Casos de corrupción de los primeros, sobran. Al siempre saqueado sector de la salud se suma hoy el sonado caso Odebrecht y se viene el de Reficar, que promete ser más escandaloso. Ratas los políticos, de acuerdo, pero son nuestros representantes, y no solo porque votemos por ellos en el día de elecciones, sino porque nosotros, los ciudadanos, podemos llegar a ser igual de torcidos, lo que pasa es que no tenemos su mismo poder ni el acceso a los recursos de la nación.

Ponga usted a cualquier colombiano en el Congreso y terminará robando si tiene la oportunidad. Cada vez me convenzo más de que las críticas a nuestros dirigentes torcidos tienen igual dosis de indignación que de envidia.

Es lo que pasa con los violentos. Toda la vida criticamos a la guerrilla y a los paramilitares, convencidos de que ellos hacían de Colombia un país violento y no al revés: existían porque nos fascina matarnos. Ahora que la violencia ha bajado considerablemente, saltan en los titulares episodios de violencia aislados, generados no por entes armados sino por ciudadanos de a pie, y la verdad es que muchos de esos casos hacen replantear la idea de que en Colombia los buenos somos más. Ventajosos, aprovechados y de moral voluble, en Colombia los malos nunca han sido más.

Ejemplos hay varios, y solo con hechos ocurridos en tiempos recientes.

  • Leonardo Licht, operador de TransMilenio de 22 años, murió cuando le reclamó a Wilson Cárdenas, de 30, que pagara el pasaje después de que se colara. Monroy no medió palabra, sacó un puñal y se lo metió en el pecho. Estaba en libertad condicional, de acuerdo, pero no pertenecía a ninguna agrupación al margen de la ley.
  • En su lucha por combatir la ilegalidad, taxistas bogotanos cercaron e incendiaron un carro por estar supuestamente adscrito a Uber. Meses de complicidad silenciosa de la Policía y entes del gobierno les dieron alas a los taxistas, que cada vez se extralimitan en sus cacerías. Esto va a seguir hasta que haya un muerto. Ahí sí tomarán cartas, pero ya será demasiado tarde.
  • Por la misma onda, y también en Bogotá, un taxista disparó con una pistola de balines a un bus escolar con niños a bordo después de meterse en contravía (el taxi, no el bus). Ocurrió en la localidad de Kennedy hace seis meses, pero volvió a los titulares esta semana a raíz de la quema del vehículo de Uber. Los desmanes de los taxistas no son hechos aislados, y aunque no son todos, se han convertido en un gremio tan poderoso que se sienten los dueños de las calles.
  • Jorge Luis Pinto, entrenador de Honduras, y Hernán Darío Gómez, técnico de Panamá, se enfrentaron esta semana en primetime en el marco de la Copa Centroamericana. Colombianos ambos, con antecedentes los dos (Pinto se había peleado también en vivo contra Julio Comesaña mientras que Bolillo Gómez fue destituido de la selección Colombia por golpear a su amante en un bar), se acercaron para lo que parecía una charla, pero el tema terminó en pelea que tuvo que ser cortada por la policía.

Ya no solo producimos violencia, ahora también la exportamos, como las telenovelas. Según Gómez, perdió el control cuando Pinto le dijo que se estaba desquitando del robo que Panamá le había hecho a Honduras en un juego por las eliminatorias al Mundial de 2018.

  • Bogotá, una mañana de miércoles cualquiera. Un motociclista armó un escándalo porque mientras esperaba en un semáforo en rojo fue encañonado por la espalda. Hasta ahí, normal dentro de lo anormal, otra escena de violencia en la capital del país. Lo curioso es que cuando la víctima se volteó para reaccionar, descubrió que su agresor era el operador de una grúa del Distrito, de esas que inmovilizan vehículos que cometen infracciones de tránsito. El empleado de la alcaldía  fue grabado e identificado, pero se escapó tomando el carril exclusivo de Transmilenio. Exhaustivas investigaciones se han anunciado, lo que significa que es probable que no pase nada con el caso.
  • En lo que sí estamos perdidos es en el asesinato de líderes sociales. Más de 70 murieron durante 2016, varios de ellos después de la firma de la paz. La última fue Emilsen Manyoma, esta semana, junto a su esposo, Joe Javier Rodallega, acribillados en Buenaventura.
  • Paramilitares ya no hay (en teoría) y el ministro de Defensa ha dicho públicamente que estas muertes no se deben a actos sistemáticos sino a hechos aislados. Los ha metido en el mismo saco de los 12 mil homicidios que ocurren anualmente en el país.

Da miedo la verdad sentir que volvemos a la barbarie y la impunidad de antes, que acá la vida no vale y que somos tan de derecha que si los muertos son pobres, mestizos y viven lejos de los centros de poder, no pasa nada.

Es ya discurso manido, pero no por eso deja de ser cierto: la paz no es firmar un papel, y día a día, en las calles y campos de Colombia (el país donde los buenos somos más) demostramos que no estamos listos para vivir en armonía. No necesitamos de ningún grupo guerrillero, nosotros solitos dejamos en claro que la violencia vive en nosotros y hace parte del sistema como pagar impuestos o tomar vacaciones.

Están cayendo personas por el caso de Odebrecht (y seguirán cayendo corruptos), el 31 de enero las Farc estarán en las zonas de desarme asignadas en el acuerdo, y el próximo 7 de febrero comienzan los Diálogos con el Eln.

Y nosotros, la gente de bien, ¿qué estamos haciendo por la paz?

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