Muchas amigas mías tienen el pecho operado. Hablo de amigas que soñaban con hacerse la cirugía en cuanto tuvieran el valor o el dinero, mujeres que llevan décadas con implantes y que, según ellas, han hecho la mejor decisión de su vida. Nada de esto me va a pasar a mí porque no tengo senos operados.

Cuando me salieron las tetas, para mí fueron inoportunas, corría tres pruebas de atletismo, 4 x 100 relevos, 200 metros y 1.000 metros, y por eso significaron un peso innecesario. Me pareció un calvario tener que comprar un brassier que las controlara, para que no me dieran la lata cuando entrenaba.

Pero con los años llegué a la etapa en la que las mujeres quieren tenerlas y no ser planas como tablas de plancha. Ahí ya me pareció mejor tener algo ahí, y con el tiempo dejé las carreras de atletismo, y terminé en un gimnasio haciendo aparatos y clases de rumba, como se le llamaba entonces a lo que hoy es zumba.

No tenía mucho ni poco. Yo siempre me vi los pies. Eran del tamaño perfecto para mí, que nunca superé el metro sesenta, y cuando llegó el Wonder Bra, me pareció siempre algo de mentiras, como ponerse un colchón por delante.

Después de los 27 tuve mi primer embarazo y vi que mis senos subieron dos tallas por el hecho de que por primera vez iban a servir para lo que fueron diseñados. De ahí iba a tener que alimentar a una persona cada tres horas. Padecí, era un poco surreal que ellas fueran un restaurante que cambiaba de sabor con las comidas que yo hiciera. Crecieron con el segundo bebé y después de despedirse de esa función, de ser una fábrica para lactantes, se quedaron con las dos tallas de más que habían ganado.

No son globos esféricos, no tienen ninguna cirugía. Son lo que son, naturales, con la curva natural de las hechas por la mano de la genética y no del médico. Son de un tamaño que considero grande. Me gustan, me hacen sentir completa sin que sean redondas o duras. Las quiero así, y cuando un cirujano plástico me preguntó: ¿y tú cuándo te las harás? le respondí que no me las tocaría más que mi pareja, así como vinieron al mundo.

Hoy por hoy, lo primero que me dice él es que las tengo como a él le encantan, que son hermosas, que hice bien en no retocarlas y que digan lo que digan, lo natural, incluso la comida o sus envases, se ve y se siente al tacto y al paladar.

Creo que mis amigas son felices con sus pechos de cirugía, y yo también lo soy con mis pechos naturales. No hay que competir, para los gustos, los colores, y las tetas. De todas las formas, tamaños, colores, y, sobre todo, al gusto de la persona que las lleva dentro.

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