Seamos justos: los delincuentes vestidos de hinchas que se tomaron la cancha del Pascual Guerrero el pasado 24 de mayo son los culpables de la triste novela que hoy padecen América y sus seguidores; y el alcalde de Cali no podía permitir la impunidad en favor del espectáculo deportivo.

Seamos realistas: el cierre de puertas decretado por Maurice Armitage es impopular, es injusto con los Diablos Rojos —como local, Deportivo Cali era el responsable de la seguridad y la organización—, hace daño al espectáculo y, con certeza, no combate la violencia y el vandalismo, cuyas raíces están en la sociedad y no en la cancha. Pero así está Cali y la decisión está tomada.

Ahora seamos maliciosos: si la Dimayor concede al Deportivo Cali jugar en  Palmaseca con parte de su aforo y ‘burlar’ la sanción de la Alcaldía de Cali, ¿por qué impide al América buscar una cancha alterna donde pudiere jugar con público y recaudar una taquilla, como su rival?

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Además, deja un mal sabor que Jorge Perdomo, presidente de la Dimayor,  lo anuncie horas antes del encuentro, luego de permitir días de gestiones por parte de la dirigencia americana en distintas ciudades del país.

También queda otra pregunta en el aire: ¿por qué se castiga en partidos de Liga un problema que viene de otro torneo?

Finalmente, el ente rector del fútbol colombiano también tiene parte de responsabilidad: si está comprobado que un clásico es foco de violencia, repetirlo seis veces en un semestre no es una decisión sabia.

Esta noche, que gane el mejor en el Pascual, y que haya paz en Cali.

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