Desde hace varios años que me dedico a estudiar y a escribir sobre el amor. Es interesante poder publicar lo que los diferentes estudiosos han revelado sobre el amor.

Hoy me gustaría hablar de Helen Fisher, una de las más prestigiosas investigadoras de la neurociencia del amor, quien ha descubierto que existen tres circuitos cerebrales que definen nuestro nivel de amor, de compromiso y de deseo.

En primer lugar, está el deseo sexual, esta es la primera etapa por la que las parejas atraviesan. Se trata de un paso que hace que el impulso físico gobierne la relación.

Aquí los niveles de dopamina y de testosterona nos llevan a una capacidad de concentración, euforia y dependencia, que vienen siendo síntomas de una adicción.

Por esta razón cuando conocemos a alguien y nos chifla, nos empezamos a sentir como atraídos de forma sobrenatural hacia él o ella, pero es más una cuestión física de querer pasar más tiempo, que de tener una verdadera historia entre ambos. No entendemos por qué sentimos esto, pero nos encantaría estar con esa persona que ocupa todos nuestros pensamientos.

En segundo lugar, está el amor romántico.

A medida que crecemos generamos un mapa inconsciente del amor, y también lo que buscamos en la pareja.

Cuando llega el momento, aparece alguien donde sea y encaja en el mapa del amor, bien sea por el entorno, la edad o por su atractivo intelectual o físico. Esta persona se ajusta al mapa adecuado de ese momento, que tiene que ver con nuestras carencias y necesidades y activa nuestro mecanismo del amor romántico, que es algo que es más fuerte que el deseo, y que va más allá de una respuesta física.

El amor romántico permite una conexión mayor.

Lo primero que pasa cuando nos enamoramos, es que todo en esa persona nos parece especial

Su coche, su música, su piel, sus gustos para ver series, su comida o su forma de bailar. “Después encuentras lo que no te gusta, pero no te centras en eso, esto es el amor romántico”, dice Fisher.

Después de tener sexo con esta pareja se genera oxitocina, que sería la responsable de que establezcamos un vínculo con la persona de la que nos hemos enamorado.

Aquí puede verse que como hay un intercambio sexual y hay una proliferación de hormonas que hacen que todo se perciba como si el mundo hubiera nacido con esta persona de la que nos hemos enamorado.

Y, por último, está el apego. Cuando la pareja va estrechando el vínculo y profundizando en su relación, con la idea de poder tolerarse entre sí por más tiempo.

El objetivo es poder mantener una crianza de los hijos durante la infancia, según Fisher. Cada uno de estos tres sistemas cerebrales evolucionó para cumplir una función específica para la procreación. El amor romántico sirvió para que los individuos se enfocarán en una sola pareja a la vez, de tal modo que se ahorrase tiempo y energía. Y el apego dio lugar a que hombres y mujeres estuviesen juntos durante el tiempo suficiente para la crianza de un hijo durante la infancia.

Estamos hechos para enamorarnos y todo esto nos llevaría a pensar que el enamoramiento es un camino para la crianza de hijos. Esta conclusión me dejó un poco aburrida porque pareciera que todo lo del amor se reduce a un producto que sería el encargado de firmar la supervivencia. Sería una teoría del amor muy poco romántica, a la larga.

Para las parejas que no desean tener más hijos, o que no tienen esta posibilidad, también existe un enamoramiento y un deseo y, por supuesto, un apego. Supongo que la idea es entender para qué sirve la afectividad, mucho más allá de las limitaciones evolutivas, o del por qué nos pusieron el amor como mecanismo de entendimiento.

Las personas se atraen porque comparten química, y esto no es un dicho.

La atracción existe gracias a que una persona nos activa las hormonas del bienestar. Las encargadas de que esto ocurra son las feromonas, que son sustancias que generamos en el cuello, el labio, la axila y las ingles y que quedan como flotando en el ambiente. Si esas feromonas de una persona nos activan a nosotros y nos proporcionan bienestar y atracción, de forma irracional iremos a buscarla para que nos siga haciendo sentir eso.

Esto no se puede controlar, ni tampoco modificar. Así que estamos destinados a enamorarnos, pero no está claro de quién, y más allá de su aspecto reproductivo, parece que el motivo de que esto ocurra es hacernos sentir más felices.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.