Buscando validar mi idea de que las protestas de los futbolistas colombianos por los horarios matutinos que tenían el objetivo de ahorrar energía en medio de la escasez, eran erradas, recordé a mi papá. Alguna vez le escuché que en “su época”, de niño, el fútbol colombiano se jugaba siempre en las mañanas, por lo menos en Bogotá. Testigo desde la creación del torneo profesional en el 48, en experiencia es una autoridad, así que le pregunté:

¿Recuerdas el fútbol en las mañanas?”.

Sí. Era agradabilísimo”,

me respondió con una cara que ilustraba perfectamente esa palabra.

“¿Por qué?”, le dije. Se devolvió varias décadas en el tiempo y continuó:

En esa época el clima era diferente. Los domingos siempre eran más soleados y en el estadio había una vista muy natural. En Oriental las graderías eran de césped y había árboles alrededor en los que la gente se subía cuando no quedaba puesto. Los pequeños no pagábamos boleta y algunos iban a una tribuna especial que se llamaba ‘Gorriones’. Todo eso hacía un conjunto muy bonito y natural. Además, para uno de niño, era un paseo de todo el día. Uno llegaba al estadio como a las 10 de la mañana y se devolvía a la casa cuando terminaba la tarde”.

“¿Y la misa?”, le increpé.

“Era a las ocho de la mañana. O a las siete, no recuerdo. Pero no faltábamos. Era en el colegio Instituto del Carmen, de los Hermanos Maristas, en la calle 40 con carrera 18, más o menos. Luego,cogíamos el ‘trole’ hasta la 57, hasta el estadio, y entonces comíamos fritanga a la salida, de almuerzo”, dijo.

Todo tiene sentido. Los despojados puestos de fritanga en el que algunos todavía llaman con nostalgia y sin sonrojo El “Palacio” del Colesterol, hoy parecen más bien una jaula medieval. Claro, no da igual hambre antes que después del fútbol, y la hora del almuerzo llega inminente, con el sol después de su cumbre. Tal vez, luego de que el fútbol en El Campín cambiara de horario, la gente dejó de almorzar y aquella feria de embutidos brillantes entró en decadencia.

Evidentemente, cuando mi papá habló del “clima” de esa época, no se refería solamente a las condiciones atmosféricas, sino también al “clima” que entonces propiciaba la gente. Le insistí con la cabeza y empezó a procurar en su archivo histórico:

También estaban los vendedores en las tribunas, que pasaban y ofrecían lo suyo sin incomodar a nadie, con respeto. Comíamos paletas, chicharrones y gaseosa. Además, estaban los juegos preliminares que eran las reservas de los equipos profesionales. Entonces uno se iba dos horas antes y disfrutaba todo. Y cuando no, había atletismo. El Estadio se veía lindo con la pista atlética. A eso súmale que nunca se presentaba una pelea a pesar de que los hinchas iban mezclados y había apuestas de por medio”.

Lo de los hinchas mezclados es una historia recurrente. A decir verdad, prefiero siempre estar en mi lado, con los míos y apartado de los otros. Pero sería insensato subvalorar aquella escena solo imaginable en blanco y negro, en la que mi abuelo, de Millonarios, llevaba de la mano y en orden de edad a mi papá y mi tío Alfonso que eran de Santa Fe, y a mi tío Hernando que le siguió la cuerda con lo de Millos.

Ahora bien, “¿apuestas?”, reaccioné con sorpresa.

“Claro. Había uno o dos tipos que los conocía todo el estadio. A uno lo llamaban ‘Manzanita’. Antes del partido pasaban por toda la tribuna con una libreta y un lápiz preguntando quién apostaba. Recibían la plata y si “la casa” ganaba, se quedaban con lo suyo, si no, esperaban a la gente a la salida para entregarles su dinero. Se apostaba mucho y eso era una muestra confianza y buena fe. El día se prestaba para eso, la noche no”, sentenció.

La ingeniería también hizo de aguafiestas y en noviembre de 1967, el solar otrora perteneciente a don Nemesio Camacho, vio por vez primera fútbol con luz artificial. El juego inaugural, sin registro confiable, se dio según dicen entre Santa Fe y la selección de Checoslovaquia, la misma que antes de ser dividida llegó a dos finales del mundo y falló.

Literalmente, el público se dejó deslumbrar y a cambio entregó sus costumbres. Además, la inversión tenía que justificarse, aunque viniendo de las oficinas públicas nada era más importante que el simple hecho de ejecutar el contrato.

Pero en buena medida el esfuerzo valió la pena. Es cierto, por ejemplo, que las noches de Copa Libertadores jamás podrían ser de día, incluso si el sol incendiara la luna. Las noches de Copa tienen un matiz propio, un olor especial y una efecto de épica apremiante.

Hoy, debido a que aparentemente la peor parte de la crisis energética ya pasó, a la presión de los futbolistas y claro, a las obligaciones comerciales del establecimiento del juego, todo volverá pronto a lo que se presume como “la normalidad”. Mientras tanto, el fútbol en las mañanas quedará reservado a las ligas internacionales en pantalla, a los torneos amateurs y a la memoria de mi papá.

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