[…] Pero, por prudencia, no dijo nada. Fue un par de minutos después de haberse acomodado ante su escritorio que la llamó.

Fenicio, el amigo de Alfabeto, es también hombre empeñado en estas lides de defender el idioma cervantino. Así que para esta semana le pidió a Alfabeto que lo dejara conducir estas observaciones idiomáticas.

El tema se lo proporcionó nadie menos que su propia esposa. Pocos minutos antes de salir hacia su oficina. Ella ─la esposa de Fenicio─ le aportó material. Lo hizo al llamar a uno de sus hijos para que se sentara en una silla, cerca de ella.

Esteban, ven y te me sientas aquí ─ dijo la dama.

Fenicio la miró rápidamente, y la increpó:

─ ¿Qué quisiste decir con la expresión «te me sientas aquí»?

─ Pues que él venga y se siente aquí, en esta silla ─ respondió ella ─. No me vayas a salir con que cometí un error.

─ ¡Ni más ni menos, querida! Si es el niño el que ha de sentarse en esta silla, como tú bien indicas, ¿para qué usas el pronombre ‘me’? Simplemente, di: «Esteban, ven y siéntate aquí». Es más preciso. Ahora bien, tu oración es válida si de lo que se trata es que el niño se siente sobre tus piernas, por ejemplo. El pronombre ‘me’ indicaría así que el niño habría de sentarse encima de ti. Pero como esta segunda opción no era lo que debía ocurrir, entonces, querida, ese pronombre (me) en la oración citada, sobra.

─ Gracias, mi amor. Me está sirviendo cada día tu misión lingüística. Al paso que voy, yo terminaré convirtiéndome en una experta hispanohablante. ¿Cómo te parece?

─ ¡Ojalá! Ese es, precisamente, el espíritu de mi campaña: que la gente que reciba estas orientaciones, sin tanto rigor académico, corrija sus equivocaciones habituales al hablar y escribir, y use bien el español.

Fenicio abandonó su casa de habitación, y se encaminó hacia el trabajo. Al llegar, su secretaria, una joven rubia y esbelta, más preocupada por su maquillaje exterior que por su belleza interior, discutía con el mensajero. Este se había sentado en la silla predilecta del jefe para tomar reposo en la zona exterior de su oficina.

─ «¡Se me para inmediatamente de ahí! ─ alcanzó a escuchar Fenicio que ella le decía al muchacho de los mandados. Pero, por prudencia, no dijo nada. Fue un par de minutos después de haberse acomodado ante su escritorio que la llamó.

─ ¿Cómo me le va, jefe? Qué pena que no lo saludé al llegar. A la orden…

─ No la llamo para algo urgente. Solamente quiero enmendar dos expresiones que acabó usted de emplear. «Se me para inmediatamente de ahí», dijo. Y al saludarme: «¿Cómo me le va, jefe»? A sus expresiones les sobra el pronombre ‘me’, de primera persona. Con haber dicho: «Se para inmediatamente de ahí»; y «¿cómo le va?», hubiese sido suficiente.

─ ¡Ay, qué pena con usted, jefe! Gracias de todas maneras. Tendré en cuenta sus observaciones.

Fenicio no desaprovechaba las oportunidades que iba encontrando a cada instante para producir notas pedagógicas. Así que tan pronto salió de su oficina la secretaria, se puso al frente de su computador. Escribió sobre algunas otras expresiones en las que el pronombre ‘me’ no es preciso, y las fijó en la cartelera de la sala de espera. Aunque, a decir verdad, eran poco consultadas por los visitantes de su empresa. En el artículo se leían oraciones como las siguientes, con sus respectivas enmiendas:

«Ya me vi esa película dos veces»: Una sola vez hubiese bastado, si no iba a tener cuidado con el lenguaje. Eliminar el pronombre ‘me’ es buen modelo: «Ya vi esa película dos veces».

«¡Me timbra, por favor!»: Así suelen decir los pasajeros que, en los autobuses, piden a alguien que toque el timbre del vehículo. ¿Dónde tendrán esas personas su timbre?

«…para pedirle el favor que me le repase a su hija lectura»: Nota enviada por un profesor a una madre de familia, desde un colegio. No solamente sobra el pronombre ‘me’, sino que faltó sintaxis. Aquí la oración indica que la niña se llama «lectura». Lo correcto es: «…para pedirle el favor que le repase lectura a su hija».

«¡Apágueme esa luz!»: Con ese pronombre personal como enclítico (sumado al verbo) da la idea de que alguien tiene una luz encendida en su cuerpo. «Apague esa luz», es más preciso.

«Usted páreseme allí»: Una orden personal, aunque extraña. ¿En qué lugar de su cuerpo querrá alguien que otra persona se le pare? Sin ese pronombre enclítico la imperativa petición es más precisa: «Usted párese allí».

Yo también paro aquí, pues Alfabeto fue generoso al cederme esta vez su espacio.

¡Hablar y escribir bien, el reto de hoy!

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