el general retirado Noam Tibon consideró en BBC como “el mayor fracaso en la historia del Estado de Israel: fracaso militar; fracaso de inteligencia; fracaso del gobierno”.
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