La candela viva: la canción que hizo inmortal el incendio de Chimichagua y transformó el folclor del Caribe
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Visitar sitio¿Sabías que una tragedia en Chimichagua inspiró la canción que hoy es símbolo del folclor colombiano?
Hace setenta años, el folclor del Cesar y de la región Caribe colombiana experimentó un punto de inflexión gracias a la recuperación de un suceso emblemático transfigurado en una canción histórica: ‘La candela viva’. Compilada originalmente por el campesino y músico Heriberto Pretel Medina y posteriormente popularizada por Alejandro Durán Díaz, esta pieza no solo relata el incendio devastador que azotó Chimichagua el 14 de febrero de 1923, sino que también se ha elevado como verdadero símbolo cultural y musical. A través de múltiples versiones, la canción se ha encargado de preservar en la memoria colectiva las emociones y consecuencias de aquel incendio, documentando cómo un acontecimiento local puede ser transmitido generación tras generación a través del arte popular.
El contexto que rodea el nacimiento de ‘La candela viva’ es testimonio de la función social de la música folclórica. El incendio se originó en la vivienda de Luis Roberto León, ubicada en una céntrica esquina del pueblo, cuando la brisa avivó las llamas originadas en el techo de palma mientras Ana María Flórez cocinaba en un horno de barro. En cuestión de minutos, el fuego destruyó gran parte de Chimichagua, modificando la vida de sus habitantes. Según el relato recogido en el artículo original, Heriberto Pretel Medina, testigo directo porque residía en el corregimiento cercano de Plata Perdida, canalizó la tragedia en composición musical, asegurando su transmisión oral y luego sonora.
Pretel Medina, caracterizado como un hombre alegre y generoso, compuso también piezas como ‘La perra’, ‘Mi compadre se cayó’ y ‘Los pozos brillantes’. Su relación de amistad y colaboración con Alejo Durán resultó decisiva para que estas creaciones trascendieran la tradición oral y fueran grabadas y difundidas mediante discos y radio, legitimando su legado en la música tradicional del Caribe colombiano. Así, la música se convierte en archivo vivo de las experiencias colectivas, complementando la historia oficial y fortaleciendo la identidad regional a través del vallenato y la tamborera.
El impacto de ‘La candela viva’ se constata en sus más de quince versiones, comenzando con la grabación de Alejo Durán en 1955 que la popularizó fuera de los límites de Chimichagua. Según el folclorista Hernán Martínez Argüelles, la canción es considerada un himno identitario, comparable con otros íconos nacionales como ‘La Piragua’ de José Benito Barros Palomino, consolidando su estatus dentro del folclore colombiano y contribuyendo a la riqueza musical nacional.
La vigencia de esta pieza fue renovada en 2013 con la grabación de Jorge Celedón y Totó la Momposina, quienes mantuvieron su autenticidad folclórica. La canción no solo reúne talentos de distintas regiones, sino que ha sido utilizada como emblema en escenarios internacionales. Así se evidencia en la puesta en escena realizada por el Ballet de Colombia bajo la dirección de Sonia Osorio en Moscú, arrastrando consigo un fragmento de la identidad colombiana a miles de kilómetros del lugar de origen.
Sin embargo, la historia de ‘La candela viva’ también refleja las tensiones entre el respeto por la tradición y los protocolos sociales establecidos. Cuando Heriberto Pretel falleció en 1988, en su sepelio no se permitió interpretar tamboras, subrayando la contradicción entre la vida del artista y las normas sociales que enmarcan su legado. Este episodio, relatado en el artículo, es una invitación a reflexionar sobre el lugar de la música en la ritualidad y los cambios culturales.
La academia ha abordado la función de canciones como ‘La candela viva’ en el fortalecimiento de la memoria histórica y la construcción de identidades. El musicólogo Nicolás Gómez destaca cómo tales piezas operan como “documentos sonoros” que transmiten tanto hechos históricos como vivencias emocionales, contribuyendo al estudio antropológico y musical del Caribe colombiano. A la vez, estudios de la Universidad Nacional de Colombia resaltan la importancia de personajes como Pretel y Durán para la profesionalización y visibilización nacional de los géneros vallenato y tamborera.
Hoy, la canción sigue siendo interpretada y recordada en festivales y eventos patrimoniales, mientras el Ministerio de Cultura de Colombia promueve activamente la protección de este legado. En síntesis, ‘La candela viva’ es mucho más que una crónica musical de una tragedia: es ejemplo del poder de la música popular para preservar historia, memoria e identidad a lo largo del tiempo.
Preguntas frecuentes relacionadas
¿Por qué es importante la música folclórica para la memoria histórica regional?
La música folclórica cumple un papel central en la transferencia intergeneracional de historias, valores y experiencias propias de una región. Según académicos del Caribe colombiano, canciones como ‘La candela viva’ actúan como archivos vivos, permitiendo que hechos significativos no se pierdan con el paso de los años. Este tipo de obras musicadas suelen recoger aspectos emocionales y contextuales que los documentos escritos tradicionales frecuentemente omiten, enriqueciendo la comprensión de la historia local.
La relevancia de la música folclórica también reside en su capacidad para construir y fortalecer las identidades colectivas. Estas canciones proporcionan puntos de referencia comunes que ayudan a las comunidades a reconocerse y cohesionarse, y su difusión nacional e internacional puede contribuir a valorizar y proteger el patrimonio cultural inmaterial frente a los retos de la modernidad y la globalización.
¿Qué diferencias existen entre el vallenato y la tamborera?
Ambos géneros son fundamentales en el Caribe colombiano y comparten raíces afrocaribeñas, indígenas y europeas, pero poseen características musicales y rítmicas distintas. El vallenato se caracteriza por el protagonismo del acordeón, la caja y la guacharaca, y sus letras suelen relatar historias cotidianas, romances o sucesos sociales. Por otro lado, la tamborera tiene como base principal los tambores, y su ritmo más acentuado y envolvente resalta durante celebraciones rituales y festividades tradicionales, haciendo énfasis en el baile y la colectividad.
Mientras que el vallenato ha buscado nuevas audiencias y se ha expandido a nivel nacional e internacional, la tamborera tiende a conservar una mayor fidelidad a sus orígenes ceremoniales y comunitarios. Ambas expresiones conviven y se nutren mutuamente, constituyendo un pilar esencial para la preservación de la rica diversidad musical y cultural de la región.
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