Todos contribuimos diariamente al cambio climático. El calentamiento global es el resultado del exceso de emisiones de los llamados gases de efecto invernadero (GEI) principalmente dióxido de carbono (CO2) provocado por causas antropogénicas, es decir como producto de las actividades humanas, particularmente excesivas e indolentes.

Ello deja pequeñas marcas en el planeta, una especie de cicatrices que al sumarse por millones se convierten en la gran lesión de la Tierra.

La “huella de carbono” es la totalidad de GEI que afectan el ambiente, primordialmente CO2, emitidos por acción directa o indirecta de un individuo y que se producen por su estilo de vida y eventos relacionados. Se mide en toneladas de CO2 por año. Nos indica en qué medida estamos contribuyendo al cambio climático cada vez que comemos, encendemos la luz, nos compramos ropa, nos movemos, empleamos empaques plásticos, preferimos procesados y carnes rojas, usamos los medios de comunicación (celular, Internet, TV, radio, etc).

Este parámetro de contaminación ambiental se trata de un valor muy dispar según los países, indicativo del nivel de desarrollo: la huella de carbono de un indio es de 1,8 toneladas aproximadamente, mientras que en Qatar (el campeón por hoy) 44 toneladas al año por individuo, Kwuait 29, en Emiratos Arabaes 21, Arabia Saudita cerca de 19 toneladas, Australia con 18, Estados Unidos 17 toneladas, Corea con 13, la huella de un español es de algo más de 10 toneladas y la de un colombiano de cuatro a seis toneladas por año.

El CO2 es, sin duda, el gas más nombrado en el siglo XXI. Y no precisamente para bien. Esta molécula, esencial para la respiración de los seres vivos, se ha convertido en el principal enemigo público de las últimas décadas y en el mayor problema para los científicos del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático y del Fondo Mundial de la Naturaleza. La razón está en su capacidad de absorber y retener el calor en la atmósfera que provoca profundo cambios meteorológicos, llevando a catástrofes naturales.

Los Protocolos ambientales (desde Brasil, Kyoto, Cophenague hasta los de COP 20, 21 y los que vienen), intentan reducir las emisiones de CO2 en los sectores de la industria del primer mundo, ahora le toca tomar medidas al ciudadano de a pie. Y las medidas incluyen reducir nuestra huella de carbono, es decir, la cantidad de CO2 que emitimos a través de todos los hábitos cotidianos.

Significa que la cuota de responsabilidad personal es alta porque estamos en capacidad de asumir decisiones a favor o en contra del calentamiento global. Pero en estos últimos años, han aumentado considerablemente las expectativas públicas respecto a los compromisos voluntarios de las compañías y los individuos para proteger el clima.

Las acciones más importantes deben tomarse en el ámbito del transporte, el hogar, la comida y el trabajo. El objetivo es ejercer algunas de estas prácticas, no todas, para lograr una disminución cercana a una tonelada de carbono al año por individuo, es decir 2,7 kilogramos por día.

Veamos por ejemplo que si se reduce el uso del auto unos cinco kilómetros diarios, en promedio se ahorran 1,5 kilogramos de CO2. En una ciudad como Bogotá si la administración a través de un eficiente programa de cultura ciudadana lograra esto en un millón de conductores, significa que nos ahorraríamos 1500 toneladas diarias de CO2 (algo realmente significativo).

Al  año serían más de 500 mil toneladas que dejarían de contaminar. Y el ejercicio individual no es nada complicado, ya que son trayectos cortos que pueden hacerse caminando, en bicicleta o usando el transporte colectivo.

También hay otras acciones al alcance de todos, como racionalizar el uso del agua, moderar el consumo de alimentos empacados o artificiales, utilizar lo menos posible bolsas y recipientes plásticos, regular el uso de la energía en casa, reducir a un máximo el consumo de carnes rojas (los vacunos producen enorme efecto depredatorio de zonas verdes y contribuyen con grandes cantidades de metano), etc.

Las últimas cumbres sobre el cambio climático (Copenhague 2009, COP 20 en Perú, COP 21 en París, etc) han dirigido sus esfuerzos hacia la “decarbonización” integral del planeta, como responsabilidad de todos. En ese acuerdo la comunidad internacional deberá sentar las bases de la cooperación multilateral en esta materia, respetando una triple premisa: que el resultado sea eficaz, equitativo y flexible en la integración de esfuerzos.

Pero también estimulando iniciativas creativas. En países como Inglaterra, algunas empresas empiezan ya a mostrar una “etiqueta de carbono” en sus productos. De este modo el consumidor puede hacerse una idea de cuánto CO2 supone un kilo de carne o un CD de música. Pero la responsabilidad, si queremos dejar huellas de vida, es de todos. Para ello es urgente atenuar nuestra huella de carbono, que será menos difícil si recordamos que no hemos heredado la tierra de nuestros antepasados. Simplemente la tenemos prestada de nuestros hijos.

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