Como cada cuatro años inició la carrera por conquistar el poder y llegar a la Casa de Nariño a regir los destinos de los colombianos, recorrido que invita a hacer memoria y revisar el mandato del actual Presidente, su antes y su desarrollo, para sacar conclusiones, no seguir tragando entero, y romper con un sofisma en el que mucho se promete y nada se cumple. Ambiente de polarización marca la crisis política más profunda de la historia democrática de la nación, cuatrienio que está próximo a finalizar tuvo que hacer frente a una compleja agenda de problemas económicos y sociales que dejaron en evidencia la falta de preparación y experiencia de un novel político como Iván Duque Márquez que sucumbió ante las dificultades y quedó debiendo muchas de las promesas que lo acompañaron a lo largo de su campaña.

El entorno político del país denota múltiples acciones y deudas que ahora pasan su factura al gobierno de Iván Duque Márquez, presidente colombiano que cargó sobre sus hombros la inexperiencia en cargos públicos y el delinear una importante apuesta de buscar acuerdos sin dar a cambio la “mermelada”, las cuotas políticas o el clientelismo de sus antecesores. Desfachatez sin velos es la que acompaña a candidatos que prometen, prometen y prometen, pero saben que esas promesas nunca se van a cumplir así ganen las elecciones. Incumplimiento de acuerdos es lo que ha generado más violencia, miseria, desempleo y abandono hacia un pueblo que reclama oportunidades. La insatisfacción es grande: vandalismo, anarquía, bloqueo de vías, extorsión, fleteo, entre otros factores, es el producto de un político con estupendos discursos y pocas acciones para la ejecución de la infinidad de promesas que hizo en campaña, e incluso cuando asumió la presidencia.

Los debates públicos de candidatos en divergentes escenarios; la convergencia de ideas, pero su distanciamiento en el termómetro popular; el afán desesperado por el like y aumentar el número de seguidores que son impactados en redes sociales; el interés por mantener figuración y distancia frente a sus rivales en las tradicionales encuestas electorales; son derroteros que sacan a flote estrategias oportunistas, descalificaciones, señalamientos y agresiones personales que dejan de lado lo realmente importante: un programa de gobierno, propuestas lógicas y reales para superar el caos que deja quien ejerció el cuatrienio anterior. Primer eje de la discordia del gobierno de Iván Duque Márquez con el pueblo fue el beneplácito que encontró la oposición en el famoso Plebiscito por la Paz del 2 de octubre de 2016, escenario en el que se dijo que el triunfo del NO estuvo sustentado en una campaña de desinformación que “emberracó” a los colombianos y permeó el voto en las urnas; “violencia psicológica” en palabras del Consejo de Estado, que hoy los hechos demuestran que no estaba alejada de la realidad.

Primeros meses de la administración Duque estuvieron enfrascados en las objeciones a la JEP, la definición de la solicitud de extradición de un ex-negociador de las FARC como Jesús Santrich, el tufillo de una oposición pescando en rio revuelto, el reagrupamiento de las disidencias guerrilleras y un Gobierno que anunció a los cuatro vientos que la administración Santos había dejado un déficit de 14 billones de pesos en el presupuesto de 2019. El inconformismo social acumulado en el pueblo y detonado con verdades a medias por parte de la oposición fueron excitados por un presidente que no supo tomar las acciones que le corresponden como mandatario de los colombianos: imponer el orden y prestar atención a hechos de suma gravedad. Agresiones y bloqueos no solo aislaron a los municipios del sur del País, sino que reportaron pérdidas superiores a los 80 mil millones de pesos que impactaron los diversos sectores económicos.

Cóctel inédito de hechos se fue acumulando de motivos para llegar al 21 de noviembre de 2019, fecha en que se vio un ejercicio de la protesta que fue aprovechado por revoltosos encapuchados que irrumpieron la tranquilidad y no dejaron pasar por alto acciones de hecho que desvirtuaron el verdadero sentido de la protesta con bloqueo de vías, ataques al transporte, vandalización al comercio, destrucción de los bienes públicos, entre otros actos. Diversas fueron las conjeturas que se tejieron alrededor del legendario 21 de noviembre de 2.019 en Colombia, todo cimentado entorno a lo acaecido en Chile, Ecuador y Bolivia en días previos. Latinoamérica atravesó una compleja situación social que tomó vías de hecho y no solo se trasladó a la protesta en vía pública, sino que planteó serios cuestionamientos sobre el “statu quo” del estamento gubernamental.

Nueva coyuntura que surgió para el gobierno de Iván Duque Márquez es que le correspondió la difícil decisión de aislar el país ante la Covid-19. Es claro que la crisis se agudizó y el sacrificio trajo costos. Pasaron los días y se hizo la situación compleja, el desempleo atizó el hambre de los ciudadanos que esperaban la mano amiga del gobierno, el grito se escuchaba en todas las esquinas y el trapo rojo apareció clamando por ayudas. Desconexión del ente gubernamental para hacer frente a la pandemia y la crisis económica nacional llamó a la desobediencia civil de un colectivo social que estaba asfixiado. Exacerbación de ánimos que ya era latente desde 2.019, con el parar para avanzar del 21N y las posteriores congregaciones que quedaron en el limbo con el confinamiento de 2.020, se complejizaron entrado el 2021 con una reforma tributaria –disfrazada de transformación social sostenible–. Los escollos del plan de vacunación con la disponibilidad proyectada de vacunas, las declaraciones disparatadas de funcionarios públicos sobre una Colombia imaginaria –corto circuito con la realidad–, y las nuevas restricciones que se decretaban para tratar de atajar un nuevo pico de la Covid–19 llevaron a la gente nuevamente a la calle.

Cuatro horas de cólera en la vía pública poco y nada repercuten sobre los problemas de fondo que tanto aquejan al colectivo social colombiano. Alzheimer histórico, que caracteriza a la población nacional, sirve de estandarte a proyectos políticos de caudillos, mesías populistas, que hacen estupendo uso de los micrófonos, y los escenarios sociales digitales, para adoctrinar, incautos que van a la calle sin saber por qué, desde ese discurso que expresa lo que la gente quiere oír y no lo que necesita saber; taumaturgos de feudo electoral que lejos están de la garantía de los derechos y disfrazados de imparciales, sin criterio, imponen a dedo la política de los favores. El escenario político colombiano se encuentra convulsionado por estos días con la confrontación e incongruencia de los candidatos que, desde la débil memoria del electorado, buscan la conquista de importantes votos de adeptos a una corriente, a veces distante de los tradicionales partidos.

Quien presta atención a discursos, declaraciones y mensajes en plaza pública, los medios de comunicación y las redes sociales fácilmente evidencia que la dinámica de la política es tan contradictoria como las posiciones de los actores de la clase dirigente colombiana. Flaco favor se hace al país cayendo en el encantamiento de quienes hacen show, mienten, deslegitiman las instituciones y desmoralizan a los ciudadanos. Polarización que aflora en el ambiente social impide que los colombianos sean mejores seres humanos, personas más empáticas, solidarias, generosas y trabajadoras con dedicación para hacer de Colombia un mejor país para las futuras generaciones. El momento por el que atraviesa Colombia no admite la indiferencia, este es el instante de la unión para incitar una metamorfosis política que no lleve a la gente a caminar miles de kilómetros para escapar de la miseria que hace comer basura y reprime las libertades.

El éxito de la nación y toda su población depende del buen camino y acciones del mandatario de turno, estrategias de gobierno que guste o no en el último cuatrienio estuvieron en cabeza de Iván Duque Márquez; el 7 de agosto de 2.022 se evaluará si su falta de carácter y firmeza fueron superados o serán el pecadito que pasará cuenta al próximo Presidente de Colombia. La ciudadanía debe tener puntos de vista claros y objetivos para que, sin tener las manos atadas, puedan tomar la decisión correcta en los próximos comicios. A Colombia la hacen los colombianos y son todos unidos los llamados a trabajar y dialogar con argumentos, construir país desde las diferencias y el respeto por los derechos, pero también el cumplimiento de los deberes que se tienen en el ejercicio de la democracia. Peligroso entorno que se delinea en la espiral del poder dice que o se abren los ojos o el país se hunde con la estúpida insensatez.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.